RAFAEL MOYANO – EL MUNDO – 22/07/17
· El fútbol es pura contradicción. Un deporte tan bello y elegante que se transmuta en tosco y vulgar con suma facilidad. Para comprobar la inocencia natural del fútbol basta con presenciar un partido de prebenjamines. Les echas un balón y los niños corren como conejos detrás de él con el único fin de hacerlo suyo para meterlo en la portería. Balón, portería, gol, las tres palabras iniciáticas de este deporte.
Pronto aprenden la siguiente, equipo, y por necesidad, aparece otra, contrario. Es aquí cuando empiezan a ponerse en juego los valores, porque hay que entender que se trata de un deporte colectivo en el que el rival aspira a lo mismo que tú. Pronto el fútbol pierde algo de su nobleza, cuando el niño aprende reglas básicas: a gritar cuando apenas le han tocado, a desmayarse de dolor cuando hay que perder tiempo porque vas ganando, a pisar al contrario sin que se vea para que no pueda saltar en el córner, a reclamar el saque de banda cuando sabe que ha sido él quien la ha echado fuera… Todo vale, el fin, la victoria, es lo importante.
Escribía Pasolini (su asesino ha muerto esta semana) que «el fútbol es el único gran rito que queda en nuestra época». El cineasta, un enamorado del fútbol que se sentía un bicho raro («los deportistas están poco cultivados y los hombres cultivados son poco deportistas»), teorizó sobre el fútbol prosaico (el italiano) y el poético (el brasileño), y se decantaba por el segundo: «Los momentos del gol son exclusivamente poéticos».
Cuarenta años después el fútbol sigue siendo algo sagrado, aunque ha perdido algo de su poesía. Existe un relato épico de la grandeza de este deporte, pero también esconde un mundo lleno de miserias. Sí, es grande cuando explota su plasticidad, cuando ves una internada imparable de Messi, un regate de Isco, un control de Iniesta. Es bello en el campo, hasta que afloran los bajos instintos, y cada vez más feo fuera de él. Ángel María Villar fue futbolista antes que presidente. Centrocampista aseado, jugó diez años en Primera División, en el Athletic, y fue más de veinte veces internacional. No es mal currículo para alguien al que se recuerda por el bajo instinto de agredir a Johan Cruyff.
En sus 29 años como dirigente, España ha sido campeona del mundo y de Europa, el fútbol español ha alcanzado la cima, pero se le va a recordar como el paradigma de la corrupción en el deporte. Tantos años dan para desbancar al «pablo, pablito, pablete» de José María García y para mucho más, para todo lo que la policía judicial le encuentre mientras se pasa el verano en la cárcel. Muy por encima del juego sucio, lo más zafio del fútbol está en los despachos.
RAFAEL MOYANO – EL MUNDO – 22/07/17