EL MUNDO 30/06/16
EDITORIAL
· La derrota de Daesh exige una intervención militar en sus feudos mucho más contundente y definitiva con la finalidad de desmantelar el proyecto califal y sus redes de financiación
LOS autores del atentado cometido en el aeropuerto de Estambul han seguido un patrón similar al de los que perpetraron la masacre en el aeropuerto de Bruselas. Ráfagas indiscriminadas con armas automáticas contra pasajeros, policías y empleados, seguidas de la detonación de explosivos portados por terroristas suicidas. Los sistemas de detección de amenazas desplegados en el embarque de pasajeros están haciendo que los terroristas anticipen sus ataques en las puertas de los vestíbulos, cambio de táctica que probablemente obligará a revisar los planes de seguridad en los aeropuertos. Además, las sucesivas derrotas de los yihadistas en Siria e Irak hacen previsibles nuevos y más frecuentes acciones terroristas, sin más objetivo que causar el mayor número de víctimas, a la vez que provocar la inestabilidad política en el país atacado o colapsar el transporte aéreo y sectores económicos estratégicos. El atentado en el aeropuerto Ataturk es un golpe letal al turismo en Turquía, en puertas del verano, pero el riesgo afecta a cualquier país implicado de una u otra manera en la lucha contra el terrorismo. Aunque aún no hay una reivindicación expresa de la autoría, todos los indicios se dirigen al autodenominado Daesh, que se ve acuciado para compensar con estas masacres la pérdida de territorio ocupado. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de Al Qaida, Daesh ha declarado el califato y para hacerlo creíble es imprescindible conservar territorio y población sobre los que pueda ejercer la soberanía religiosa, social y política que implica la idea de un estado islámico. Por tanto, la recuperación de ciudades como Faluya, Palmira o Sirte no sólo implica una derrota militar, sino también la ruina del proyecto milenarista del islam más intransigente.
El terrorismo sigue siendo la amenaza global más cierta, inminente e indiscriminada de cuantas se ciernen sobre las democracias occidentales y sus aliados. Pero también sobre países musulmanes ajenos a estas alianzas, países que se resisten a caer en la dictadura teocrática de Daesh o Al Qaida. Lo único que cambia es el formato del atentado o las características de los autores (lobos solitarios o grupos organizados, terroristas nativos o terroristas desplazados). La derrota de Daesh exige, más pronto que tarde, una intervención militar en sus feudos mucho más contundente y definitiva, con la finalidad de desmantelar el proyecto califal y sus redes de financiación y suministros. En paralelo, la cooperación internacional debe incrementarse con políticas de convergencia, de las que España es un ejemplo de éxito, que garanticen respuestas comunes de inteligencia, de acción policial y militar y de castigo penal.