Ramón Gorriarán, EL CORREO, 3/2/12
Deja el PSOE sumido en la mayor crisis de su historia reciente tras haberlo llevado al Gobierno desde la oposición
Han pasado 12 años desde que José Luis Rodríguez Zapatero se hizo con las riendas del PSOE en el 35 Congreso. Con el partido sin rumbo tras la arrasadora victoria de José María Aznar, asumió el liderazgo y contra pronóstico devolvió a los socialistas al poder tras solo cuatro años de atípica oposición. Ahora se va a su casa con el PSOE sumido en la peor depresión de su historia reciente.
Este fin de semana en Sevilla no solo se dilucida si Alfredo Pérez Rubalcaba o Carme Chacón será el próximo líder. El cónclave despedirá a Zapatero, apenas mencionado en estos días, pero responsable último de la calamitosa situación de su partido. Tendrá, pese a todo, una despedida cariñosa y no se irá entre el oprobio que suele acompañar en la política a los perdedores por goleada. Van a pesar más en la balanza los momentos de gloria que los de derrota.
El expresidente sorprendió a propios y extraños cuando aquel 22 de julio de 2000 se dirigió a los asistentes al Congreso del PSOE con un optimista «no estamos tan mal». Una frase que sonó como un aldabonazo en medio de un mar de pesimismo. Cuatro palabras que, quizá, cambiaron el sentido de la historia de los socialistas y atropellaron a José Bono, el gran favorito para hacerse con el timón de las siglas. Zapatero, con un equipo joven y poco conocido, era el secretario general del PSOE y desplegó un estilo nuevo de hacer política. Cambio tranquilo, humildad, talante, diálogo y pacto eran términos que estaban siempre en su boca en la oposición a Aznar.
La confrontación a cara de perro se quedó para los asuntos con respaldo social incuestionable, la guerra de Irak o el desastre del ‘Prestige’. Se apuntó un tanto al firmar con el PP el acuerdo contra el terrorismo en diciembre de 2000, apenas cinco meses después de convertirse en líder de la oposición.
Golpes de efecto
Su primer mandato fue una sucesión de golpes de efecto: retirada de Irak, profundización de los derechos civiles, diálogo con ETA y reformas estatutarias. Unas le salieron bien, pero no fueron suficientes para contrarrestar el efecto de las que salieron mal: las conversaciones con los terroristas y el Estatut de Cataluña. Dos hechos que, a juicio de un amplio sector de dirigentes socialistas, impidieron un triunfo concluyente en 2008 y una mayor estabilidad en el segundo mandato. La última legislatura fue la del desastre por un diagnóstico tardío y equivocado de la crisis, que además lo tapó todo. Zapatero no pudo siquiera capitalizar el anuncio de ETA del final de la violencia.
Por el camino se desmembró su equipo y se hundió su imagen. De los colegas de la primera hora solo José Blanco, Trinidad Jiménez, Leire Pajín y Carme Chacón llegaron con él al final del trayecto. Entre medias abandonaron o fueron expulsados del barco Juan Fernando López Aguilar, Jordi Sevilla y Jesús Caldera. También prescindió de colaboradores muy estrechos, como Pedro Solbes, María Teresa Fernández de la Vega y Miguel Ángel Moratinos.
Achicharrado en todos los frentes, Zapatero anunció el 2 de abril un secreto a voces: no sería el candidato del PSOE. Una decisión con la que abrió el telón de una operación interna de relevo que recibió muchos calificativos menos el de ejemplar. Cedió el testigo a Alfredo Pérez Rubalcaba sin permitir que Carme Chacón lo disputara, y el resto es historia sabida. Los socialistas perdieron el 22 de mayo su poder autonómico -solo mantienen Andalucía y País Vasco- y casi todo el municipal. En las generales, los socialistas besaron el suelo de los 110 diputados, 15 por debajo de los logrados por Joaquín Almunia en 2000.
Un panorama que, para muchos afiliados, ha colocado al PSOE en el umbral de ser una formación política irrelevante si no encuentra enseguida un revulsivo que frene y levante la deriva del partido. El «no estamos tan mal» de Zapatero hace 12 años no sirve porque ahora los socialistas sí están mal.
Ramón Gorriarán, EL CORREO, 3/2/12