Dense la paz

ABC 09/04/14
DAVID GISTAU

Camba escribió que a los turistas en Nueva York se los reconocía por mirar siempre hacia arriba. Lo mismo podía decirse ayer de la nutrida representación del parlamento catalán, cuyos integrantes dieron satisfacción a algunas curiosidades propias del turista, como detectar en la bóveda los impactos de bala del 23-F. Luego los ujieres tuvieron que reprenderlos por su desconocimiento de algunas normas del reglamento, tales como la prohibición de tomar fotografías o de aplaudir desde las tribunas de invitados.

Hay una zona del Hemiciclo, alta y esquinada, conocida como el Valle de los Caídos porque allí envió el PP a sentarse a los caídos en desgracia en las intrigas de 2008. En esa zona fueron cedidos tres escaños a los comisionados catalanes, lo cual obligó a los oradores a hacer incómodas torsiones de cuello cuando querían dirigirse a ellos. El debate entero estaba abocado a la esterilidad. Porque la votación ya estaba decidida. Porque las posiciones se antojaban demasiado antagónicas para abrir una negociación. Y porque los grupos pro-referéndum –de ahí la ausencia de Mas y Junqueras– no lo consideraban una ocasión determinante, sino una mera estación hacia el desenlace en su propio territorio del que acaso podrían salir con algunos pretextos para alimentar aún más la conciencia colectiva de agravio. Esto no se zanjaba ayer, en ningún caso, como sí se consumió la intentona de Ibarreche en aquel día en que se hizo traer un coche con «ikurriña» para cruzar una calle con ínfulas de jefe de Estado.

Jordi Turull blasonó de nación antigua y persistente. Esgrimió la legitimidad natural de la gente que salió a la calle –masiva y transversal–, aunque fue prudente cuando se refirió a una «mayoría» de catalanes, evitando la apropiación total que frecuenta el nacionalismo. Se refirió a la matización del Estatuto como el pecado original de la desafección. Joan Herrera, que se gustó como un «crooner» con las manos en los bolsillos, ubicó la apetencia de fuga catalana en el contexto oportunista de la crisis: dijo que en España todo huele a fin de régimen. La intervención más excéntrica fue la de Marta Rovira, que acudió primero a saludar a Rajoy –«No nos conocíamos»–, y habló luego en términos de terapia de grupo, hasta pidió abrazos, como cuando en misa se da la paz. Hizo una narración de las movilizaciones en Cataluña que pareció un cuento leído a niños. Usó como argumento casi jurídico lo que las otras madres le piden en la guardería, como si representara a un grupo de WhatsApp. Por último, ahondó en el argumento providencial: en una Cataluña independiente, por el solo hecho de serlo, todos los problemas de la gente se solucionarían como por efecto taumatúrgico.

Los que venían reprochando a Rajoy que no se pronunciara con contundencia no podrán negar que ayer lo hizo en una intervención firme y muy presidencial. «Cataluña no es de ustedes», dijo, aludiendo a la copropiedad de la soberanía de todo el pueblo español y a la evidencia de que ningún gobierno puede conceder aquello que niegan la ley y la Constitución, texto votado por un 90,4% de catalanes que definió como una garantía de protección del sistema y de la indivisibilidad nacional incluso contra gobiernos veleidosos: contra la condición humana, en definitiva.

También atacó uno por uno los mitos que sustentan el victimismo, empezando por el «España nos roba», y sugirió la búsqueda de la reforma constitucional. En lo esencial, pese a las digresiones federalistas, el discurso de Rubalcaba se pareció tanto que, por tres veces, el líder socialista recibió aplausos de diputados populares. Hasta a Moragas, jefe de gabinete en Moncloa, se le escapó una ovación automática que reprimió sonriendo como si se hubiera dado cuenta de que hablaba el jefe de otro.