Este martes se oficializó en Riad el restablecimiento de las relaciones bilaterales entre EEUU y Rusia. Las negociaciones entre las delegaciones americana y rusa se plantean igualmente como el primer paso para sacar a Vladímir Putin del ostracismo internacional al que le había condenado por sus crímenes de guerra el hasta ahora bloque occidental.
Trump ha continuado esta estrategia de rehabilitación de la manera más obscena posible: considerando ilegítimo al presidente Volodímir Zelenski, pero no al sátrapa Putin. El presidente estadounidense ha calificado a Zelenski este miércoles de «dictador», y le ha amenazado con entregar Ucrania a Rusia si se sigue negando a aceptar el papel de mera comparsa en las negociaciones entre Washington y Moscú.
Con esta escalada en su cuestionamiento de Zelenski (que ha pasado de aliado en la era Biden a paria en la era Trump), se demuestra que la narrativa rusa sobre el conflicto ha intoxicado plenamente la Administración estadounidense.
La aseveración de que la popularidad de Zelenski se ha desplomado al 4%, para exigir elecciones en Ucrania, es calcada a la desinformación aventada por el Kremlin. Aunque lo cierto es que ni siquiera la oposición ucraniana apoya que se celebren comicios mientras dure la guerra. Y tampoco son ciertas las cifras sobre la popularidad del presidente: la encuesta de diciembre le otorga un 52% de apoyo entre la población.
Se trata simplemente de pretextos para justificar la anuencia de Trump a todas las demandas de Putin, como sugiere el esbozo de armisticio avanzado por EEUU: contemplaría la conservación de los territorios ocupados por Rusia y la no entrada de Ucrania en la OTAN.
Pero los países de Europa del este, reunidos este miércoles en París, temen que el pacto pudiera incluir otra histórica reivindicación de Putin: retirar las tropas estadounidenses de todos los países que formaron parte del Pacto de Varsovia. Lo cual equivaldría a descomponer definitivamente la arquitectura de seguridad de Europa vigente desde la posguerra.
Estamos asistiendo a algo que trasciende un vuelco en la política exterior estadounidense de las últimas décadas para dejar tirada a Europa.
Trump no sólo está dirimiendo la suerte de Ucrania con su agresor sin contar con el agredido. Está introduciendo a EEUU en una dialéctica de negociación imperial entre grandes potencias para repartirse el mundo y redistribuir las esferas de influencia.
Por eso, como ha señalado el analista de EL ESPAÑOL Alberto Priego, lo que se empezó a pergeñar el pasado fin de semana en la Conferencia de Seguridad no es realmente equiparable al Acuerdo de Múnich de 1938 entre Chamberlain y Hitler. Porque el apaciguamiento del genocida expansionista ya ocurrió en 2014, cuando se le permitió anexionarse impunemente Crimea.
El símil histórico realmente atinado es con el Pacto Ribbentrop-Molotov entre la URSS y la Alemaniza nazi en 1939. Ucrania y el resto de Europa para Rusia; Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá para Estados Unidos.
Europa debe entender que lo que ha hecho EEEUU no es abandonarnos frente a Rusia, sino cambiarse al bando de Rusia: el de los poderes coloniales que abogan por reemplazar el orden basado en reglas por la imposición de voluntades mediante la fuerza.
Resulta traumático para los europeos aceptarlo, después de tantos años creyendo que la ruptura del orden multilateral vendría de China. Pero hemos de asumir que los estadounidenses ya no sólo han dejado de ser nuestros aliados, sino que han optado por pasar a ser nuestros rivales.
Europa ya no tiene otra elección que sobreponerse a la intimidación del abusón americano y sostener la defensa de Kiev. Lo cual pasa inevitablemente por la propuesta de Francia y Reino Unido de enviar tropas de paz a Ucrania.
Pero limitarse a asumir las garantías de paz en los términos impuestos por EEUU supondría acatar a la posición subordinada que le ha reservado Trump. Europa debe crear su propia fuerza militar para convertirse en un actor geopolítico y empoderarse frente a sus hostigadores al este y al oeste.
Si Trump ha decidido degradarse a sicario de Putin, Europa debe reivindicar su condición de última reserva de los principios democráticos. Precisamente los mismos por los que los ucranianos llevan tres años batallando. Y hacerse cargo de su condición de mayor bloque comercial del mundo, para dotarse de la pata del hard power que le falta.
Es fundamental recordar que Ucrania somos también nosotros. Que allí se dirime también la seguridad de Europa. Lo cual incluye a España, que en este momento crítico sigue enzarzada en querellas parlamentarias estériles sobre el caso Bárcenas o el número de asesores de Sánchez.
El Gobierno y la oposición deben demostrar altura de miras y citarse sin demora para consensuar los compromisos que debe adquirir España en el nuevo contexto militar. El rearme masivo que ha anunciado Dinamarca es la prueba de que, si existe voluntad política, puede duplicarse el presupuesto en Defensa prácticamente de un día para otro.