Cuadno el presente es el pasado

EL CORREO 17/03/13
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA

La izquierda abertzale no admitiría aún hoy sin reparos la afirmación de que en esta democracia ninguna idea justifica la violencia

La política vasca está atravesando unos días complejos en lo que se refiere al debate en torno a la consolidación de la paz y el asentamiento de la convivencia. Si la complejidad quedó ya puesta de manifiesto el jueves pasado por la trifulca que se armó a propósito de la creación de la ponencia de Paz y Convivencia, el próximo miércoles, día 20, volverá a quedar en evidencia cuando la disputa se reproduzca en parecidos términos a raíz de la sentencia que emita el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la retroactividad de la llamada ‘doctrina Parot’. Y el viernes, día 22, cuando el debate monográfico en el Parlamento propuesto por EH Bildu en torno al «conflicto vasco» encienda de nuevo los ánimos de los contendientes. Una semana, pues, en la que una especie de conjunción astral ha venido a conjurar la presencia de todos esos demonios que de tiempo en tiempo enredan la política vasca.

Limitándonos a lo que ocurrió en el Parlamento, hemos oído decir a quienes, desde dentro y desde fuera, contemplaron la trifulca que fue como una «vuelta al pasado». Yo creo por el contrario que, si algo se puso de manifiesto en ella, es que estamos donde estábamos y que el retroceso a otros tiempos sólo lo ven quienes creyeron que «el abandono definitivo de la lucha armada» llevaba aparejada una conversión ética y política tanto de quienes lo declararon como de quienes a éstos los empujaron a hacerlo. Y no sería bueno que nos engañáramos a nosotros mismos interpretando como idas y venidas coyunturales entre el presente y el pasado lo que no es más que un perenne movimiento circular que disimula el estancamiento.

El estancamiento de la izquierda abertzale lo pusieron al descubierto el pasado jueves quienes en su nombre tomaron la palabra en el Parlamento. Pues, si ciertas expresiones que sus portavoces emplearon, como la de «presos políticos» y la de «muertos por causa política», pueden entenderse en un sentido meramente descriptivo y resultar, en esa medida, disculpables –no puede excluirse la motivación de orden político tras un acto terrorista–, las explicaciones que de ellas se dieron dejaban bien a las claras cuál era el trasfondo mental del que emanaban. La parlamentaria Laura Mintegi fue especialmente explícita al respecto, y a ella puede aplicársele el dicho evangélico que «de la abundancia del corazón habla la boca».

Con ese fingido candor que la coordinadora del grupo EH Bildu suele usar para ocultar auténticos dislates bajo la apariencia de perogrulladas de sentido común, Laura Mintegi dejó caer de sus labios unas perlas que, en vez de para describir de manera objetiva la «causa política» que se halla detrás de un acto terrorista, no sirvieron más que para darle a éste plena justificación. En efecto, afirmar que «toda violencia es la consecuencia… del fracaso de la política de diálogo» o que las víctimas son achacables a «un fracaso colectivo para solucionar el conflicto político por la vía del diálogo» o que todas ellas son «evitables, porque tienen un origen político y eso depende de la sociedad, de las personas y de los políticos», afirmar todo eso, digo, significa estar estancado en el mismo punto del que nunca se ha movido la izquierda abertzale respecto de la violencia pasada.

Las afirmaciones de Laura Mintegi repiten, en efecto, el conocido esquema del movimiento radical que consiste en, primero, contextualizar el terrorismo en el conflicto político; segundo, transferir a los demás la responsabilidad de aquél por la irresolución de éste; y tercero, sacudirse de encima toda culpa por la persistencia del uno y del otro.

En el fondo de la cuestión está el hecho de que la izquierda abertzale, por lo que se refiere a la violencia pasada, no ha dado el paso de romper su vinculación con el ‘conflicto político’ del que, según ella, surgió y que, en su opinión, le da justificación. Por ello, su abandono de la estrategia político-militar a favor de la política en exclusiva tiene un carácter meramente pragmático y no emana de un reconocimiento del error y de la injusticia que aquella estrategia entrañaba. En tal sentido, la izquierda abertzale no asume sin reparos la afirmación de que, en un sistema de libertades democráticas, no hay razón política alguna que justifique un acto terrorista y mucho menos aquella otra sentencia que Castellio le echara en cara a Calvino con ocasión de la ejecución de Miguel Servet: «Matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre».

Estamos, pues, donde estábamos en lo que hace a la posición de la izquierda abertzale frente a la violencia pasada de ETA. Otra cosa es que este estancamiento justifique el contrario de no asumir que, tras el abandono de las armas y la legalización de la izquierda abertzale en sus distintas figuras, las cosas han cambiado, al menos, en lo que respecta a la posibilidad de interacción entre las formaciones políticas. En esto, el PP y UPyD también se han quedado donde estaban. Y no es entendible que estén dispuestos a compartir espacio con la izquierda abertzale en el Parlamento y en todas sus comisiones e, incluso, a coincidir con aquella sobre ciertos planteamientos, y que se nieguen a hacerlo en una ponencia específica de la misma institución. Máxime, cuando la participación en ésta no implica otra coincidencia que no sea la voluntad de intentar llegar, si posible fuere, a ciertos puntos básicos de encuentro precisamente sobre lo que hoy es un muro que obstaculiza la convivencia: la interpretación sincera y objetiva de lo que ha sido nuestro reciente pasado.