Diversiones

ABC  17/01/16 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· ¿Y si es que no supieran hacer otra cosa que divertirse hasta entregar los trastos?.

El Congreso se divierte. Como el de Viena de 1814 en aquella peli alemana de Erik Charell (1931), una de las primeras comedias musicales del cine sonoro europeo y canto del cisne de la cinematografía de Weimar, tan tétrica ella. Tuvo una secuela flojilla en 1966 (Der Kongress amüsiert sich), también alemana. La verdaderamente buena es la primera (Der Kongress tanzt), que en cierto modo parece preludiar Sopa de ganso. Pero era alemana y de Weimar y ya sabemos cómo acabó aquello. Su director, judío, emigró a Hollywood. También se exilaron Conrad Veidt, que encarnaba a Metternich, y Lilian Harvey, la actriz con el papel protagonista. Veidt y Harvey no tenían nada de judíos.

Fueron, sencillamente, los actores más valientes de Alemania y probablemente de la Europa de la época (Veidt bordaría el papel del mayor Strasser en Casablanca, con una interpretación a la altura del Chaplin de El Gran Dictador, y a Harvey le rindió un explícito homenaje Tarantino en Malditos bastardos, al hacer que Goebbels berrease furiosamente al oír mencionar su nombre). De ministro austriaco de finanzas hacía un judío, Julius Falkenstein, lo que inevitablemente evocaba al ministro de reconstrucción del primer gobierno de Weimar, el judío Walther Rathenau, asesinado en 1922 por nacionalistas antisemitas (Falkenstein murió en 1933, al poco de llegar Hitler al poder). Y si bien el papel de Zar de todas las Rusias correspondió a una futura estrella del cine nazi, el de su edecán fue interpretado por el veterano actor judío Otto Wallburg, que moriría en Auschwitz. O sea, que la diversión duró poco.

El Congreso de Viena, obviamente, no tuvo nada que ver con un parlamento democráticamente elegido. Reunió a los representantes de los tres imperios que habían derrotado a Napoleón, con algún que otro emigré borbónico, y de él salió la Santa Alianza (lo digo para que no me lo confundan con Juego de tronos). Tampoco el parlamento democráticamente elegido que se divierte en la Carrera de San Jerónimo se parece a un Congreso, ni al de Viena ni al del Reino de España.

Tiene cierto aire a asamblea municipal de comparsas carnavalescas, y es que el ayuntamiento capitalino marca mucho. De la alcaldesa Carmena y de su alegre muchachada se podrá decir todo lo que se quiera menos que no saben montar happeningsy divertirse. Uno sospecha que en realidad es lo único que saben hacer, divertirse hasta morir, que decía Neil Postman. Se lo pasan en grande con cualquier cosa (incluida, claro está, la proverbial tiza): contando chistes sobre judíos gaseados y niñas descuartizadas o actualizando tradiciones.

Es perfectamente comprensible que sus socios parlamentarios se mueran por emularles y adelanten el carnaval, del que son la vanguardia indiscutible, como los caldereros de la Hungría enviados a San Sebastián por el dios Momo, según la famosa marcha donostiarra. A estos otros los ha metido en la caseta de Daoíz y Velarde otra divinidad jacarandosa –llamada Lajenteo algo así– a la que no paran de hacer la rosca. Convengamos, por otra parte, en que fantasía y creatividad les sobran. Por ejemplo, ¿de qué puede disfrazarse una gallega? De ama de cría, evidentemente, y mejor con mamón de verdad y faldón con cenefa, de los que hacen pipí y popó.

Cuando crezca un poco más, ya lo traerán con uniforme de gaiteriño o de rastafari. Los socialistas, en cambio, con tanto darle a la moviola de la memoria histórica sólo han conseguido travestirse de Largo Caballero, como ZP, o de Álvarez del Vayo, como este chico de ahora (del Álvarez del Vayo del FRAP, quiérese decir). Pues nada, a pasarlo guay, que en dos días tendremos la cuaresma. Y que viva Lajente.

ABC  17/01/16 – JON JUARISTI