Gabriel Albiac-ABC
- Fue el inicio de un idilio. Tan material como las maletas de Delcy. El idilio dura
Todas las dictaduras fingen consultas populares: en su código genético va proclamar sus populismos más democráticos que cualquier democracia. A ninguna le molesta hacer el ridículo al exhibir sus resultados. ¡Enormes! Así, en la Málaga de mi adolescencia, los resultados del referéndum franquista, enarbolados frente al mar en colosales luminosos, debieron matar de envidia al Sultán del otro lado de la charca. A ninguno de los gestores de aquella magnificencia pareció ocurrírsele sumar las cifras; y comprobar que daban algo más de un cien por ciento. Fue muy comentado. Pero también juzgado muy lógico: puestos a hacer el ridículo, mejor a lo grande.
El madurismo venezolano ha inventado un nuevo modelo. Inverso y admirable: llamar éxito a una abstención del 70 por ciento. La oficial: la de verdad, mejor ni imaginarla. Rara vez una dictadura tuvo una ocurrencia así. Por si la euforia de Maduro no fuera bastante, ahí está el pasmo fraterno de aquel a quien un maldito 11 de marzo aupó a la presidencia española: Rodríguez Zapatero.
Que Zapatero haya proclamado su «deseo de que la Unión Europea haga una reflexión después de estas elecciones que evalúe lo que ha dado de sí la política de sanciones, especialmente la política del presidente Trump o la política de no reconocimiento», es muchísimo más estupefaciente de cuanto pueda serlo el zombi delirio que lleva a una dictadura asesina a erigir en triunfo una participación del 30 por cinto. Lo segundo es idiotez caudillista: y de eso hay sobredosis en la narcorrepública que puso en pie Chávez y gestiona Maduro. Pero, ¿cómo dar razón de lo primero? Puede -y más que puede- que Zapatero fuera, al llegar accidentalmente a La Moncloa, una versión muy extrema del Peter Sellers de «Being There», pero es ahora un ex primer ministro español. Y cualquier indignidad en la que se enredara envilecería al Estado y avergonzaría a la nación. ¿Por qué asumir tal riesgo?
Hemeroteca. Diario «El País», ayer hizo diez años: «Un acuerdo de venta de patrulleras y aviones de transporte españoles a Venezuela hizo saltar las alarmas en la Embajada de EE.UU. en Madrid, en cuyas comunicaciones con Washington queda reflejado el enfrentamiento que esa operación provocó entre Miguel Ángel Moratinos, ministro de Exteriores, y José Bono, titular de Defensa. EE.UU. presionó insistentemente para evitar que se cerrase el acuerdo, que se convirtió en uno de los principales obstáculos para la normalización de las relaciones entre España y EE.UU. tras la retirada de las tropas españolas de Irak». Al final, ganaron Bono y Zapatero. Las patrulleras -cuya tecnología militar estadounidense codiciaba Rusia- fueron vendidas a Chávez. El conflicto diplomático con Estados Unidos fue majestuoso. Y muy caro.
Fue el inicio de un idilio. Tan material como las maletas de Delcy. El idilio dura. Pero un idilio así nunca es gratis.