Luis Ventoso-ABC

  • Al ensalzar la juventud como valor supremo, Sánchez viene a decir que la edad es una tara

Einstein formuló su Teoría de la Relatividad con solo 26 años. Se dice que en general las proezas de la física y las matemáticas se rubrican en el vigor mental de la primera juventud, cuando las neuronas chisporrotean como en un festival de fuegos artificiales que ilumina ámbitos ignotos del conocimiento. Por lo tanto, a los científicos les ocurriría como a los vigorosos deportistas de élite: según van madurando, sus cerebros van perdiendo potencia para el pensamiento original. Pero lo que sucede en el deporte profesional y la ciencia no es extensible a todas las áreas de la acción humana. En la mayoría de los ámbitos la experiencia supone un valor y el óxido de los años no incapacita para

empresas formidables. Cuando ganaron la Segunda Guerra Mundial, Churchill tenía 71 años y Roosevelt era un enfermo de 63, que de hecho ya bailaba con la parca. La Reina Victoria no fraguó su leyenda siendo una chiquilla. Biden está dirigiendo la (todavía) primera potencia con 78 años y Xi, de 68, manda con mano de hierro en la segunda (en unos años primera). John Ford rodó obras maestras ya añoso. Frank Gehry, de 92, sigue asombrando con sus edificios que se contorsionan. Warren Buffett se mantiene en edad provecta como el oráculo de las inversiones. Ortega continúa ostentando la última palabra en Inditex y Pablo Isla tampoco es un juvenil. No veo treintañeros al frente de los bancos españoles. No veo a menores de sesenta dirigiendo la FED y el BCE. No veo a ningún joven valor en la sala de columnas de ‘The New York Times’, dominada por septuagenarios llenos de sabiduría y memoria. No veo benjamines en los banquillos de los grandes clubes de fútbol, ni en la cátedra de Pedro en Roma. Parece claro que en determinados puestos la juventud no constituye el valor supremo. Más bien priman la mirada larga y la experiencia.

A la hora de presentar a sus nuevos ministros, Sánchez ha destacado como su principal y casi único valor que son jóvenes, que representan un necesario relevo generacional. Si analizamos el corolario de su planteamiento, lo que viene a decir es que a más edad menor capacidad. El mensaje que envía a la avejentada sociedad española ronda lo ofensivo: los veteranos ya no servís, pues todo funcionará mejor si os suplimos por jóvenes. Yo nací en 1964. Según el esquema sanchista soy carne de cañón, dado que arrastro una tara insoslayable: ya no soy joven. Esa sacralización de la juventud resulta demoledora en un país donde los mayores de cincuenta que se quedan en paro sudan tinta para encontrar otro empleo (de hecho muchos acaban tirando la toalla). Resulta además contradictorio con su reforma de las pensiones, que nos obligará a estar más tiempo activos.

Rivera e Iglesias fueron el epítome de esta altiva y despectiva efebocracia. Ya ven dónde están hoy… El próximo febrero Sánchez será cincuentón. ¿Apoyará entonces que apliquemos su filosofía del descarte, que lo archivemos en el desván de lo obsoleto para colocar a otro más joven, más alto y más guapo? Me temo que no.