- Milei, al que Sánchez se negó a felicitar cuando ganó y Yolanda puso a parir, le ha dado la vuelta en tiempo récord a la economía argentina con medidas liberales
Un podólogo conservador sostiene que lo mejor para la salud de los pies es un calzado cómodo, que no oprima. Pero otro especialista, de ideas revolucionarias, defiende con convincente pasión que lo mejor para el pinrel es apretarlo al máximo y poner una plantilla de clavos en el zapato, que haga circular bien la sangre. Algunos pacientes acaban creyendo al podólogo rupturista y se entregan a su innovador tratamiento. ¿Resultado? Acaban con el pie destrozado.
Lo anterior es una sencilla parábola sobre la economía liberal y la socialista. Pero aún así, cada cierto tiempo algunos países siguen optando por la plantilla de clavos, en contra de todas las evidencias históricas. Alemania Occidental emergió del destrozo absoluto de la II Guerra Mundial para convertirse en uno de los países más prósperos del mundo y disfrutar de un tranquilo sistema de libertades y derechos. La Alemania del Este socialista se quedó en cambio en la grisura y degeneró en una sociedad claustrofóbica y policial. Corea del Sur sorprende al mundo como un gigante tecnológico y artístico. Corea del Norte es una tiranía paupérrima y militarizada. Los cubanos padecen la miseria de un vetusto experimento socialista. Sus vecinos dominicanos no sufren tan duras privaciones.
Una y otra vez, el invento igualitario no funciona, y además acaba generando castas oligárquicas extractivas. El socialismo no acepta la realidad del ser humano, que no es un serafín angélico siempre solidario, sino que se mueve por el interés. La economía liberal lo asume en su verdad y no capa su iniciativa con cepos económicos estatistas. El Estado debe tener una función, sí, pero limitada y nunca intrusiva. Sin embargo, el socialismo pretende que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre.
Argentina, que fue a finales del XIX y comienzos del XX un faro de progreso y uno de los países más ricos del mundo, enfermó en los años cuarenta de peronismo, también llamado «justicialismo», en alusión a su supuesta justicia social. La apuesta por la subcultura de la subvención, unida a la inseguridad jurídica y la extensión del chanchullo y el soborno, enfermó al país. De cuando en vez estallan crisis terribles, y entonces el pueblo se aparta brevemente del peronismo. Pero la tentadora proclama socialista de Robin Hood, «robar a los ricos para dar a los pobres», siempre cuenta con su parroquia de fieles y el justicialismo acababa volviendo al poder en diversas reencarnaciones.
La apuesta por el estatismo asistencial resultó calamitosa. Llegadas las elecciones de finales de 2023, la inflación era del 140%, el 40% de la población se encontraba sumida en la pobreza y las arcas públicas boqueaban, con la deuda descontrolada.
Javier Gerardo Milei, un economísta liberal cincuentón apodado ‘El Loco’, de ideas claras y talante polvorilla, propuso a la sociedad argentina asumir la cirugía liberal para acabar de una vez con una crisis endémica. Los argentinos, sabedores de que habían tocado fondo, le dieron su confianza, con un 55,6% de los votos, y Milei cumplió lo prometido. Sacó su motosierra para rebanar la grasa del obeso mórbido peronista.
La victoria de Milei fue acogida con sumo desprecio por nuestro presidente socialista, que ni le transmitió la elemental felicitación que impone la buena educación, y más entre países hermanos. La vicepresidenta piji-comunista de nuestro Gobierno, Yolanda Díaz, salió presto a compadecerse de los pobres argentinos: «Es un día triste para el bloque democrático en todo el mundo. Mucho ánimo al pueblo argentino que hoy siente incertidumbre y miedo». Curiosa lectura de la democracia la de esta señora, pues Milei obtuvo una mayoría absoluta arrolladora, mientras que ella disfruta de las prebendas de poder -Falcon, escoltas, pisazo en el Viso y berlina oficial- con solo un 12% de los votos.
¿Y qué ha pasado con el peligroso extremista que provocaba «incertidumbre y miedo» a nuestra Yolanda? Pues que la inflación del 140% ha caído al 1,5%, como bien recordaba aquí ayer el profesor Riera, el rey del dato. La economía crece un 5,9% respecto al primer trimestre del año pasado, aumenta el consumo privado y las cuentas del Estado, que estaban en semiquiebra, presentan ahora un superávit primario.
Milei no es perfecto, algunos de sus ramalazos caudillistas son excesivos y personalmete prefiero un estilo político menos histriónico y populista. Pero su tratamiento de choque liberal ratifica de nuevo una verdad más antigua que la túnica de Platón: el socialismo no funciona.
Sin embargo, aquí nos lo tenemos que tragar. Vivimos en un Estado socialista, impuesto por un ególatra de opípara clase media, que nos fríe a impuestos y nos recomienda mediocridad e igualación a la baja mientras que él, por ejemplo, envía a su primogénita a estudiar a una universidad del Reino Unido y veranea gratis en los palacios del patrimonio público.
Ante el éxito de Milei, una amiga me plantea una objeción izquierdista: «Los datos macro son buenos, pero se ha cargado las ayudas sociales». Una vez más no se entiende nada. ¿De qué sirve la paguita con un 140% de inflación, que es el impuesto de los pobres y los machaca? La mejor justicia social es el éxito de la iniciativa privada (los beneficios de las empresas y su expansión). Pero en España, que se ha convertido en un país de funcionarios, eso no mola. Hasta PP y Vox respiran socialdemocracia felipista en materia económica. Solo Aznar se atrevió a asomar un poco la patita liberal. Nuestra tozuda querencia por el modelo PSOE explica misterios como nuestro histórico problema de paro y el minúsculo tamaño de la mayoría de las empresas.