- Lo que no puede ser es que un radiofonista pregunte a una ministra de Trabajo si piensa dejar el Gobierno en caso de que ese órgano sea lo que parece y te conteste Antonio Ozores
No sé qué resulta más preocupante en Yolanda Díaz: su comunismo o su incapacidad para terminar una frase. Es opinable, ambas cosas son terribles. Los afectados por lo segundo amargan a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo o de clase. Pero la catástrofe no se extiende. Soy consciente de las palabras que uso, a diferencia de Díaz. Catástrofe. Gran destrucción y daño provocan en su entorno quienes, actuando dentro de la vida social, profesional, laboral y afectiva empiezan a explicar algo y, de manera fatal, saltan a otro tema, del cual, a su vez, vuelven a escabullirse con una pirueta verbal grotesca, para terminar en una afirmación tan extemporánea como disparatadamente ajena a lo tratado. Los atentados sistemáticos a la sintaxis y a la semántica producen un daño acumulativo en los circunstantes. Se les agria el carácter, envejecen más rápido. Mira Sánchez. Es por la falta de sentido.
No descarto que para ciertos especialistas el caso Díaz presente un genuino interés. Pese a los avances indudables en el estudio del cerebro, hay elementos que se resisten al científico. Así la conciencia. Así el lenguaje. Para un estudioso de lo segundo, es una oportunidad inigualable dar con alguien que jamás —insisto, jamás— acierta a hilvanar con éxito nada que contenga una subordinada, ni tampoco una oración que no la contenga pero, por tener más de cinco palabras, le venga larga al sujeto. Sujeta. Lo que no se le ocurre a nadie más que a Sánchez es arrancar a la sujeta de manos de los estudiosos, que tanto provecho habrían obtenido para la ciencia, y ponerla de vicepresidenta del Gobierno y ministra de la cosa de currar. Mira lo que te digo: si el cruel Sánchez —que solo puede incurrir en semejante despropósito por vernos sufrir— la llega a poner de ministra de Cultura, yo lo habría visto interesante.
Sí, porque la cultura es desde 1917 un terreno para la provocación. Además Díaz tiene esa fecha en alta estima, aunque por una razón equivocada. Ella piensa en la Revolución Rusa, ese paso de gigante que dio la humanidad hacia el negro abismo. Yo pienso en el año en que Marcel Duchamp presentó un urinario como obra de arte, cambiándolo todo. Por eso en Cultura sí te compraba de ministra a Díaz. En un caso extremo. Cuando un urinario de porcelana encontrado Dios sabe dónde y bautizado Fuente se codea con la Venus de Milo desde hace más de un siglo, es evidente que las posibilidades de provocar se han reducido y quizá agotado desde hace tiempo. Y es ahí donde Sánchez podía haber estado listo y colocar a Díaz a dar todos los laborables discursos absurdos a la gente del cine, a las universidades, a los de la SGAE y demás. Lo que no puede ser es que un radiofonista pregunte a una ministra de Trabajo si piensa dejar el Gobierno en caso de que ese órgano sea lo que parece y te conteste Antonio Ozores.