Delendus

ABC 30/06/14
IGNACIO CAMACHO

· En el casting socialista las ideas de los candidatos caben en un tweet y es probable que acabe ganando el más guapo

NUEVE años más que Rubalcaba tiene ese Mick Jagger setentón que aún corre y brinca por los escenarios con un speed eléctrico, y lejos de arrumbarlo por vejestorio el público se rinde a su magnetismo saltarín que tal vez estimule con sustancias prohibidas para un enfermo crónico del estómago como el todavía líder socialista. A Rubal no lo jubila tanto su edad como su trayectoria y su aspecto de conspirador de la Primera República; después de tres décadas subido en el coche oficial parece el Hombre Que Siempre Estuvo Allí, una especie de logotipo de un régimen al que la juventud ha escrito con spray de graffiti el nuevo «delendus» orteguiano. La abdicación del Rey ha provocado en la escena pública española un taponazo generacional que parece una purga de la joven guardia, una pasión renovadora que ha convertido el altar de los antiguos dioses en una pira funeraria donde va a arder el capital humano de la Transición como los muebles viejos de una noche de San Juan. Esta catarsis implacable no hace prisioneros ni toma rehenes porque tiene un valor de ajuste de cuentas con el pasado.

La militancia socialista, cansada de perder, se ha entregado a un casting propio de Operación Triunfo, un proceso de selección superficial en el que tal vez gane el más guapo. Pura posmodernidad: las ideas de los candidatos caben en un

tweet y sus proyectos de partido y de país todavía no alcanzan para rellenar un folio. Rubalcaba tenía talento, pragmatismo ideológico y un sentido de Estado fronterizo entre el de Maquiavelo y el de Fouché, pero se había quedado anacrónico porque aún necesita expresarse en oraciones subordinadas. Su larga experiencia de gestión no le ha dado para dominar una organización en ruinas. Dotado como pocos para manejar la maquinaria de los aparatos de poder no ha sabido salir de las bambalinas para ejercer de número uno. Con su semblante atormentado, angustiado de tribulaciones, quizá sea un hombre demasiado complejo para los liderazgos contemporáneos, que requieren una fachada atractiva, un gesto sonriente y un discurso abreviado.

Después del desastre zapaterista, la pesadilla en que trocó el sueño juvenil de la «democracia bonita», parecía que la izquierda necesitaba volver a una cierta madurez barbuda y remansada. Al prezapaterismo, a los eslabones perdidos del Camelot gonzalista. No ha funcionado. La ola de ímpetu renovador exige un sacrificio ritual que inmole los viejos tótems dinásticos para aplacar a los coléricos espíritus encoletados. El nuevo líder será una criatura del postzapaterismo, un bebé probeta del republicanismo cívico que apenas había salido de la guardería cuando Rubalcaba dejó la Facultad de Químicas. En ese tiempo ha cambiado hasta la lista de los radicales libres, que ya no se llaman así y ahora campan en la política dispuestos a arrinconar a los moderados en el desván de las reliquias inservibles.