El Correo- TONIA ETXARRI

Cuando Pedro Sánchez presentó a su equipo de Gobierno muchos dijeron que se trataba de un buen cartel electoral porque pensaron que, en cuanto se instalase en La Moncloa, se iba a dedicar a preparar la campaña. Para concurrir a las elecciones lo antes posible, tal como prometió solemnemente ante el Congreso. Y esas previsiones erraron porque el presidente socialista no piensa salirse de la foto hasta 2020. Pero lo que casi nadie imaginó fue que el cartel se le fuera a caer con la velocidad con la que se está produciendo el desmontaje del tinglado. Ahora, con los focos dirigidos hacia la tercera ministra contra las cuerdas por haber mentido, entre otras cosas, ni un CIS mensual será suficiente para que Sánchez pueda aguantar con la cabeza alta.

Hasta ahora va resistiendo. Las dos dimisiones de sus ministros. Su propia argucia con la tesis doctoral sobre la que siguen recayendo sospechas de plagio y de autoría subrogada. La coral de ministros, delegada y vicepresidenta pidiendo cambios en la situación de los independentistas catalanes en presión preventiva, hasta llegar a defender el indulto antes de que se les haya juzgado. El propio sondeo de la fiscal general del Estado a los fiscales del Tribunal Supremo para comprobar su disposición a cambiar el delito de rebelión por el de desobediencia. Negativo. María José Segarra ‘pinchó en hueso’ al encontrarse con el rechazo de los consultados. El consiguiente enojo en el alto tribunal ante las injerencias, no reconocidas, del Gobierno. El país no podrá aguantar tanta incertidumbre pero Sánchez sí. Con una mano en el CIS y otra en la jarcia de su embarcación cuyo rumbo no es otro que culpar de todas las tempestades a «las derechas».

Pero la crisis desatada con la ministra de Justicia ha dado un vuelco abrupto a la situación que cree controlar. Porque Dolores Delgado, pillada en unas conversaciones grabadas en las que dio rienda suelta a mensajes homófobos y misóginos, lejos de pedir perdón por su incorrección política prefiere aferrarse a lo que ella denomina «chantaje». Como Baltasar Garzón, que fue inhabilitado 11 años por haber grabado de forma ilegal, hablando de «audios sacados de contexto». Y en esas aguas procelosas se movió ayer el presidente socialista. «Hemos venido a limpiar. Ni chantajes ni amenazas», dijo a los compañeros en su comparecencia en Nueva York. Nada de lo que arrepentirse. Quien tiene que hacer la autocrítica es la oposición. En este plan.

Y en cuanto a Cataluña, el ‘mantra’ de los últimos tiempos. Que la prioridad no es la independencia sino la convivencia. Que es una forma de reconocer que ante el chantaje de los independentistas catalanes, poco tiene que decir.

Que Sánchez aguante hasta 2020, como es su deseo, dependerá de lo que estén dispuestos a sostenerlo sus socios. Con la crisis de la ministra de Justicia ni siquiera tiene amarrado el asidero de su aliado preferente, el populista Pablo Iglesias. Los demás, sin embargo, no han dejado de sorprender por su actitud silente. Desde el colectivo LGTB hasta el PNV. El partido del lehendakari Urkullu, tan sensible siempre a todos los asuntos turbios relacionados con las cloacas del Estado, aunque ve a este Gobierno frágil, no le interesa que finalice una legislatura en la que puede obtener jugosos beneficios en el juego de la compensación.

¿A quién beneficiaría ahora unas elecciones? Seguramente a nadie. Ni siquiera a los partidos que las están pidiendo. Poderosa razón por la que podríamos tener a Sánchez en La Moncloa hasta 2020.