Gabriel Albiac-El Debate
  • Caído el peón Bolaños por «malversación y falso testimonio», la siguiente pieza sobre el tablero sería Begoña Gómez. Tras ella, con alta probabilidad lógica, vendría su esposo. Y de ello se seguiría la mayor crisis de Estado desde 1978

Bolaños es el árbol de engranajes de la compleja relojería que, desde el motor de la Moncloa, debe garantizar la transmisión precisa de los movimientos cuya ejecución al unísono armoniza una máquina que no admite fallo sin desencadenar el colapso. El ministerio de «presidencia, justicia y relaciones con las cortes» tiene, en efecto, como misión específica articular el vértice ejecutivo, que da cuerda al reloj del poder, con esas ruedas primordiales que son los otros dos poderes que constituyen el Estado.

En un sistema parlamentario puro, los tres engranajes son independientes. E incluso contrapuestos, para mejor equilibrarse. Y armonizarlos exige una extremada sutileza, a la cual es convención llamar política. En el actual sistema español, el Poder Judicial es señalado por el Ejecutivo como un enemigo a destruir. Y el Parlamento, considerado como poco más que un apéndice del gobierno cuyo jefe incluyó en las listas del partido ganador a sus hombres de confianza. A esos tales hombres de confianza, se limita el presidente a transmitir sus órdenes. Es función de Bolaños dar instrucciones muy claras al Parlamento de qué sea lo que el Caudillo espera de él. En esa fagocitación del Parlamento por el Gobierno, no hay nada más que un sujeto que, a través de Bolaños, dicta sus providencias: Pedro Sánchez.

El juez Peinado transmitía ayer al Tribunal Supremo su solicitud de procesamiento contra Félix Bolaños. De aceptarse su petición, el conflicto de poderes entraría en su momento límite. La enorme potestad de la que el ministro de la Presidencia está dotado proviene, paradójicamente, de su ausencia de potestad específica. El ministerio que Bolaños ejerce carece de autonomía de ningún tipo. El ministro de la presidencia existe sólo para transmitir las providencias del presidente del gobierno y proveer los modos en los que jueces y Parlamento hayan de someterse a ellas.

Ese vacío de contenido del cargo, que hace del ministro un vicario del hombre que ejerce el poder supremo, es, al mismo tiempo, su más inexpugnable coartada: nada de lo que legalmente ejerza es acto suyo; apenas si es la transmisión que un mayordomo vehicula fielmente del arbitrio de su señor. Si alguien delinque en la ejecución de lo transmitido, no es el mayordomo; es el amo. Si los servicios que a la cónyuge del amo ha proporcionado el mayordomo han de ser objeto de investigación judicial, a nadie se le ocurrirá responsabilizar al fámulo de las órdenes que directamente le han sido dadas por el único que puede hacerlo.

En el momento en el que José Luis Ábalos despliega su nueva línea de defensa, entregar los negocios de José Luis Zapatero y Pepiño Blanco a cambio de salvar a Sánchez y de que a él Sánchez lo salve de lo más duro en su previsible condena, el traspiés de Bolaños se revela crítico. Si el juez ve indicios suficientes de delito en los favores conseguidos por el ministro de Presidencia en favor de los negocios privados de Begoña Gómez, el duro esfuerzo del coleccionista de sobrinas resultaría estéril. Zapatero y Blanco podrían caer, arrastrados por los oscuros negocios —en particular venezolanos— que Ábalos tan bien conoce. Pero el flanco de los beneficios conyugales seguiría abierto, en un frente claramente diferenciado del que afecta a la trama económico-sentimental de Ábalos y Koldo. Caído el peón Bolaños por «malversación y falso testimonio», la siguiente pieza sobre el tablero sería Begoña Gómez. Tras ella, con alta probabilidad lógica, vendría su esposo. Y de ello se seguiría la mayor crisis de Estado desde 1978.

Las cabezas de Zapatero más Blanco, a cambio de la de Sánchez: la jugada era brillante. Seguirá siéndolo si el procesamiento de Bolaños queda fallido. Pero, eso sí, si el ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes cae, la última línea de defensa de Pedro Sánchez se habrá roto. Lo que venga luego, da vértigo.