- El sanchismo no puede admitir un líder a la izquierda que no sea Sánchez
La cuestión de la contrarreforma laboral no responde al deseo de crear más empleo y de calidad. Es lo que el politólogo norteamericano Alan Abramowitz define como la búsqueda de la identidad a través del conflicto. Los comunistas de la coalición de gobierno tenían que generar un problema con un tema clásico del obrerismo si querían no solo sobrevivir sino recuperar protagonismo.
No valía un punto de discordia sobre el feminismo, ni siquiera con el ecologismo a pesar de la parafernalia de la reunión del G-20. El comunismo redivivo de Yolanda Díaz requiere una plataforma común sobre la que sostener el “frente amplio” que planea. Ese pilar izquierdista para la construcción de su nuevo partido es presentar el empleo como una conquista obrera, no como algo que procede de la buena salud del libre mercado.
Yolanda Díaz y sus comunistas cuentan además con una ventaja: los problemas de Sánchez con la verdad y su mano floja para firmar acuerdos con cualquiera. Tienen el relato hecho gracias a que Sánchez, como diría la periodista Michiko Kakutani, ha sustituido la verdad universal por la verdad individual; es decir, la realidad por la mentira plausible.
El presidente lo ha puesto muy fácil. Firmó un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos sin pensar en sus consecuencias ni en las condiciones para llevarlo a cabo
Los comunistas clásicos que habitan Podemos pueden presentar ahora con mayor facilidad la necesidad de un nuevo proyecto izquierdista basado en la traición del PSOE al pueblo trabajador. El presidente lo ha puesto muy fácil. Firmó un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos sin pensar en sus consecuencias ni en las condiciones para llevarlo a cabo. Luego, con Bildu, para prolongar el falso estado de alarma firmó la contrarreforma laboral. De aquella irresponsabilidad estos contratiempos.
La izquierda se mueve en la emocionalidad, en el “sí se puede” constante. Cree que la voluntad de los que se atribuyen la voz de la mayoría puede aplastar a las minorías, dar la vuelta a la sociedad e imponer leyes en medio del silencio social. Son los socialistas de todo pelaje y condición que sostienen que el progreso es la construcción del Estado moral; esto es, en el que la legislación responda a su ideología en todos los ámbitos, desde lo laboral a las costumbres privadas.
En la izquierda siempre hay un grupo más radical que dice que el otro, más moderado, es un traidor a los principios. Lo mismo ocurre en la derecha. La pureza es un valor primordial en tiempos de la política emocional como los actuales, donde la demagogia y la imagen son suficientes para ganar adeptos.
Sánchez, Pablo Iglesias y el resto de la izquierda española han jugado a eso, al purismo en los principios para llamar a las emociones. Su estrategia para llegar al poder fue el dogmatismo y, por tanto, la exclusión de los revisionistas, los disidentes o los moderados. Juntaron a grupos parlamentarios para negar y destruir, y ahora se encuentran con dificultades a la hora de construir. Es la lógica histórica que se repite.
Tendrán que aceptar que la creación del empleo no es el resultado directo de las conquistas sindicales ni imposiciones gubernamentales, sino el resultado de la buena salud del mercado
Por este defecto, cuando Nadia Calviño ha contado que la Unión Europea no quiere una contrarreforma laboral destructora, han tenido que recular. Quien tiene el dinero manda. Como mucho, simplificarán los contratos, adecuarán la regulación de la subcontratación, equilibrarán las partes de la negociación colectiva, y se basarán en los ERTE para mantener la flexibilidad laboral. Es una reforma técnica, sin más, no una contrarreforma ideológica al gusto de CCOO.
Tampoco servirá ahora el exclusivismo de la izquierda visionaria, que entiende por pluralidad la existencia de distintas sensibilidades socialistas. Tendrán que aceptar que la creación del empleo no es el resultado directo de las conquistas sindicales ni imposiciones gubernamentales, sino el resultado de la buena salud del mercado. Por eso tendrán que hablar con los que Saint-Simon llamaba “productores”: los que generan riqueza con su trabajo e inversión.
Quedará un tema pendiente: la presentación al electorado de la izquierda. Yolanda Díaz dirá que es insuficiente y calentará la cabeza de CCOO y a los clásicos de la lucha de clases. El PSOE lo usará como una demostración de la verdad del giro al centro, de su paso definitivo a la socialdemocracia. Hasta ahí, bien. Sin embargo, el sanchismo no puede admitir un líder a la izquierda que no sea Sánchez. La erosión que la realidad puede hacer al PSOE populista puede ser muy grande, y llevarse entre el 15% y el 20% de los votos.
Un utopía feliz
La estrategia de comunicación de Moncloa será interponer a dos nuevos valores del Gobierno: Pilar Alegría e Isabel Rodríguez para transmitir una idea. El mensaje consistirá en decir que la aspiración de Yolanda Díaz es deseable, que es lo que quiere la “mayoría social”, los “trabajadores y trabajadoras”, pero que no es posible ahora, en este momento de recuperación. Que la justicia que quiere su vecina del quinto, Yolanda, es compartida por todo el vecindario izquierdista, pero que no es el momento.
Esto hará que el discurso del “frente amplio”, de la verdadera izquierda que quieren liderar los comunistas, sea lo que ha sido siempre para la mentalidad socialista: una utopía feliz pero inalcanzable por las circunstancias. Vamos, una imposición de la realidad que ni siquiera Gramsci podría retorcer con su cuaderno.