- Y no, el Partido Comunista de China no ha sido el gestor del mayor genocidio de la segunda mitad del siglo XX. No. Ha sido una fuerza de liberación, que se vio obligada a apartar del camino ciertas escorias humanas que la estorbaban
China, como mujer frente al hostil mundo-macho: la tesis de José Luis Rodríguez Zapatero está a la altura de lo que cabía esperar de su excelencia. No invento. Ni interpreto siquiera. Cito esta encendida metáfora, que aquel que un día fue presidente por sorpresa acaba de poner ahora en librería: «Los hombres se sienten asediados por los avances en derechos de las mujeres… y las potencias económicas históricas se sienten asediadas por el poderío tecnológico chino». Tal para cual: asedio por asedio, la China igual que las mujeres.
En 1972, el gran John Lennon recuperaba una vieja fórmula del irlandés James Connolly, «la mujer trabajadora es la esclava del esclavo», para construir una de las bellas canciones de su álbum Some Time in New York City: «La mujer es el negro del mundo». Que cerraba en desolada letanía: «la hacemos pintarse la cara y bailar, la hacemos pintarse la cara y bailar…» ¿De qué color soñará pintar la cara de Xi Jinping Zapatero? Para que su desolación de mujer maltratada, de «esclava del esclavo», se trueque hoy en esplendor de musa libre.
El paso del tiempo es una incitación a la melancolía. Guardo, no sé si por milagro o masoquismo, cierto hilarante volumen en mi biblioteca. Recuerdo haberlo adquirido en Nápoles, allá por el año 2006. Lo editaba la prestigiosa Feltrinelli y lo firmaba el entonces presidente español, aunque, como es costumbre en ese gremio, había sido redactado por los dos periodistas italianos que lo entrevistaban. Página 81: «El mundo actual es mejor que el de hace cincuenta o cien años. Es verdad que persisten hambre, pobreza, agudas diferencias sociales y territoriales, junto a fundamentalismos y terrorismo, además de conflictos armados en diversos lugares del planeta. Pero jamás en la historia de la humanidad vivió tanta gente en paz, en libertad y en condiciones de bienestar. Es algo que ha podido suceder porque hubo y hay millones de personas en todo el planeta que les dicen a los conservadores y a los reaccionarios que un mundo mejor es posible. En definitiva, yo creo en el optimismo de las ideas y de la voluntad». ¡Aleluya!
Diecinueve años más tarde, el mismo sujeto, mutado en opulento mediador de notorios dictadores, parece haber dado con la ubicación geográfica de esos millones que combaten contra reaccionarios y conservadores: la perseverante China de los lao-gai, versión local del Gulag en el intemporal genocidio del partido comunista chino: unos 50 millones de inquilinos sólo. Y lo formula con claridad envidiable: «Si tanto nos molesta la falta de democracia, ¿cómo es posible que les sigamos comprando? La imagen de China como rival se ha construido desde la disputa de la hegemonía económica con Estados Unidos». En román paladino: la desalmada dictadura del régimen con mayor número de ejecuciones de pena de muerte es una vil propaganda comercial del imperialismo yanki. Y la épica de aquel heroico Zapatero que se atornilló, despreciativo, a su silla ante el desfile de la bandera estadounidense en Madrid recupera su brillo.
Pero volvamos a la entrevista italiana de 2006. Y, en ella, a la síntesis de la «inspiración» familiar del presidente del gobierno entonces, lo que él llamaba su ADN ideológico: «el amor por el bien, un ansia infinita de paz, la mejora social de los humildes». Conmovedor. Tanto como su hallazgo de eso, al cabo de dos decenios, en la arquitectura social del liberador régimen de Xi, que el imperialismo norteamericano ha venido pérfidamente ocultándonos: «China no es expansionista… no aspira a transformar nuestro color político ni a derrocar gobiernos, sus políticas internacionales están planteadas desde el punto de vista de un orden multilateral. Nuestra mirada hacia China debe ir cambiando desde la desconfianza, la confrontación, la rivalidad y el temor hacia las políticas de colaboración». ¡Más Aleluya!
Y no, el Partido Comunista de China no ha sido el gestor del mayor genocidio de la segunda mitad del siglo XX. No. Ha sido una fuerza de liberación, que se vio obligada a apartar del camino ciertas escorias humanas que la estorbaban. «El Partido Comunista chino reivindicó la independencia sobre la que fundamentan sus ideales y que nunca más volverían a ser una colonia, ni a ser dominados» (perdone el lector que mantenga los originales horrores de concordancia). Depurar a unos cuantos millones de rémoras humanas para limpiar ese camino, es un precio razonable. Por supuesto. Para un hombre impregnado de «amor por el bien, ansia infinita de paz, mejora social de los humanos».
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