Ignacio Camacho-ABC

  • Si amagas con irte y te quedas, lo único que te espera es primero el desdén, luego el ridículo y al cabo la vergüenza

Pocas cosas hay en la política española más patéticas que el presunto liderazgo de Yolanda Díaz, de profesión sus amagos. Amagó con fundar un partido y aún no ha terminado de crearlo al cabo de tres años. Amagó con una reducción de la jornada laboral que sólo aprobaban los sindicatos y se topó con el rechazo parlamentario. Amagó con una coalición electoral junto al PSOE y sus propios compañeros se la han echado abajo. Y sigue amagando con ponerse muy seria ante la corrupción del sanchismo sin provocar otra cosa que el desdén del P… Amo, sabedor de que ningún ministro de Sumar, y menos aún la propia vicepresidenta, le va a retirar su respaldo a costa de renunciar a su confortable cargo. Entre otras cosas porque no van a encontrar mejor trabajo.

No ha podido controlar a Podemos, ni siquiera ganarse la confianza de Izquierda Unida, y pretende que Sánchez haga una remodelación del Gabinete porque ella se lo exija con la boquita chica. La lumbrera que atisbó en ella a una futura presidenta debe de estar rezando a santa Lucía para que le conserve la vista. Las redes están saturadas de memes burlándose de su sideral cursilería y los suyos no paran de conspirar para sacársela de encima aunque sea empujándola a presentarse en la candidatura socialista. Y estas amenazas de portazo acaban siempre igual: con los destinatarios muertos de risa y ofreciéndole una reunión ‘de coordinación’ como quien le da un caramelo a una niña díscola.

Yolanda sólo coge la puerta para quedarse dentro. Ya pueden salir más casos de mordidas o de acoso que si algo tiene asegurado Pedro es la permanencia de sus socios en el Gobierno. Eso sí, con episódicos ataquitos de repugnancia, mohínes de descontento y pretenciosas requisitorias de mayor rigor ético. Pero tranquilos, que como en el fandango alosnero –aunque me voy no me voy, y aunque me voy no me ausento– no será ella quien ponga en peligro esta benéfica legislatura de progreso. Esos arrebatos de fingida dignidad no son más que accesos pasajeros, fugaces conatos de pundonor que se pasan sin necesidad de tratamiento médico, sólo con reflexionar un poco sobre el frío que hace fuera de los ministerios.

A quién se le ocurre, mujer, coquetear en falso con la idea de romper el Ejecutivo y provocar una crisis que abra paso a la derecha. Hay que aprender del PNV, o de la Esquerra de Rufián y Junqueras, que siempre encuentran el modo de rentabilizar las debilidades ajenas a base de poner cara de asco antes de pasar al cobro la cuenta. Incluso de Puigdemont, otro rupturista de mentirijillas experto en el viejo truco de la cuerda tensa. Pero si dices que te vas y luego te quedas nadie te respeta; lo único que te espera es primero el desprecio, después el ridículo y por último el cachondeo y la vergüenza. Esas situaciones de las que cualquier político, por incompetente que sea, es consciente de que no hay vuelta.