Atendiendo a la literalidad de la invitación de Zapatero a un entendimiento estable con el PNV, la respuesta que éste le ha dado con sus propuestas de resolución es un reto imposible de superar en su totalidad ni por el más osado Zapatero. El PNV ha decidido recrear su particular realidad sometiendo a prueba al presidente.
El brusco giro que el presidente se vio obligado a dar en su política económica a finales de mayo resultó tan sorprendente que dejó en el aire la pregunta de si Zapatero iba a cambiar de actitud, de manera de entender la política y de desempeñar su papel al frente del Gobierno. El desarrollo del debate sobre el estado de la nación ha confirmado que el presidente ha cambiado su política, pero que Zapatero se resiste a dejar de ser el mismo de los últimos seis años. En la tribuna de oradores el presidente se mostraba abatido por momentos, aunque a continuación Zapatero se sobreponía hasta el engreimiento. La soledad política, la carencia de una mayoría segura para culminar la legislatura, no podría amilanar a un espíritu tan solitario. La suficiencia de Zapatero quedó demostrada cuando explicó su cambio de política como un viraje coincidente con el resto de los países de la Unión y cuando justificó la ‘geometría variable’ de sus cambiantes alianzas como un imperativo político contrario a su voluntad. La debilidad del presidente y la capacidad embaucadora de Zapatero se evidenciaron en su comprensión hacia la contestación catalana y en el coqueteo que quiso mantener con el PNV.
Resulta abusivo que el presidente defienda su ejecutoria como una línea de actuación acordada al unísono en el seno de la UE. Esta podría ser la conclusión a la que llegase un observador que viajara en una órbita muy alejada de la tierra. Pero la resistencia mostrada a las reformas estructurales de la economía española por Zapatero, combinada con su querencia por los cheques sociales, nada tenía que ver con la tónica mantenida por el resto de la Unión. Tampoco es verdad que su opción por la ‘geometría variable’ haya sido un imponderable durante su mandato. Todo lo contrario, él apostó por garantizar la gobernabilidad de su primera legislatura mediante una mayoría cambiante en función de las inclinaciones del Gobierno, en la esperanza de que no precisaría apoyo alguno tras los comicios de 2008. Y cuando esto no le fue posible decidió continuar sorteando las dificultades mediante alianzas puntuales a las que se prestó el PNV.
Pero Zapatero continúa siendo el mismo, y sigue creyendo en la fuerza demiúrgica de sus designios que hoy presenta como sacrificio personal. Cree firmemente en que puede remover unas condiciones políticas que le son adversas a base de empecinamiento, mientras anuncia que será riguroso y hasta expeditivo en cuanto a reformas y recortes. Se trata de una conducta muy particular, pero también de la privatización a la que él y Rajoy han sometido a la vida pública como si todo girara en torno a su liza para mantenerse uno y acceder el otro a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales. Si el líder del PP decidió el jueves transmitir el mensaje de indolencia de que tenía algo más importante que hacer que asistir a la segunda jornada del debate sobre el estado de la nación fue porque ambos contendientes han construido una realidad a su medida. A la medida de la terquedad de uno y de la impasibilidad del otro.
La construcción de realidades propias es, por otra parte, contagiosa. Es tan precipitado como incongruente que CiU continúe distanciándose respecto a Zapatero a cuenta del Estatut. No porque merezcan mayor consideración las promesas del presidente de modificar leyes básicas y orgánicas para atenuar los efectos políticos acarreados por la sentencia sobre el Estatut, o que se adentre de nuevo en las procelosas aguas de la identidad nacional. Sobre todo porque la participación convergente en el agotamiento final de la era Zapatero dejaría el futuro inmediato de la autonomía catalana a merced de Rajoy. Aunque Durán i Lleida insista en dibujar una realidad inspirada en la desconfianza hacia Zapatero, CiU no podría acceder ni acomodarse en el gobierno de la Generalitat arremetiendo contra la sentencia del Constitucional y, al mismo tiempo, disponiéndose al acuerdo con el PP.
Por su parte, si nos remitimos a la literalidad de la invitación pública del presidente a un entendimiento estable con el PNV, la respuesta que éste le ha dado con sus propuestas de resolución constituye un reto imposible de superar en su totalidad ni por el más osado Zapatero. Hasta ayer los jeltzales se mostraban entre interesados y precavidos. Interesados por comprometer así al gobierno de Patxi López y al apoyo que recibe de los populares. Precavidos porque temían que pudieran verse, al final, abocados a sostener a Zapatero a cambio únicamente del desdoro que ello supondría para el socialismo vasco. Como resultado de sus propias dudas y, por supuesto, de sus equilibrios internos, el PNV ha decidido recrear su particular realidad sometiendo a prueba al presidente.
Pero ha empleado para ello las mismas artes esgrimidas por éste a la hora de congraciarse ‘nacionalmente’ con los catalanes. Es probable que Zapatero trate de sortear el desafío nacionalista atendiendo a medias las exigencias jeltzales, porque no se puede permitir que el PNV le niegue ya su voto a los presupuestos generales del próximo año. De igual modo que el alma pragmática del partido de Urkullu concibe las resoluciones presentadas como un gesto necesario, una demostración de entereza abertzale, que les ayude a plantearse después del verano la eventualidad de apoyar a Zapatero.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 17/7/2010