Teodoro León Gross-ABC

  • Díaz sólo es la administradora del legado de Pablo Iglesias

Hay pocos espectáculos políticos tan cómicos en España como ver actuar a Yolanda Díaz con la petulante convicción de que ella habla por todos los españoles, o casi todos. Yo-Yo-Yo-Yolanda tiende a asumir, en primera persona, la voz de la ciudadanía como si ella fuese la depositaria no ya de sus anhelos sino de sus intereses. Por lo visto, no le dice nada que en su mejor momento alcanzara un 12 por ciento del voto, poco más del 8 por ciento de los escaños. A Feijoo, que ganó las elecciones, suele despacharlo desdeñosamente como un ‘outsider’ fracasado del lado correcto de la Historia, que es el Frankenstein Plus del tardosanchismo. La derrota hoy de su reducción de la jornada laboral –una de esas medidas que le parecen sublimes: más dinero, menos horas, más dinero, menos horas…– tampoco parece decirle nada. Sigue hablando como si una abrumadora mayoría de ciudadanos liderados por ella sufriesen a una élite minoritaria pero despiadada. ¿Qué entenderá por soberanía nacional?

Este engreimiento fatuo de Yolanda Díaz sorprende cuando sólo es la administradora del legado de Pablo Iglesias, que tuvo el hallazgo visionario de interpretar que ella era el relevo indicado. Ya está muy lejos, según todos los sondeos, de los millones de votos morados que heredó: ha dilapidado dos tercios de sus escaños, en su mayoría regalados a Sánchez y otros de vuelta a Podemos. Si pasa de diez diputados será ya mucho, y aún así no llegará al 3 por ciento de la Cámara. Podemos languidece, pero a menudo sirve de espejo a Yolanda Díaz –uno de aquellos espejos deformantes del valleinclanesco callejón del Gato– retorciendo sus propuestas hasta el paroxismo chusco de la caricatura. De hecho, Ione Belarra acaba de proclamar, dándole de su propia medicina, que «defendemos 6 horas de trabajo al día porque basta y sobra». O sea, la jornada de 37,5 sería más propia de la fachosfera que quiere personas dispuestas a «trabajar hasta morir».

Hoy, aunque Begoña Gómez le robe el foco y el fiscal general acapare titulares, aunque la fontanera lidere el ruido con las cloacas internas del PSOE o la mujer de Ábalos retrate la hipocresía moral del sanchismo, ella tendrá otro minuto de gloria. No ya por la enésima derrota parlamentaria, algo bastante inevitable cuando eres sólo la cuarta fuerza del país y en declive irreparable, sino porque volverá el espectáculo de sus lecciones jactanciosas hablando de la derrota de los ciudadanos que merecen algo mejor. En ningún caso aceptará que quienes votan y seguirán votando a otros partidos se reconocen en ellos y en su rechazo. En su realidad paralela –esa en la que denunció el acoso de que alguien le dijese «cada día estás más guapa» en el Congreso, aunque en el verano de 2023 ella le dijese dos veces a Garamendi eso mismo– es la princesa republicana del buen pueblo que planta cara a los oscuros cenáculos de ‘fake’ y puro. Y seguirá mirándose al espejo y preguntándose «espejito, espejito, quién es la más…».