EL CORREO 10/01/15
KEPA AULESTIA
· Algo ha cambiado en el terrorismo que soporta el país vecino. Algo que compromete su pluralismo republicano
La sucesión de asesinatos perpetrados por el terrorismo yihadista en París y la persecución policial de sus autores fue transmitida en directo durante cincuenta horas, desde que se produjo el asalto a ‘Charlie Hebdo’ por parte de los hermanos Kouachi hasta acabar abatidos, pasando por la muerte de rehenes en un establecimiento ‘kosher’ tomado por su cómplice Amedi Coulibaly. El empleo de la violencia extrema por parte de seres supuestamente racionales que acaban con la vida de congéneres suscita, en las sociedades democráticas, el doble interrogante sobre sus causas y sus efectos. Todavía hoy las raíces de la violencia de ETA continúan siendo motivo de controversia y división, lo que impide establecer un relato compartido sobre lo ocurrido entre nosotros. La identificación de las ‘causas’ del terrorismo conduce habitualmente a una interpretación comprensiva hacia el impulso violento, suponiendo que el victimario es en realidad víctima de unas condiciones de exclusión y de frustración que le conducen al callejón sin salida de tener que rebelarse a tiros o a bombas. La negativa de EH Bildu a suscribir una declaración unitaria que mencionaba el «fanatismo» como nexo de unión entre el terrorismo etarra y el yihadismo parisino demuestra hasta qué punto puede justificarse lo injustificable en sede parlamentaria aferrándose a criterios de oportunidad y a diferencias que soslayan máximas morales.
La otra cara de la moneda, la de los efectos del terror, tiende a recrear especulaciones sobre un terreno tan genuinamente francés como la ‘política politiquera’. La presunción de que lo ocurrido estos días refuerza las aspiraciones del Frente Nacional de Marine Le Pen, en su cruzada por recabar el favor de los ‘verdaderos franceses’, se abona a la idea de que los polos opuestos coinciden en sus intereses, y sugiere una especie de ‘quid prodest’. La movilización de mañana respondía en exceso a intenciones tácticas. La inconfesada exclusión del Frente Nacional se recondujo ayer hacia una invitación indirecta del presidente Hollande a la participación de todos los que quieran hacerlo. Le Pen ha quedado emplazada a poder asistir y, en el fondo, ha sido conminada a contener su oportunismo para que la unidad republicana permita a todo el arco parlamentario afrontar los comicios territoriales de final de año en pie de igualdad. Lo ocurrido ha conmocionado tanto a los franceses que marchar junto a los demás podría conceder a Marine Le Pen el beneficio de una imagen solidaria.
Pero la actuación de los hermanos Kouachi y de su cómplice Coulibaly resulta inaudita incluso teniendo en cuenta la ductilidad de las tramas yihadistas y su permanente adecuación a las circunstancias. Lo ocurrido en París ofrece indicios de un cambio inquietante. La diferencia sustancial entre el terrorismo yihadista y los terrorismos ‘occidentales’ es que estos han tratado siempre de mostrarse selectivos en la fijación de sus objetivos-víctimas, mientras que el primero ha optado hasta ahora por ataques indiscriminados con alguna excepción. Lo de París podría formar parte de esa excepción, pero también podría representar el inicio de una nueva conducta que, eludiendo la autoinmolación directa, conforme la versión occidental del yihadismo. En este caso del yihadismo parisino o francés.
Tras los atentados del 11-M en Madrid se gestó una teoría de la conspiración que todavía no ha sido desmontada expresamente ni por sus artífices ni por quienes, hoy al frente del PP, les siguieron la corriente. Fue la teoría que sustituyó la atribución de la masacre a ETA por la existencia de un contubernio que acabaría con la vida de 192 personas para desalojar a los populares del gobierno de España. Nunca se ha visto a un partido político tan dispuesto a negar las evidencias para inventarse un relato a la medida de sus frustraciones. Lo más preocupante de aquella teoría, a la que algunos de sus promotores siguen aferrándose aun hoy, no fue el irrespirable clima de polarización entre el PP y el resto del Parlamento al que dio lugar. Lo inquietante de tan conspiradora conspiración fue que concedía a los terroristas del 11-M el papel de meros ejecutores de órdenes para desestabilizar la política interna española. Tan delirante supuesto acabó ridiculizado en el juicio y en la sentencia del caso. Pero transmitió a la ya entonces diluida galaxia Al Qaeda la idea de que sus atentados en suelo occidental surtían efectos políticos inmediatos. Porque es indudable que la victoria de Rodríguez Zapatero en 2004 se debió en gran parte a las indignantes mentiras con que Acebes y Aznar concluyeron su mandato.
En Francia, la ‘teoría de la conspiración’ señalaría directamente a Marine Le Pen como beneficiaría última del estupor provocado por los asesinatos de París. Ello a falta de que se exijan responsabilidades sobre la libertad con que los hermanos Kouachi han podido actuar cuando estaban perfectamente fichados como amenaza, cuando menos por Estados Unidos. Los ‘conspiranoicos’ españoles se hubiesen puesto las botas con semejantes evidencias. Mucho más seria es la eventualidad de que las tramas yihadistas hayan experimentado en Francia el poder que manejan para condicionar la política europea y someter al Estado de Derecho a sus maquinaciones instintivas. A provocar una espiral identitaria entre los ‘verdaderos musulmanes’ y los ‘verdaderos franceses’ gracias al desconcertante poder que contiene la violencia extrema.
El destino final de los hermanos Kouachi y de Coulibaly podría avalar la hipótesis de que el terrorismo yihadista fomenta una violencia nihilista, que no persigue nada más que el daño que produce y la glorificación de sus autores en el acto o poco después. Sin nada a cambio. Convendría revisar también esta teoría, porque Francia no ha estado expuesta solo a una crisis de seguridad. Francia queda sometida a una crisis más de fondo, al desafío de identificarse a partir de hoy con una realidad esencialmente plural. Y al reto de eludir tan dramáticas circunstancias a la hora de la pugna partidaria. Ha de tenerse en cuenta que al fondo emerge una realidad nada nihilista, que es el Estado Islámico, reivindicando la «heroicidad» de los hermanos Kouachi. Entre la crisis económica, esto que ha pasado y sus consecuencias políticas el país vecino podría encontrarse en puertas de una Sexta República.