ABC-IGNACIO CAMACHO

PSOE, Podemos, PNV, Esquerra, Más País, BNG, PRC, Nueva Canarias y un señor de Teruel. Y lo van a llamar Gobierno

CUANDO el añorado Rubalcaba acuñó el concepto de Gobierno Frankenstein pensaba en un monstruo político relativamente simple: socialistas, comunistas, nacionalistas vascos y separatistas catalanes, que entonces –2016– aún no se habían echado al monte de la insurrección ni por tanto tenían a sus dirigentes en la cárcel. El bloque de la moción de censura añadió algunos más, como los batasunos, sin que el agravante de que ya se había producido el golpe independentista causara el menor escrúpulo en Sánchez. Pero el Gobierno que va a surgir del nuevo paisaje parlamentario requiere una alianza de más participantes. Cuenten: el PSOE, Podemos y sus mareas, el PNV, ERC, Más País –con un diputado nacionalista valenciano dentro–, los regionalistas cántabros, el Bloque gallego, Nueva Canarias y un señor de Teruel que pasaba por allí y puede acabar desempeñando un papel clave. Y de reserva, los cinco posetarras, los dos incendiarios de la CUP y los ocho delegados de Puigdemont calentando en la banda por si falla alguno de los titulares. Eso ya es una criatura bastante más compleja que el viejo y entrañable Frankie: más bien se asemejará a un cuadro de Arcimboldo, el maestro de la anamorfosis que componía figuras humanas a base de frutas, árboles, plantas y animales. He aquí lo que se conoce como un acuerdo estable.

El principal nexo de tan variopinta amalgama es que la mayoría de sus componentes siente por la Constitución un entusiasmo nulo o escaso. Los que se conforman con reformarla –para incluir el derecho de autodeterminación, por ejemplo– son los más moderados. Hay unos cuantos grupos que postulan la fragmentación del Estado, otros que fantasean con guillotinar al Rey y algunos que ya lo han declarado no grato; será muy divertido ver a ciertos adalides antimonárquicos ejercer de ministros de jornada, encargados de acompañar al soberano y refrendar sus actos. Habrá quien piense que ésta es una forma de integrar en el sistema a sus detractores más enconados y que el usufructo del poder los volverá necesariamente pragmáticos. Algo de eso ocurrirá, sin duda, al menos a corto plazo, pero la operación tiene bastante de temerario. Entre secesionistas, confederales, carlistones vascos y comunistas posmodernos y clásicos, el régimen del 78 no va a vivir en los próximos años su momento más plácido. Basta decir que su defensor mejor aquilatado en esa peña es Sánchez, el hombre de la palabra de ley y los principios compactos.

Llamar a este enjambre Frente Popular es una concesión generosa que le presume una cierta coherencia histórica; la áspera denominación de «banda» –ay, Rivera– se puede quedar corta. Es una montonera, un hato, un revoltijo, una «cosa» cuyo único vínculo común lo establece la difusa noción y el descriptible aprecio por lo que aún conocemos como nación española. El socarrón Romanones lo diría a su modo: «Joder, qué tropa».