Bravo, Ministro

ABC 03/09/14
DAVID GISTAU

· Resultó gracioso que Montoro confiriera al Estado poderes taumatúrgicos capaces de salvar a los catalanes de las putrefacciones nacionalistas

EL lunes, víspera de la comparecencia de Montoro, Cospedal elogió durante una entrevista en lo de Griso al presidente por haberse abstenido durante todo el verano de pronunciar un solo comentario –de sorpresa, de desagrado, de indignación– acerca de la confesión de Pujol: en un tema judicializado, hay que ser cautos, vino a decir. La poca cautela con la que Montoro agarró ayer a Pujol, lo ató a una silla y le aplicó la tortura con oreja rebanada de «Reservoir Dogs» revela más bien que estaríamos ante el clásico reparto de papeles. Rajoy se mantiene en estadista aséptico, en esas cumbres de la trascendencia que no son alcanzadas por los ruidos mundanos ni por los tristes crujidos de la condición humana, y además evita ser interpretado políticamente en un asunto fiscal. Mientras que Montoro hace una entrada arrolladora como la herramienta implacable contra el fraude de que dispone Leviatán, o sea, el Estado, ese justiciero con una lista de nombres como el jinete de la canción de Johnny Cash.

Al PP, por boca de Montoro, le vino bien un pretexto para ponerse estupendo por motivos éticos después de haber andado avergonzado, con la barbilla pegada al cuello de la camisa, durante todo el periodo de vigencia de Bárcenas. Y hasta resultó gracioso que Montoro confiriera al Estado poderes taumatúrgicos capaces de salvar a los catalanes de las putrefacciones nacionalistas, como invirtiendo el argumento independentista de que la sola separación tendría tales consecuencias mágicas que los catalanes pasarían inmediatamente incluso a morir menos de cáncer que como españoles. Pero todo lo arruinó Montoro cuando salió del ámbito de los tecnicismos fiscales y se puso a hacer política con consecuencias devastadoras que procedo a exponer.

Montoro dijo que los Pujol ya habían sido investigados hace unos doce años, mientras gobernaba otro ejecutivo del PP del que él también formaba parte. Hecha esta revelación, surge la pregunta automática. ¿Por qué se paró esa investigación? ¿Quién la paró? ¿Fue otro caso Banca Catalana, cuando Pujol se sintió lo bastante protegido como para agarrar por las solapas al entonces fiscal general e insultarlo? Esta declaración de Montoro no hace sino alimentar las conjeturas acerca de que Pujol dispuso de una patente de corso para robar expedida por el Cotarro, o sea, otra vez el Estado, que le ha sido retirada cuando se convirtió en un incordio político. Por si acaso esta idea no está aún lo bastante arraigada, Montoro decidió justificarla un poquito más cuando ayer soltó una frase memorable sobre que el Estado no va a aguantar a cínicos que, al mismo tiempo que lo desafían, roban gracias a las oportunidades que el Estado da. ¿Significa eso que sólo estamos dispuestos a soportar a los cínicos que roban dentro del Estado sin desafiarlo, como el propio Pujol durante estos últimos treinta años en que todas las investigaciones se perdían como lágrimas en la lluvia?

Ya que el propio Montoro prácticamente ha admitido la existencia de esta simbiosis que durante todo el ciclo democrático ha sustentado la corrupción estructural, cabe terminar con otra pregunta que en realidad ya hice en un artículo anterior de este verano. ¿Quiénes más hay? ¿Cuáles son los cínicos de esa endogamia a los que aún se concede la inmunidad porque no desafían al Estado? Montoro logró ayer convertir el caso Pujol en una agresión del Estado que legitima el discurso independentista y en una invitación a sospechar de todos desde la Transición, del Rey abajo. Ole ahí.