Compradores de humo

IGNACIO CAMACHO, ABC – 16/01/15

· Mas nunca gana, pero no acaba de perder; no hay empeño del que no salga descalabrado y en cada fracaso fija un listón más alto.

A veces gobernar se vuelve muy aburrido. Sobre todo sin dinero, cuya carencia es un obstáculo importante para ejercitar la pasión del poder, que consiste en comprar voluntades y ganar clientela. Cuando no hay fondos, y los pocos que quedan los dilapidas en artificios políticos, la tarea de gobierno se convierte en una áspera administración de impotencias, en tramitar prosaicas burocracias de servicios exangües: los hospitales, las escuelas, la nómina de los funcionarios, toda esa lata. Un coñazo que sólo se puede evitar inventando proyectos refulgentes, fantasías emotivas, ficticios horizontes de grandeza hacia los que huir de la tediosa rutina de la gestión cotidiana.

A Artur Mas lo eligió Pujol porque parecía, precisamente, un aseado administrador idóneo para heredar la finca política del nacionalismo. Un economista sensato, pragmático y bien educado que podía hacerse cargo del patrimonio –en sentido figurado y literal– de las élites catalanas que Convergencia había pastoreado durante décadas. Pero Maragall, Zapatero y Montilla le obligaron a esperar mientras disipaban la prosperidad en las salvas soberanistas del tripartito y cuando llegó a la cúspide encontró las arcas vacías y un sentimiento de frustración generalizada. Entonces decidió fugarse hacia una fantasmagoría, impostar un liderazgo en torno al lejano mito fundacional de su tribu. El mito de la construcción nacional y el destino manifiesto.

Una virtud hay que reconocerle a Mas: su capacidad para recomponerse de sus continuos fracasos. No hay empeño del que no salga descalabrado pero en cada tropiezo se fija un listón más alto. Con tal de zafarse del aburrimiento de gobernar ha convertido su carrera en un perpetuo salto al vacío para el que siempre encuentra los cómplices adecuados. Su principal mérito consiste en haber logrado que nadie le reproche la ristra de decepciones, su incompetencia manifiesta para la dirección de los asuntos públicos, la parálisis económica y social de Cataluña bajo su mandato. Ha dibujado el trampantojo de la independencia como un enorme cortinaje con el que tapar la estructura hueca de un régimen agotado. Pero sobrevive. Nunca gana pero no acaba de perder; se mantiene en pie como esos muñecos que zozobran para volver a sostenerse sobre su bamboleante peana.

No podría hacerlo si no contase con la anuencia de una sociedad anestesiada por la propaganda del irredentismo, dispuesta a autoestimularse con el imaginario de la secesión como una salida a su propio marasmo. Esa fijación de psicología colectiva constituye su prioridad más eficaz, a la que ha consagrado un esfuerzo unívoco. Poco importa que, como el capitán Achab, acabe arrastrando a su tripulación a la catástrofe en pos de un delirio absorbente, obsesivo. Los vendedores de humo existen porque siempre hay alguien dispuesto a comprarlo.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 16/01/15