Cruce de vías

EL CORREO 03/10/13
MANUEL MONTERO

Las aportaciones retóricas del nacionalismo radical suelen consistir sólo en los vocablos, que hacen las veces de programas políticos y sugieren cambios decisivos, pero dan en vacíos

Al nacionalismo radical hay que reconocerle un doble mérito: su capacidad de crear nuevos términos y la habilidad para que se conviertan de la noche a la mañana en la referencia del debate político. El último ejemplo lo tenemos estos días. Bildu se saca de la manga el motete ‘Vía Vasca’ e inmediatamente los discursos versan sobre el dicho. Hasta el PNV ha entrado al trapo y dedicado parte de su Alderdi Eguna a contestarlo, asegurando que ellos ya llevan su camino y que no les vengan con zarandajas. En tiempos era el PNV el que en ocasión tan señalada fijaba los deberes para el curso entrante. La creatividad poética de la izquierda abertzale diseña ahora el terreno del juego nacionalista.
La respuesta ha consistido en tropos sobre autovías, autopistas, vías estrechas, avenidas, caminos, caminos vecinales, peajes, barreras bajadas y los riesgos de los excesos de velocidad. Tal derroche no se debe sólo al gusto del presidente del PNV por las metáforas concretas, que maneja con desparpajo y afición. Sería injusto reprocharle que se haya entretenido con el nombre sin entrar en el fondo de la cuestión, pues no hay de qué: la idea de la ‘Vía Vasca’ se queda en un lema, sin más enjundia.
No es novedad. Con frecuencia las aportaciones retóricas del nacionalismo radical suelen consistir sólo en los vocablos, que hacen las veces de programas políticos completos y sugieren cambios decisivos, pero dan en vacíos. De ahí la costumbre local de discutir sobre la nada. Piénsese en otras de sus contribuciones, que esta gente sigue usando sin caer en la cuenta de que es argot sólo para los suyos: acumulación de fuerzas, polo soberanista, agentes políticos vascos, nuevo escenario (de paz), consecuencias del conflicto, fase resolutiva… Algunas expresiones llegan a salir de su txoko, como ‘diálogo y negociación’, pero no siempre con el sentido que les dan sus hacedores.
Con la ‘Vía Vasca’ sucede lo mismo. Llama a ‘la autoorganización”, se supone que nacionalista, para avanzar hacia la soberanía, habla de ‘Euskal Herria como sujeto’, de ‘articulación entre todos los agentes políticos y sociales’ , de los derechos de todos (y todas)… Nada nuevo bajo el sol, pues son los sonsonetes de este mundo desde que concibió la actual estrategia. ‘La Vía Vasca es la única opción para abandonar las vías muertas española y francesa’, dicen, y también suena a ‘déjà vu’.
Esta vez ha tenido vista el PNV, al no dejarse envolver por la fraseología que habla de transversalidad, de oferta a todos (y todas). No se encuentra otra cosa que el intento de la izquierda abertzale por disputarle el terreno. El nacionalismo moderado habrá quedado escaldado de la anterior vez que le siguió el juego, el que empezó en Lizarra y coaguló la política vasca durante una década.
Además del título sonoro, la iniciativa ‘Vía Vasca’ trae otra contribución al florido paisaje lingüístico en que nos movemos: ‘Nuestra Casa’, así escrito. Proponen la vía vasca ‘para la construcción compartida de Nuestra Casa’, nada menos. Se conoce que los redactores se han quedado encantados con la imagen, pues la repiten con entusiasmo y desarrollan hasta sus últimas consecuencias, aunque quede algo chusco: hablan de cómo haremos Nuestra Casa, de la arquitectura, planos y materiales a utilizar. De ‘la división por habitaciones, las ventanas y las puertas’. Tales asuntos, dicen, tendremos que decidirlos entre todos (y quizás el reparto de habitaciones y si habrá de invitados, y quiénes serán). No lo dicen, pero a lo mejor hasta tienen arquitecto.
Así que nos han traído ya un nuevo proceso, otro de los términos cruciales. Esta vez ‘proceso de construcción’. De Nuestra Casa, se entiende. Se construirá con un ‘proceso de autoorganización’. Si del habla vasca se eliminara el palabro ‘proceso’ desaparecería la política tal y como la conocemos.
Como resulta característico, una vez lanzado el lema salvador, lo presentan como la alternativa sobre la que todo el mundo tiene que pronunciarse. Como si fuese el no va más y tuviese grandes consensos y respaldos. Desde EA le piden al PNV ‘que aclare si está a favor de la Vía Vasca o prefiere continuar bajo los mandatos del Estado español’. El texto fundacional de la Vía asegura que debe abandonarse la dicotomía del ‘todo o nada’, pero es ya la referencia a acatar: o conmigo o contra mí. Los parlamentarios de Bildu aseguran que ‘es la hora de la Vía Vasca’ –hablan con mayúsculas–, la de la soberanía, y se ofrecen a apoyar a Urkullu si se anima a seguirles y abandona ‘las recetas del pasado’, que son sus acuerdos con el PSE. Estos se repiten más que el ajo. Su capacidad de renovación retórica es limitada: una vez que nos cae un latiguillo nos fustigan con él hasta la extenuación. Será porque nos aqueja el inmovilismo, otro retruécano que usan estos días.
De pronto el habla vasca, de suyo misteriosa, se nos ha llenado de vías y asimilados. ETA habla en su última epístola de ‘camino de la paz’ y de ‘camino de la soberanía y la justicia social’, Arnaldo nos anima a recorrer ‘una vía propia hacia la soberanía plena’. Son los que marcan tendencia, por lo que la llegada de las metáforas camineras va en serio. En esta encrucijada el PNV asegura que tiene su camino. Seguirá hacia la soberanía ‘con nuestro camino, pero seguros’. ‘Y vamos a llegar sanos y salvos’.
Ojalá que a nadie más se le ocurra proponer otras vías –no es improbable, pues cuando aquí entra un lugar común hace crías–, que esto va a parecer un Speaker’s Corner con profetas ofreciéndonos el único camino, que es lo propio de cualquier profeta.