Algo de Ciudadanos

SANTIAGO GONZÁLEZ-El Mundo

Xavier Pericay se ha bajado de los cargos que tenía en Ciudadanos. Cuando alguien como él renuncia a seguir en la dirección de un partido es una mala noticia para el partido. Si la marcha de uno de los fundadores de Ciudadanos, de su capacidad intelectual y moral, no suscita una reacción inmediata, es además un síntoma. Y no la ha suscitado. El presidente Rivera no ha hecho uso de esa unidad mínima de pensamiento que es el tuit para agradecerle su aportación y los servicios prestados, algo que Franco le encargaba al motorista.

Pericay se ha ido y nadie se ha lamentado, es el signo de los tiempos. Ni siquiera Juan Carlos Girauta, un hombre que este fin de semana me sorprendía con un tuit implacable: «No negociamos acuerdos programáticos con Vox, ni con Podemos, ni con los separatas, ni con el PSOE sanchista». Por exclusión cabe deducir que ellos sólo negocian con el PP.

Es comprensible. El partido de Albert Rivera no es ya lo que nos atrajo a muchos al principio: un remedio contra el principal problema del bipartidismo, la tentación de los dos grandes de pactar con el nacionalismo para derrotar al otro partido nacional. UPyD, que nació con ese propósito, nunca alcanzó masa crítica, no pasó de cinco escaños. Ciudadanos, con 57, estaba en posición idónea, si no fuese porque el único objetivo de Rivera es sustituir al PP como líder de la oposición. Por eso sólo quiere pactar con el PP, porque viene a ser pactar consigo mismo. Y aun esto con precauciones: pactando por separado, que hay que ser muy cuidadoso con las fotos. Ante el despropósito navarro, Rivera se ha negado a firmar un acuerdo entre los tres dirigentes de Navarra Suma para descalificar el pacto del PSOE con EH Bildu. El mismo documento ha sido sometido a dos firmas: una de UPN con Cs y otra, una hora más tarde, de UPN con el PP, como si Casado le tiznara. Por otra parte, es rigurosamente incomprensible su radical rechazo a Vox cuando está dispuesto a aceptar su apoyo para la vicepresidencia de Andalucía, por citar nada más un ejemplo. No fueron tan mirados para ir a unas elecciones europeas coligados con Libertas, por poner otro.

Me comenta un amigo que tal vez estemos ante un caso de síndrome de Asperger, pero quizá se trate sólo de una falta de memoria. Esta semana pasada, mi admirada Inés Arrimadas se explicaba, vaya por Dios, en otro tuit sorprendente: «Cs es garantía de cambio y regeneración allí donde gobierna. En Andalucía, tras décadas de enchufismo y de corrupción, hemos aprobado limitar los mandatos de los miembros del Gobierno». Salvo la última etapa de Susana Díaz, que se apoyó en un pacto de legislatura firmado con Cs, disuelto justo al punto de las elecciones del 2 de diciembre.

Mucho más atinada ha estado la bella Inés en su directísima exigencia de dimisión a Grande-Marlaska por haber señalado a Ciudadanos ante la comunidad convocante del Orgullo Gay, lo que se tradujo en ataques contra ellos: «Por pactar de forma obscena con quien limita derechos LGTBI. Eso debe tener consecuencias». Un ministro del Interior que subordina las obligaciones de su cargo al código de sus preferencias sexuales debe dimitir por indigno. Él debía proteger a los manifestantes de Cs, no justificar a sus agresores. Ya en el pasado mes de noviembre, Marlaska insinuó que había algo de provocación en la concentración de Alsasua, que hay otras formas de solidarizarse con la Guardia Civil. Han pasado 30 años desde que la Audiencia de Lérida dictó la famosa sentencia de la minifalda, en la que absolvía a un empresario de realizar tocamientos no solicitados a una adolescente de 17 años por la minifalda que llevaba. Albert Rivera también debía llevar minifalda en Alsasua a los ojos de Marlaska. Si es que van provocando.