Después de Barcelona

TONIA ETXARRI, EL CORREO – 01/12/14

Tonia Etxarri
Tonia Etxarri

· Una de las diferencias básicas entre el fracasado plan de Ibarretxe y el de Artur Más reside en la actitud de los socialistas.

Sostenía Joan Manuel Serrat, en su penúltima entrevista, que «lo más fácil» ante el desafío soberanista de Cataluña es situarse en los extremos. Y allí, en cada punta, colocaba él a los independentistas y al Gobierno de España, respectivamente. «Lo más difícil» es, en su opinión, colocarse en la vía intermedia en donde se encuentra, por lo visto, la pócima mágica del diálogo. Un «mantra» que, de tanto usarlo en la política de nuestro país, ha ido perdiendo su sentido conceptual. Lo vimos la pasada semana en el Congreso de los Diputados. Pero después de este sábado, tras el acto político del presidente Rajoy con ministros, barones y baronesas en Barcelona, el lugar común de las reacciones más críticas a su discurso ha sido afearle su falta de diálogo mientras le siguen reclamando «un gesto».

El presidente cambió de táctica en ese mitin. Dejó a un lado sus jaculatorias sobre el cumplimiento de la ley para aceptar el reto secesionista de Artur Mas y dar el mensaje político que tanto echaban en falta desde sus propias filas. Pronunció un discurso contundente dirigido a los millones de ciudadanos catalanes que no se sienten implicados en la marabunta independentista. Porque la aplicación de la ley, a muchos sectores de opinión, les suena a «antigualla». Y, sobre todo, insuficiente. Pero le siguen pidiendo «un gesto» a Rajoy desde esa vía intermedia tan difícil según Serrat, pero en la que tanta gente va encontrando acomodo. «Otro gesto, querrán decir», protestan desde el entorno de La Moncloa, que consideran que los 40.000 millones de apoyo financiero a Cataluña para evitar su quiebra es mucho más que un guiño. Se trata de la implicación de un Estado con la ciudadanía de una comunidad gobernada por unos gestores incapaces de hacer otra cosa en la Generalitat que promover campañas de ruptura con el resto de España.

Desde los sectores más próximos se le reclamaba a Rajoy que se pusiera en una clave similar a la de Gordon Brown en el referéndum de Escocia. Para liderar y proteger a los ciudadanos no nacionalistas e intentar convencer a todos los demás de las ventajas de seguir juntos. Y lo hizo. Con una defensa de la Constitución tan implacable como no se recuerda en Cataluña ni en los tiempos de Aznar.

Cada vez que hacemos mención en Euskadi a los antecedentes de una situación similar a la catalana, vividos cuando Ibarretxe se empeñó en imponer su plan soberanista, solemos marcar las diferencias. Que si el lehendakari se guardó su referéndum para mejor ocasión en cuanto el Gobierno de Zapatero se lo impugnó y el Tribunal Constitucional lo declaró ilegal. Y como enseguida convocó elecciones, nadie emplazó al Ejecutivo de Zapatero a que tuviera «gestos» con aquel lehendakari. Pero en raras ocasiones recordamos que si Ibarretxe no se atrevió a tensionar tanto al Estado como lo está haciendo ahora Artur Mas fue porque la sociedad vasca, que estaba sufriendo todavía las últimas convulsiones del terrorismo, no estuvo tan sometida a la movilización nacionalista como lo está siendo ahora la catalana y porque los socialistas de Patxi López actuaron sin complejos en la defensa de la Constitución. Esa diferencia merece la pena subrayarla. Los socialistas vascos, en 2009, jugaron un papel de clara oposición a los planes de Ibarretxe. Sin complejos. Ni medias tintas. Del lado de la sensibilidad constitucionalista. Como otros sectores sociales y judiciales.

Pero en el caso catalán el papel de los socialistas es mucho más confuso. Tanto el PSC como el PSOE. Ni contigo ni sin ellos tienen sus males remedio. El partido de Iceta, después de haber dado muchos pasos en falso, está actuando con mucha indulgencia hacia Artur Mas. Votaron a favor de la ley de consultas, se han dividido hasta provocar que una fracción haya constituido un nuevo partido. Se están difuminando en el paisaje nacionalista catalán. Ya lo dijo el propio Montilla desde su irrelevante hueco en el Senado. Si Artur Mas tuviera problemas con la Justicia, él estaría al lado de su presidente.

Y el PSOE de Pedro Sánchez, que sigue buscando hueco entre Podemos y el centroderecha, vende su reforma constitucional de un Estado federal, a pesar de que sus propios colaboradores reconocen que «el actual Estado de las autonomías es ya muy asimétrico». Sánchez propone «su» diálogo. Y si sus propuestas de lucha contra la corrupción coinciden, en su mayoría, con las presentadas por Rajoy una hora antes en el Congreso, da igual. Él seguirá negándose a retratarse con el PP en lo que queda de legislatura.

Es la única forma de descolgarse de la imagen de «bipartidismo» contra la que tiran a dar todos los demás pequeños partidos de la oposición. Sin querer pactar con el PP pero hablando de diálogo con el afán de que se asocie su imagen a la pócima mágica. Sigue dando titulares. Con sus correspondientes correcciones. Y el mismo Sánchez que se mostró confiado cuando Artur Mas dijo que iba a respetar la legalidad, se ha caído del caballo después del 9-N. Pero no le está resultando fácil ubicarse «entre los extremos», como preconizaba Serrat. Es una posición cómoda, pero muchas veces carece de credibilidad. A la vieja guardia de su partido le parece una frivolidad que se quiera quedar equidistante entre el Estado (representado por muchas más instituciones que las del partido que gobierna) y los rupturistas de Cataluña. Habrá que adecuar la Constitución a los tiempos, seguramente. Pero lo que resulta del todo incoherente es pretender cambiarla sin respetar el marco actual.

TONIA ETXARRI, EL CORREO – 01/12/14