«Los políticos tienen que actuar a veces contra la opinión pública»

Lo dice José María Ruiz Soroa, que en su nuevo libro ‘El esencialismo democrático’ combate algunos tópicos sobre la participación ciudadana en política y otros mitos de la vida política moderna. El abogado y escritor también sostiene la conveniencia de regular el derecho a la secesión, que «no se podría aprobar con el 51%» de los votos.

La participación ciudadana en los asuntos de gobierno llevada a sus últimas consecuencias con la consulta permanente a la sociedad derivaría en un mal funcionamiento de la democracia. El abogado, escritor y colaborador de EL CORREO José María Ruiz Soroa rebate algunos mitos de la vida política moderna en el libro ‘El esencialismo democrático’ (Ed. Trotta), en el que también sostiene la conveniencia de regular el derecho a la secesión.

– A usted la reclamación de participación permanente de la ciudadanía en los asuntos políticos no le gusta. ¿Por qué?

– Porque puede hacer inviable la democracia o al menos lograr que trabaje muy mal. No quería usar el término fundamentalismo por su carga peyorativa, pero insistir en que la solución a los problemas de la democracia es más democracia, más autogobierno, tendría como efecto derivado el de crear una amenaza para la democracia misma.

– Sin embargo, esa idea de que los problemas de la democracia se solucionan con más democracia está muy asentada en ciertos ambientes políticos y académicos.

– Creo que el origen está en el derrumbe de la utopía marxista. Eso ha hecho que un sector amplio de la Academia se haya incorporado a la teoría democrática convencional, pero transfiriendo su radicalismo. En la democracia liberal hay una tensión no resuelta, un péndulo que oscila entre el liberalismo y las garantías por un lado y el autogobierno y la participación por otro, y no acaba de encontrarse un punto intermedio entre ambos.

– ¿Los ciudadanos participan poco en política porque entienden que apenas sirve de nada?

– El tamaño de las democracias actuales hace inviable la participación ciudadana directa. Pero además el ciudadano de hoy tiene tantos registros a su alcance que la política apenas es uno más a la hora de realizarse. Incluso ha dejado de ser el campo de actuación privilegiado para cambiar la realidad. Es una dimensión importante de la sociedad, pero resulta ilusorio pensar en ella como una dimensión trascendental del ser humano. Se ve con claridad en el caso español: vivimos muy desvinculados de la política. Los partidos funcionan al margen de la sociedad.

– En su libro, usted sostiene que la democracia directa terminaría con las minorías. Pero son minorías quienes la reclaman…

– En el caso de los nacionalistas, son mayoría en su territorio aunque minoría en un ámbito más general. En el caso de grupos más radicales, creo que lo hacen por un afán de deslegitimar el sistema. Pienso que tiene sentido proponer una democracia más directa como ya se está haciendo en algunos países y con algunas materias, llevándolo a la práctica mediante asambleas de unos centenares de personas, elegidas por sorteo, que hacen dictámenes sobre iniciativas políticas concretas. Desde luego, no mediante referendos, que no conducen a nada.
Cuestión de liderazgo

– ¿Y el papel de las encuestas? ¿Se puede gobernar mirando cada mañana lo que dicen?

– Si se les da mucho valor, es imposible gobernar bien. Esa obsesión por gobernar según lo que dicen explica por qué en Europa no hay verdaderos líderes políticos. Los líderes son los que moldean la opinión, no quienes la siguen. Aunque suene poco democrático, tiene que haber una mayor separación entre opinión pública y gobernantes. Eso que se llama política de proximidad es empobrecedor. A veces, hay que actuar contra la opinión pública más extendida y los políticos presos de las encuestas de intención de voto no pueden hacerlo. Lo estamos viendo aquí.

– ¿Churchill habría sido posible en estos años?

– Si no existen políticos así es porque el sistema no permite que surjan. Y siguen siendo necesarios. Cualquiera que hoy dijera que pasaremos por cinco años de sangre, sudor y lágrimas a cambio de más justicia y progreso lo tendría muy difícil.

– También habla en su libro del derecho a decidir, el eterno debate de la política vasca. A usted la fórmula no le gusta.

– Porque parece una solución muy democrática, pero en cuanto empiezas a profundizar aparecen las dificultades. No se pueden usar soluciones sencillas para problemas complejos, y este lo es.

– ¿Cómo se racionaliza algo que es básicamente emocional?

– Es verdad. En las reivindicaciones nacionalistas hay una enorme carga sentimental. Es normal. No todo es racional en política. Ahora bien, quiero insistir en que el derecho de autodeterminación no es algo derivado sin más de la democracia. La independencia es un problema de voluntad. Pero eso no es lo único que cuenta. Con todo, a mí no me cabe duda de que si un día hay una clara mayoría independentista en Euskadi, Cataluña o cualquier otro lugar de España, serán independientes. Y sería bueno regular esa posibilidad para dar la idea de que la democracia da salida a cualquier situación. Aunque desde luego no podría establecerse con un referéndum en el que el ‘sí ‘ganara con un 51%.

– ¿Por qué?

– Porque eso no resuelve el problema, dado que una secesión es irreversible. Nuestros políticos usan el derecho a decidir como un señuelo, a sabiendas de que no es una solución. Si quieren la independencia, tendrán que convencer a la mayoría de la sociedad de que eso es lo mejor. Y luego está el problema de delimitar el pueblo que tiene ese derecho. Creo que en ese aspecto concreto, los nacionalistas de CiU lo tienen mucho más claro: ya han anunciado que no convocarán un referéndum hasta que sepan que lo ganarán por una amplia mayoría. Un referéndum que no tuviera ese resultado fracturaría la sociedad.


El plan Ibarretxe y la sentencia del Estatut

– ¿Le parece que era esencialista el plan Ibarretxe?

– Cuando apelaba a la voluntad democrática para llevar adelante su proyecto, sí. Creo que era desmesurado que una de las partes (Euskadi) obligara a la otra (España) a un determinado tipo de relación. Eso sin olvidar que la confederación que se planteaba es un sistema político que ha demostrado ser inestable: la experiencia histórica dice que termina siendo una federación o sus integrantes se separan.

– Dicen algunos que la sentencia del Constitucional sobre el Estatut ha aumentado el sentimiento independentista. ¿Qué opina?

– Ese tribunal está para dictaminar si una ley se ajusta a la Constitución. Por la vía estatutaria no se puede saltar la Constitución y lo que ha dicho el TC es que se cambie la Constitución, si es preciso. ¿Más independentistas? Puede ser que momentáneamente sí, pero no lo creo a medio plazo. Lo que sí sucede ahora es que quienes son independentistas lo manifiestan sin complejos. De todos modos, creo que esa sentencia tendrá el efecto de que vamos a vivir una racionalización del proceso autonómico. Hay autonomías que ya no se van a plantear una reforma de sus estatutos. Quizá lo que se reforme seriamente sea la Constitución.

EL CORREO, 31/12/2010