El asesinato de Isaías Carrasco, en busca de autor 6 años después

ABC 30/06/14

· Las pruebas eran frágiles, no hubo arma del delito, ni rueda de reconocimiento

El etarra Beñat Aguinagalde tenía bien armada la coartada para negar, ante el tribunal que lo juzgaba, su participación en el asesinato del exconcejal del PSE en Mondragón Isaías Carrasco. Se suma a los 314 perpetrados por ETA que aún no se han esclarecido.

Al juicio se llegó con pruebas endebles. No hay arma del delito, porque no se ha recuperado, pero los investigadores creen que los cinco disparos efectuados por un solo terrorista fueron hechos con una pistola de fabricación checa, de la marca Seller&Bellot, calibre 9 milímetros Parabellum. Probablemente, a estas alturas ETA la habrá destruido para que no se le cuele en el lote de la próxima entrega farsa de armas. Los testigos describieron al autor como un varón de entre 25 y 30 años. Altura, entre 1,75 y 1,80 metros. El peso oscilaría entre 75 y 80 kilos. «Complexión normal, pelo moreno, tirando a castaño, barba corta como de varios días, arreglada y cuidada» y «cara alargada». Podía ser Aguinagalde, o no.

La coartada
Durante el juicio, el acusado aseguró que el día del atentado estuvo por la mañana en la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco, en San Sebastián, haciendo un examen. Después, una amiga le recogió y se fueron a comer a un bar de Hernani, donde, según declaró, se enteraron del crimen. La amiga lo corrobora.

Hubo dos testigos. Uno de ellos relató que el día de autos se cruzó, sobre las 13.25 horas, con un individuo en actitud de espera en un portal de la calle de Navas de Tolosa. Poco después, oyó «ruido de petardos y los gritos de la hija» de Carrasco. Fue entonces cuando observó en la otra acera «correr al chico que había visto». Un año después reconoció fotográficamente a Aguinagalde como el joven con el que se había cruzado. La descripción que hizo del sospechoso coincide con la del segundo testigo protegido, si bien éste no le identificó fotográficamente. El fallo en la investigación pudo deberse a que el juez instructor no ordenó, en su día, una rueda de reconocimiento con el acusado, en presencia de los testigos.