ABC-JON JUARISTI

PROVERBIOS MORALES. No todas las ideas son defendibles en una democracia

ALGÚN día, el Falcon 900B, símbolo de una legislatura chunga y bolivariana, terminará como reclamo de un motel de carretera manchego. O quizás en Cogollos, donde los vientos de la estepa burgalesa desguazaron el yate Azor, del que Felipe González se encaprichó por una temporada, no sé si para sentirse como Franco o como don Juan de Borbón, que subió a bordo una vez, en aguas no territoriales (y no para pescar atunes, precisamente). Algunas de las metopas que adornaron sus paredes fueron a parar a un asador cántabro y otras se subastan de vez en cuando en internet. Así pasa la gloria del mundo.

Temo hablar de Sánchez, que lo gafa todo. Ha gafado incluso a los indepes, y, entre ellos, muy en particular, al pobre Oriol Junqueras, del que nadie parece recordar que cumplirá los cincuenta dentro de mes y medio. Lo que algunos llaman ya su suicidio penal ha sido tragicómicamente propiciado por Sánchez, en dos tiempos tan rápidamente sucesivos que parecen sincrónicos: primero, alimentando la expectativa de un indulto; después, rompiendo abruptamente con Torra. Sólo así se explicaría la aparente psicosis autodestructiva de Junqueras al tratar de convertir el juicio al golpe en un juicio político contra el Estado (lo que ha aterrado al resto de los procesados). Ha creído que existía la esperanza razonable de un indulto antes de comprobar, de repente, que no existe ya esperanza alguna.

Este Junqueras de 2019 me ha recordado al Mario Onaindía del Proceso de Burgos de 1970, hace casi medio siglo (cuando Oriol tenía un añito). Los etarras procesados y sus abogados intentaron hacer del consejo de guerra un juicio político contra el régimen franquista, y a Onaindía le tocó montar el número final, como todos los de mi edad recordamos. Se pedía pena de muerte para Mario y otros cinco de sus compañeros. Estaban seguros de que no tenían nada que perder y actuaron en consecuencia con sus expectativas o con su falta de expectativas. Para su sorpresa, Franco los indultó.

Con el tiempo, Mario Onaindía terminó sus días como senador del PSOE y perseguido por ETA. A los dirigentes de su partido que recomendaban utilizar con los terroristas, como con los mulos tozudos, la táctica del palo y la zanahoria, Mario les solía decir: «De acuerdo: el palo para romperles la crisma y la zanahoria para metérsela como un supositorio». Pero como para los demás la zanahoria era sinónimo de apaciguamiento, la traducían con el mantra más oído de los últimos cuarenta años: «Todas las ideas son defendibles en una democracia, donde cabe incluso luchar por la independencia o la autodeterminación, siempre que sea por medios pacíficos».

He dicho que Junqueras me recuerda al Onaindía de hace medio siglo. Incluso (y sobre todo) en su complexión pícnica, que, no sé por qué, parece otorgarle un plus de bonhomía. Pero, a sus cincuenta años, la edad actual de Junqueras, Mario se había despabilado bastante. Ya no creía que todas las ideas fueran defendibles en una democracia. Joseba Arregui, que venía del PNV y del Gobierno Vasco, mantenía, por su parte, que ETA había hundido el secesionismo. Nadie con un mínimo de decencia, afirmaba, puede sostener esa posición.

En su intervención ante el Tribunal Supremo, Junqueras ha recurrido al mantra contrario, al de que todo es defendible en democracia, es decir, a la intragable zanahoria, que ya lo era antes de que ETA, según Arregui, la desacreditara con sus asesinatos. Y es que el independentismo no es indefendible porque se hayan cometido asesinatos invocándolo, sino porque la sola invocación del independentismo divide las sociedades y provoca violencia asesina a corto plazo, como bien sostuvo Mario Onaindía.