La táctica del palo y la zanahoria ha quedado invertida: era Batasuna la que jugaba con el Gobierno. Este Gobierno vive en la inopia. Por fortuna, el sistema democrático es algo bastante más complejo y sólido que las cabriolas de los aventureros. La presión de la opinión pública para impedir el disparate de autorizar el mitin de una organización terrorista acaba de confirmarlo.
LA democracia es un sistema de tenso equilibrio de poderes que permite a la sociedad protegerse de los atropellos del Gobierno, incluyendo las insensateces de los líderes iluminados. Ha vuelto a quedar demostrado tras el desenlace judicial del vodevil montado por el Gobierno a propósito de la obscena provocación de Batasuna. Porque en esta ocasión todo parecía conspirar para que el brazo político de ETA se saliera con la suya: el cansancio y aburrimiento de la ciudadanía ante el lamentable y sectario espectáculo dado todos los días por los partidos políticos (sin excepción) y sus púlpitos mediáticos, las complicaciones y paradojas del sistema judicial español, y los efectos dormitivos de las voces supuestamente pragmáticas partidarias de tolerarlo todo a Batasuna porque tal debe ser el precio de la paz (precio, claro, que pagamos todos, no sólo el obispo, el periodista o el cargo político que susurran: acepta la factura).
Gracias al juez Grande-Marlaska, la cosa ha quedado meridianamente clara, como pudo verse en la rectificación a toda marcha de don José Blanco, el ínclito jurista. Milagros de la jurisprudencia: los «ataques al proceso de paz» se transforman en «defensa de la democracia» de un día para otro… Mejor así, aunque, lamentablemente para el PSOE y la izquierda española en general, las hemerotecas inmortalizarán los inauditos disparates emitidos desde el Gobierno y el partido adyacente para convencer a la opinión pública de las bondades de la conculcación de la legalidad.
Dado que el responsable de ejecutar la prohibición judicial es el Gobierno vasco, lo más probable es que Batasuna acabe protagonizando algún tipo de acto mañana. Pero esa ya es otra cuestión. Lo que realmente importaba se ha conseguido, a saber, impedir la burla y la humillación pública y consentida del sistema constitucional. El Gobierno también ha salido beneficiado a su pesar, porque ya no se pondrá en ridículo justificando por el mundo por qué tolera a un grupo incluido en la lista europea de organizaciones terroristas.
Ahora bien, los motivos y objetivos de Batasuna los entienden hasta los párvulos, pero ¿qué perseguían el Gobierno y el Partido Socialista cediendo a las provocaciones de estos perdonavidas? No es imposible que se hayan tragado el bulo de que Batasuna pensaba realizar un anuncio sensacional relativo al fin del terrorismo, como que ETA habría decidido dejar las armas a cambio de alguna cosilla menor, como un Estatuto nuevo. Al fin y al cabo es el mismo Gobierno que lleva meses insinuando la inmediatez de ese anuncio sensacional que nunca llega, y que quizás nunca llegue. Un Gobierno esperanzado en que esa declaración de paz compense cualquier dislate previo, porque la opinión pública arde en deseos de asistir al fin de ETA. Un malentendido, porque la mayor parte de esa misma opinión no está dispuesta a ceder cualquier cosa para conseguir satisfacer ese legítimo deseo.
¿Y eso es todo? No. Hay razones para pensar que algunos dirigentes socialistas no le hacen ascos a la perspectiva de compartir gobierno vasco con matones como Otegi, Permach o Barrena, una vez pasados por el blanqueo democrático de la relegalización. El PSE podría encontrar en esa Batasuna refundada un socio «de izquierdas» no mucho peor que ERC. Echen cuentas: una vez abandonada la estrategia constitucionalista de alternativa PSE-PP al nacionalismo (abandono favorecido también por el sectarismo histérico de muchos «populares»), el PSE sólo puede ser alternativa al PNV en una alianza con Batasuna y algún oportunista adicional como EA o Madrazo. La fórmula del sedicente tripartito de izquierdas catalán trasplantada a Euskadi, y lo que cuelga: c´est tout. En cualquier caso, la amenaza de esa Triple Alianza obligaría al PNV a moderar pretensiones y asociarse con nosotros, parecen pensar en Ferraz y La Moncloa.
El problema no radica sólo en disfrutar de un estómago capaz de soportar la náusea consiguiente, sino también en que resulta otra versión socialista del cuento de la lechera. Primero, es totalmente iluso esperar que Batasuna haga algún anuncio que vincule u obligue a ETA sin el permiso de ésta. Segundo, pongámonos extremadamente benevolentes y admitamos que Batasuna realmente pueda y quiera hacer alguna declaración creíble y aceptable. En tal caso, basta con una rueda de prensa para hacer público el anuncio, y remitirlo certificado adonde corresponda. Pero si Batasuna pone la prevaricación del Gobierno como precio de una declaración «pacificadora», entonces hace evidente que no tiene la menor voluntad de aceptar las reglas elementales de la democracia. El panorama que se perfila es bastante diferente: ETA-Batasuna no piensa disolverse ni refundarse a cambio de un nuevo Estatuto, como aceptan tácitamente los partidarios de tolerarles, sino que todo lo más persigue dejar el terrorismo parcialmente, con ovación, vuelta al ruedo y salida por la puerta grande. Y con las orejas y el rabo del constitucionalismo, claro está.
No es concebible que el Gobierno y los responsables actuales del PSOE ignoren todo esto. Tampoco que sean una panda de traidores dispuestos a entregarse al terrorismo y destruir España, como repiten maniáticamente los medios hostiles. ¿De qué se trata, pues? La respuesta hay que buscarla en el ámbito intelectual: tenemos un Gobierno dominado por personas que no admiten que las palabras, las leyes y los actos tengan un significado principal, sino que más bien conciben éste como una nube gaseosa de connotaciones flojas que van de aquí para allá. En ese estado mental, la idea de legitimidad se convierte fácilmente en la de anomia: prohibido prohibir, la ley se aplica según a quién y según convenga, un reglamento antitabaco es más trascendental que la Constitución, etcétera. Y todo indica que el Gobierno de Zapatero cree posible cabalgar a lomos del terrorismo etarra, como ha creído posible montar en su beneficio al burro nacionalista catalán.
La verdad es que la táctica del palo y la zanahoria ha quedado invertida: era Batasuna la que jugaba con el Gobierno, y no al revés. Este error de juicio revela otro más general y preocupante: que este Gobierno vive en la inopia. Entre la anomia y la inopia, tanto buenismo y tanto optimismo mágico pueden acabar echando por tierra ya no al arriesgado jinete, sino al sistema democrático en su conjunto. Por fortuna ese sistema, como la nación española realmente existente (la constitucional), es algo bastante más complejo, sólido y arraigado que las cabriolas de los aventureros con pretensiones magistrales. La presión de la opinión pública para impedir el disparate de autorizar el mitin de una organización terrorista acaba de confirmarlo.
(Carlos Martínez Gorriarán es profesor de Filosofía en la Universidad del País Vasco)
Carlos Martínez Gorriarán, ABC, 20/1/2006