ABC 07/07/17
CARLOS HERRERA
· El alcalde de Pamplona, la presidenta navarra, los sandios de Podemos y algún que otro bobo izquierdista trabajan para que Navarra deje de ser Navarra
LA ikurriña, que se sepa y mientras nadie diga lo contrario, es la bandera identificativa de la Comunidad Autónoma Vasca. Si hay navarros que la tienen como suya, pueden marchar perfectamente a su comunidad vecina y salivar ante la exhibición que se realiza de ésta en uno y otro confín, público y privado. Mientras tanto, en los balcones municipales de la Comunidad Foral, las banderas que deben ondear son las preceptivas, a saber: la europea, la española, la navarra y la correspondiente a cada localidad. En un balcón de Pamplona no pinta nada la bandera estrellada que se han inventado los catalanes independentistas mediante el tuneado de su «senyera», a no ser que un particular quiera reivindicar desde su casa la independencia de Cataluña. Podrá parecer una idiotez, pero está en su derecho. Sin embargo, en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona no es de recibo que se despliegue la bandera de la Comunidad vecina y, mucho menos, en lugar preferente.
En el suelo de la plaza, durante el chupinazo, no suelen faltar, los proetarras que exigen libertad de asesinos varios o exhibidores de la bandera vasca a modo de reivindicación de la entrega de Navarra al nacionalismo etnicista vasco. Este año, otro grupo de mamertos ha desplegado la bandera estrellada catalana para, supongo, deleite y excitación del corresponsal del New York Times, que ya está tardando en escribir un editorial sobre la conveniencia de la incorporación de Navarra a su vecindad. Lastimosamente, Puigdemont no ha asistido a la auténtica internacionalización de su proceso que resulta blandir una «estrellada» en pleno San Fermín, máximo hito hasta ahora de su política externa. Estaba invitado por los mismos que han desplegado a traición la Ikurriña, pero el cese de su consejero más descreído se lo ha hecho difícil.
Pero todo eso ha pasado en el suelo, donde la estupidez es libre; no así en la fachada de un edificio público en su día más importante, por mucho que el gobierno conjunto de proetarras, Podemos y los submarinos nacionalistas vascos hayan derogado la ley de símbolos, que se hizo para impedir que los colaboracionistas internos hicieran creer que Navarra no es tal, sino una alargadera del País Vasco. Entre otras cosas porque la exhibición de la bandera original del PNV no es un mero gesto de cortesía. Cuando a un balcón se saca la bicrucífera se está apostando por un ámbito político que ha significado sufrimiento y dolor, exclusión y miedo. Reivindicar la vasquidad de Navarra no es un inocente gesto de fusión cultural, sino que conlleva alinearse con quienes han desarrollado una violenta imposición de los postulados del entorno proetarra. Con el «imperialismo» vasco, siempre buscando mayor «espacio vital». O con quienes han guardado el característico silencio cómplice de todo recolector de nueces.
El alcalde de Pamplona, de EHBildu, es decir, del entorno de ETA, amagó con el despliegue y, finalmente, ordenó que ondease en el lugar más importante del balcón, lo cual es una declaración de principios. Los seguidores de este tío, la presidenta navarra, los sandios de Podemos y algún que otro bobo izquierdista trabajan para que Navarra deje de ser Navarra, que eso, y no otra cosa, significa acercarse a la CAV para entregarse encantados al nacionalismo vasco. ¿Es eso lo que quieren los navarros? Da toda la impresión de que no, pero sin embargo les han votado y ellos se han juntado para la ocasión.
La tentación de politizar la fiesta más internacional de las que se celebran en España no es nueva. Durante muchos años ha parecido propiedad de los batasunos locales e importados. Ahora ya, como se ve, se han subido al balcón.