Desarme simbólico

EL CORREO 11/02/14
FLORENCIO DOMÍNGUEZ

El PNV es el partido que más expectativas ha alimentado en el último año en torno a un eventual desarme de ETA. Tal vez por eso los dirigentes de esta formación política se han molestado más que el resto con el último comunicado en el que la banda se limita a decir que ya dirá un día de estos. El presidente del PNV, el portavoz del grupo vasco en el Congreso y la consejera de Seguridad han mostrado y con razón su enojo con ese escrito en el que ETA, prácticamente, repite lo mismo que dijo en otro comunicado difundido el 15 de julio del pasado año. Los políticos jeltzales le reclaman a ETA que se deje ya de palabras y pase a los hechos.

Mientras el PNV insiste en el desarme, el Gobierno, por un lado, y los socialistas vascos, por otro, pasan directamente a exigir la disolución de ETA. «Es una equivocación poner énfasis en el desarme de ETA, porque lo que hay que exigir y conseguir es la disolución definitiva e incondicional de la banda terrorista», dicen en el PSE.

El desarme de una organización terrorista tiene una carga simbólica importante. Otegi lo sabía y por eso dijo durante la tregua de 1998-1999 que la foto de la entrega de armas sería la foto de la derrota. Pero más allá de esa carga simbólica, a la hora de la verdad, la escenificación del desarme tiene pocos efectos prácticos. En primer lugar porque nadie sabe con exactitud cuáles son los arsenales de ETA y por tanto nadie sabe si las armas que se fueran a entregar son todas las que hay o sólo las que los etarras quieren enseñar. Es más, la experiencia muestra que los grupos terroristas tienden a engañar.

El IRA, por ejemplo, con el proceso de paz consumado, hizo caja vendiendo a ETA misiles y otras armas en lugar de entregarlas a los inspectores para su destrucción. La guerrilla salvadoreña, por su parte, ocultó una parte de sus arsenales a las brigadas de desarme de la ONU. Sólo la explosión accidental en Managua de uno de sus zulos, vigilado además por etarras, puso al descubierto la trampa del FMLN.

Además, el desarme tampoco ofrece ninguna garantía porque las armas que hoy se entregan mañana se pueden sustituir por otras ya sea comprándolas o mediante robo. Lo único que ofrece garantía es la desaparición de la organización terrorista. Si no hay pistoleros, las armas pueden dormir el sueño de los justos allá donde estén. Ayer, por ejemplo, se cumplieron dos años desde que se localizara en Capbreton un escondite con 80 subfusiles y 20 pistolas de ETA que estaban ocultas desde los años setenta y de cuya existencia se había «olvidado» la banda. Emparedadas durante décadas, nadie fue a buscarlas y nadie las usó. Eran perfectamente inútiles sin que mediara verificador alguno.

Si ETA se disuelve, el desarme se producirá de forma natural, como la liquidación de activos en cualquier sociedad en quiebra concursal. En contra de lo que dicen algunos, dejar las armas es mucho más fácil de lo que parece –sobre todo cuando los arsenales tienen las limitadas dimensiones que se le suponen a ETA– y no requiere de grandes montajes, testigos de postín, observadores, ni fuegos artificiales. Eso sólo es necesario cuando se quiere convertir el desarme en un acto de propaganda política.