- Nada hay de extraño en que el dictador venezolano le otorgue sus arrumacos. Ni que Delcy, la de Barajas, lo acoja como a su «príncipe». Son personajes, los tres, perfectamente intercambiables. En calidad moral como en caletre
«Era tonto y se hizo malo». Ni un matiz cabe añadir al retrato propuesto por Arturo Pérez-Reverte. Es el glacial espejo de José Luis Rodríguez Zapatero: el hombre que llegó a la Moncloa aupado por el peor crimen de la España contemporánea, el hombre cuya presencia las autoridades estadounidenses proponen vetar en su territorio como agente del narcodictador Nicolás Maduro.
Pero, ¿es que puede existir un tonto bueno? Platón expresó sobre eso serias dudas. Malos inteligentísimos, los registra la historia a paletadas. Los tontos en igual medida criminales constituyen la más monótona y funesta cuadra de nuestra especie.
¿«Tonto, Zapatero»? Las fichas que mi entomológica curiosidad por los políticos fue acumulando reseñan, en este medio siglo español, pasajes gloriosos. Ninguno tanto como la exquisita definición que aquel accidental presidente diera de lo que, con autorizado criterio, entendía él por ideología: «Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica». El gran Destutt de Tracy, que en 1804 acuñó el término, se hubiera postrado en devota adoración ante semejante talento. Los cinco volúmenes que despliegan prolija estrategia en sus Éléments d’idéologie quedan maravillosamente arrumbados por el axioma del fortuito presidente. Con tres palabras y un signo aritmético, basta: «ideología = idea lógica». Un límpido monumento a aquella navaja de Ockham en la cual aprendimos a no multiplicar las entidades innecesariamente. Tampoco las lecturas.
En la sobria perspectiva que da casi un cuarto de siglo, ¿podemos juzgar aquella fina reflexión del «bobo solemne» (copyright Rajoy) como fruto de esa impudicia propia a quien ni siquiera sospecha su abismal ignorancia? Podemos. Pero no hay estupidez que sea sólo estupidez. En las palabras de un necio con poder, es otra cosa más desagradable la que acecha. Sigamos leyendo aquel hilarante prólogo del año 2003. Conclusión aleccionadora: «Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas».
¿Sobre qué, pues, podrá asentarse una acción política que ha sido declarada –¡pobre Destutt!– ajena a racionalidad formalizable? Elemental: tan sólo sobre una creencia. Y, en sublime versión de andar por casa de la aterradora teología política schmittiana, el entonces aún divertido aspirante a la presidencia proponía nuevo asiento doctrinario para el decaído partido socialista: trocarse en salvífica secta, asentada sobre «el amor por el bien, un ansia infinita de paz, y la mejora social de los humildes».
Como era lógico, una política que aborrece la racionalidad en el nombre de los buenos sentimientos, necesario era que acabara en ruina. Pero esa ruina lo fue, como sucede siempre, la que arrasó a los venerados «humildes» a cuyo amor había consagrado su irracional fe el presidente. Esa ruina fue la de todo el país. No la de Zapatero. Centrifugado de la política, el catastrófico expresidente se forjó un éxito blindado en los negocios: desalmado territorio en el que poco cuentan amores humanitarios o ansias inconmensurables de benevolencia. A la sombra de Maduro, un tirano de retórica tan bobamente solemne como la suya. Nada hay de extraño en que el dictador venezolano le otorgue sus arrumacos. Ni que Delcy, la de Barajas, lo acoja como a su «príncipe». Son personajes, los tres, perfectamente intercambiables. En calidad moral como en caletre.
Por cierto que fue aquel mismo genio quien descubrió en Irán los discretos encantos del yihadismo, que Sánchez revive ahora en su filial Hamás. Cito, de nuevo, al entonces gurú y hoy nuevo rico caraqueño: «Alianza de Civilizaciones… es un modo de decir que todos los individuos, países, culturas, religiones y civilizaciones del planeta pueden ponerse de acuerdo en un punto elemental: el terrorismo y lo inhumano». Todos los países. Menos Israel, naturalmente.
Al cabo, pongamos un matiz minúsculo al axioma de Pérez-Reverte. «Era tonto y se hizo malo», sí. Pero es que «tonto bueno» es un oxímoron.