Blázquez y los funerales por las víctimas

Señor Blázquez. Usted no tuvo dificultades para oficiar los funerales por las víctimas del terrorismo. Si algo dificultó su labor pastoral y profética fue el miedo. Su miedo a la poderosa sociedad nacionalista, tan influyente, tan enferma y tan cruel.

«No me ha sido fácil discernir algunas cuestiones pastorales como la presidencia por parte del obispo en todos los funerales por las víctimas del terrorismo».

Ricardo Blázquez, hasta hace unos días obispo de Bilbao, reconoce haber tenido dificultades para presidir determinados funerales de víctimas del terrorismo. ¿Por qué? Dado que monseñor Blázquez llegó hace quince años a Bilbao, tales dificultades no pueden provenir de los poderes públicos, como le ocurrió a su predecesor Antonio Añoveros en 1974.

En efecto, en septiembre de 1995 el aparato de poder franquista, aquél que mantenía la anacrónica prerrogativa de «presentación» por la que el Vaticano antes de nombrar a un obispo debía notificarlo al Gobierno por si existiesen «objeciones concretas de índole política» estaba más que fenecido y en el territorio de la diócesis de Bilbao el poder era ejercido de forma omnímoda por el Partido Nacionalista Vasco y así como en la historia de España se observa una unidad estratégica entre «el Altar y el Trono», en Euskadi la unión de la Iglesia con los sectores más reaccionarios fue pieza clave en el nacimiento, primero del carlismo y después del nacionalismo: «Dios y Ley Vieja»… «Jaungoikoa eta lagi zarra»… JEL… «jeltzales». En cualquier caso, por aquellas fechas de 1995 las instituciones vascas no disponían de semejantes «prerrogativas»… por lo menos de manera oficial.

Las dificultades a las que hace referencia Ricardo Blázquez no pueden ser, por tanto, de orden jurídico ni de orden técnico u organizativo, pues su potestad era plena en el seno de la diócesis, de modo que disponía de la autoridad necesaria para celebrar y presidir el funeral de una víctima del terrorismo o de cualquier otro difunto para quien se celebrasen exequias por el rito católico.

Sigue, entonces, vigente la cuestión que nos inquieta… ¿Qué tipo de dificultades se oponían a la celebración por parte de su Ilustrísima de los funerales por las víctimas del terrorismo? ¿De que oscuro problema estamos hablando como para que se convierta en el eje central de su rendición de cuentas pastoral?

Habla monseñor Blázquez en su homilía de despedida de los hechos más relevantes a lo largo de estos quince años de labor. No se encuentra, por cierto, mención expresa alguna de ETA, organización terrorista que en ese tiempo se ha llevado por delante la vida de alguno de sus corderos. Hemos de suponer entonces que no es ETA quien personifica las dificultades arrostradas por don Ricardo en el desempeño de su labor. En resumidas cuentas, que el obispo de Bilbao, como el resto de sacerdotes católicos vascos, no figura en principio en la nómina de los amenazados. ¡Tanto mejor, bastantes somos ya!

¿De dónde nacieron, entonces, los impedimentos?… «La reflexión teológico-pastoral me ha ocupado mucho tiempo», dice.

¿Será, entonces, que dichas dificultades surgen de su propia reflexión?… ¿Que clase de escrúpulo moral o psicológico le llevaba a no ponerse el primero, en nombre del Nazareno, al lado de las víctimas inocentes del delirio y la violencia terrorista?

Porque si las dificultades no surgieron de sus propios miedos (humanos pero inaceptables como argumento) sino que tuvieron como origen alguna fuente ajena (hipotéticamente sus superiores, sus inferiores, los sacerdotes vascos, sus feligreses más cercanos y devotos, las autoridades locales de cualquier índole, etc.) su deber, su deber cívico, moral y teológico era denunciarlas con toda la fuerza de su alma. Lo de menos hubiera sido afrontar la contumacia en el desprecio con el que fue recibido por el mundillo nacionalista. Lo de menos es que el señor alcalde de Bilbao, perdonavidas como es, reconozca quince años después como «señor» a quien sólo consideraban «un tal». Cristo, según el relato evangélico, no vino a hacerse con el respeto de los fariseos sino a escandalizarlos, a exasperarlos hasta el punto de que lo asesinaran (Mateo 10, 34-39).

El buen pastor, monseñor, no es el que dándose cuenta de que le falta una oveja arrebatada, pongamos por caso, por el lobo terrorista, reflexiona dolorido durante toda la noche sino el que, dejando al resto del rebaño en sus preocupaciones teológico-pastorales cotidianas, sale a los campos a buscarla, a reivindicarla, cueste lo que cueste y le pese a quien le pese (Lucas 15, 3-7).

Señor Blázquez. Usted no tuvo dificultades para oficiar los funerales por las víctimas del terrorismo. Si algo dificultó su labor pastoral y profética fue el miedo. Su miedo a la poderosa sociedad nacionalista, tan influyente, tan enferma y tan cruel.

Si al fin, pasado el tiempo, consiguió vencerlo para situarse junto al que sufre. Si aceptó su papel en el Gólgota junto a los injustamente crucificados, mejor para usted. Ahí y solo ahí, es donde se ha podido ganar la señoría que tantos de sus propios fieles le negaban.

Por mi parte, desde la más respetuosa disidencia le deseo, señor, la mayor felicidad y acierto en su nuevo destino.

Rafael Iturriaga Nieva, EL PAÍS, 19/4/2010