Ignacio Camacho-ABC

  • La legislatura está bloqueada. La coalición contra la alternancia ha dejado de funcionar como mayoría parlamentaria

Cumplido esta semana el ecuador de la legislatura (teórico porque va a ser difícil agotarla), Pedro Sánchez ha perdido la heterogénea mayoría que se apuntó en la noche del escrutinio. Aquel eufórico grito de «somos más» carece hoy de sentido. La coalición negativa para impedir el cambio se mantiene, aunque su cohesión interna está bajo mínimos, pero ha dejado de funcionar como bloque legislativo y si no deja caer a este Gobierno cercado por la corrupción es sólo porque los separatistas son conscientes de que les iría peor con uno distinto y pretenden explotar la agonía del sanchismo vendiéndole en el mercado negro dosis a cuentagotas de oxígeno. Pero ellos también perciben, como Podemos, el olor a fin de ciclo que desprende la creciente soledad del Ejecutivo.

Derrotado una y otra vez en el Parlamento, sin Presupuestos ni posibilidad de una acción política seria, la única razón de que el presidente no convoque elecciones es la plena conciencia de que va a perderlas, como reconoció de forma expresa y han admitido también los habituales firmantes de un reciente manifiesto en su defensa. Curiosa manera de entender la democracia es ésa que en medio de una crisis funcional completa niega a los ciudadanos la opción de resolverla. Pero en una cosa sí llevan razón, y es que el empate técnico de 2023 se ha desequilibrado con claridad en favor de las derechas, cuyo ascenso sigue la tendencia de gran parte de las naciones europeas.

Así las cosas, Moncloa sólo tiene dos objetivos: durar en el poder lo más posible y esperar que las circunstancias permitan una convocatoria anticipada a la que acudir con alguna esperanza, no tanto de revalidar mandato como de evitar la masacre electoral barruntada. Para eso es menester un clima de polarización aún más dramática en el que los votantes perciban la inminencia del vuelco como una amenaza, con el espantajo de un Vox con sesenta diputados como ensalmo capaz de exorcizar el temido fantasma de la alternancia. La escalada cierta de la derecha radical constituye para los estrategas gubernamentales una oportunidad de construir su marco de campaña. Parece improbable que funcione por segunda vez pero no les quedan más bazas.

El tiempo que reste hasta esa confrontación a cara de perro sólo puede ser ya tiempo muerto, punteado de informes de la UCO, escándalos en racimo, concesiones al nacionalismo y un desgaste general cuyo efecto de parálisis se traslada ya al país entero. La acción de gobierno es inexistente y la actividad institucional se reduce a un fragoroso intercambio de improperios que aún puede alcanzar un nivel insoportable de decibelios. Si la oposición, sobre todo el PP, cae en la trampa de la impaciencia y del estruendo puede acabar frenando su ascenso. Esta legislatura, inviable desde el comienzo, está condenada a quemarse en su propio fuego, y los incendios conviene verlos desde lejos.