SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Pedro Sánchez es un personaje notable que comparte algunas características básicas de Zelig, el personaje de Woody Allen. Con algunas limitaciones, claro. En lugar de tener con él a la doctora Eudora Fletcher, se tiene que apañar con Carmen Calvo o quizá con Adriana Lastra y claro, el resultado no es el mismo.

Se hacían cábalas el miércoles por la mañana sobre el grado de energía que el doctor Fraude iba a irradiar en el Congreso para atajar la que viene. Sólo este Simplicio Simplicísimus podía considerar que haber asaltado La Moncloa en compañía de una tropa formada por los herederos del Padre Ladrone, que integran las dos familias principales del golpismo catalán, el populismo podemita con sus extensiones y las dos expresiones del nacionalismo vasco, en su versión incruenta y en la que aún no se ha arrepentido, no tendría consecuencias.

El primer resultado fue algo que no preveíamos casi nadie: hacer saltar al PSOE de su predio andaluz. Todavía no se han analizado en profundidad los cambios que el 2-D ha introducido en la política española: romper una hegemonía ininterrumpida del PSOE en Andalucía. La irrupción de Vox con la pujanza con que lo ha hecho es un toque de atención notable no sólo para la izquierda por sus alianzas non sanctas, también para la derecha española por no haber defendido los presupuestos constitucionales con la energía suficiente.

Los disparates de Sánchez se han ido sucediendo en el silencio de los santones del partido, sin que los Felipes, Alfonsos y otros hayan dicho ni pamplona, en parte porque el sanchismo se había encargado de inutilizar el Comité Federal y cualquier organismo de control del partido, que quedaba reducido a un contrato personal entre el líder y lo que pomposamente llaman los militantes. El invento estaba llamado a durar, siempre que no peligrase el valor esencial: el pesebre.

La caída de Andalucía anuncia el principio del fin. El pedrismo es una fábrica productiva de abascalina, por usar la tonta metáfora que tanto les gusta.

Hay gente que no espera una rectificación de Sánchez. Él puede leer otro discurso. Bueno, como hizo con la tesis doctoral. Dijo Rufián que el último discurso se lo había escrito Borrell. Es posible. Borrell o cualquier otro. Él no hace distingos y se adapta al entorno con afán de superviviente, tal como se explicaba Zelig ante la doctora Fletcher: «Quiero caer bien a la gente».

El problema de Zelig Sánchez es que él no puede caerle bien a nadie. Su discurso del miércoles sufrió un revolcón por parte de Casado y Rivera, contra los que se empleó con más empeño que el que puso contra Torra, que aquella misma tarde se empeñaría en ratificarse en la vía eslovena y el apoyo a los CDR. Esto es lo que hay. Zelig está solo. Hace falta que alguien se lo explique y lo haga en términos que él pueda entender.