Igor Marín-El Correo

La noticia de la multimillonaria inversión de Amazon en Aragón ha pasado, de momento, demasiado de puntillas por Euskadi. La noticia es terrible para los intereses de nuestra comunidad autónoma en general, y de nuestro territorio en particular. Hablamos de una de las mayores empresas del mundo estableciendo su nuevo centro logístico fuera de nuestras fronteras. Esta decisión, que representa una inversión de 15.700 millones de euros y miles de empleos, no solo pone a Aragón en el mapa como un núcleo logístico de referencia. También nos deja en clara desventaja en una de nuestras presuntas virtudes.

No es que Álava no tenga atractivos: tenemos fiscalidad propia, una infraestructura sólida, un capital humano altamente cualificado y una posición geográfica envidiable. Pero quizás, tenemos demasiadas barreras. Solo por enumerar, no estamos conectados en alta velocidad ferroviaria -alguien debería responder alguna vez por qué-; nuestros suelos industriales no tienen el tamaño apropiado -vaya, parece que lo del Plan General de Ordenación Urbana PGOU) tiene su importancia a la hora de generar oportunidades de empleo y riqueza para la ciudadanía-; y no hay generación de energía suficiente cerca para mantener estos centros de datos -mientras aquí contábamos pájaros, Aragón y otras comunidades limítrofes han desarrollado todo un sector en torno a las renovables-.

Aragón ha logrado posicionarse de manera efectiva. Ha sabido vender su proyecto como el ideal por una serie de factores que se han impuesto a la oferta vasca. Porque Euskadi ha estado en la pugna por hacerse con un proyecto que equivale a ocho años de inversión extranjera en nuestra comunidad. En la oferta vasca falló, según Amazon, la falta de generación de energías renovables en el entorno.

Quitando el empujón de Mercedes, y ha habido que aprobar un PGOU a toda velocidad para no perderlo, llevamos mucho tiempo de malas noticias empresariales. Lo ha advertido Zedarriak en más de una ocasión. En nuestro ‘paisito’ ponemos demasiadas trabas, de todo tipo, para ser capaces de atraer a la inversión extranjera. Nuestros emblemas cierran o se van; las nuevas empresas no vienen; la superburocratización nos hace poco ágiles; y la división política, con instituciones con cuatro y cinco fuerzas con representación, hace que la fuerza de los ejecutivos sea escasa, con cientos de obstáculos y plataformas en contra de cada movimiento.

Necesitamos gobiernos fuertes -el Gobierno vasco ha tenido mayorías y no las ha aprovechado para impulsar cambios-; políticos audaces que resistan a las presiones; regulaciones sencillas y, especialmente, ágiles; y un ejercicio de reflexión colectivo para aprovechar las ventajas que tenemos, desde fiscales a geográficas, para dar un impulso nuevo a la política industrial de Álava y Vitoria.

Miramos con envidia a Málaga o a Valencia. Vemos planes ilusionantes en otras ciudades, proyectos de cierta enjundia que ilusionan y atraen. En cambio, aquí llevamos demasiados años sin que se genere ilusión ni consenso. Cada plan, cada proyecto se encuentra con múltiples estorbos que hacen que el más pintado tire la toalla o lleve su idea fuera. O, como en este caso, que perdamos un tren nos deja sin generar oportunidades y, además, refuerza a nuestros competidores.