Don Quijote y el buen gobierno

EL CORREO 22/11/13
FERNANDO SAVATER

· El ingenioso hidalgo condensa su pensamiento en unas palabras cuya importancia nosotros conocemos hoy tanto como él: «El gobernador codicioso hace la justicia desgobernada»

Don Quijote tiene no pocos aspectos políticamente incorrectos: declara abiertamente que considera superior el oficio de las armas al de las letras, no siempre respeta la propiedad privada ni la intimidad ajena, tiene una fastidiosa tendencia a imponer sus criterios a veces por las malas, su consideración del papel social de la mujer es francamente paternalista aunque revestido de exagerada reverencia, etc… A veces se enfrenta sin remilgos a la ley, como cuando se empeña en liberar a los condenados a galeras y para ello desafía a los alguaciles del Rey, aunque después los así emancipados se vuelven contra su liberador y le apedrean y maltratan. Esta es una de las pocas ocasiones en que don Quijote triunfa consiguiendo lo que se propone, aunque después acaba tan molido a golpes como en sus peores fracasos.
Pese a su frecuente intransigencia y su preferencia por la fuerza frente a la virtud del diálogo, que hoy apreciamos tanto, hay algo en don Quijote que siempre le rescata de la brutalidad pura hasta ante quienes le miran con cierto recelo, como Thomas Mann en su ‘ Travesía con don Quijote’: su ausencia de crueldad y su simpatía casi inmediata por el sufrimiento ajeno, incluso cuando en parte lo ha causado él mismo. Hasta en sus momentos belicosos, el desquiciado hidalgo sigue siendo compasivo, nunca cruelmente arrogante. Y su actitud resulta siempre profundamente individualista. El caballero andante va por libre, considera que su misión nada tiene que ver con las instituciones ni con la administración pública. Es lo contrario de un funcionario y sólo recibe órdenes de su Ideal, cuyo intérprete es él mismo, ya que Dulcinea está fuera de su alcance y aún fuera del mundo real.
Pero ¿qué piensa don Quijote del gobierno? No es cosa que le preocupe personalmente, porque no apetece ninguna forma de poder ya que es mucho más ambicioso: aspira a merecer la perfección del Amor. En cambio le parece bien que Sancho llegue a gobernador de la ínsula Barataria. Decía Maurice Baring que para saber lo que Dios piensa del dinero basta con fijarse en a quien se lo da; pues bien, para saber lo que don Quijote piensa del poder político basta con ver que lo considera todo lo más cosa buena para escuderos. Da igual que el analfabeto Sancho Panza no esté preparado intelectualmente porque como él dice «yo he visto ir a más de dos asnos a los gobiernos…».
Sin desanimarse por su ignorancia, le da buenos consejos. Para empezar, le previene contra el poder mismo, ese piélago sin fondo donde va a engolfarse porque «los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones». Ya antes había quedado dicho que «uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el de estar obligados a escuchar a todos y responder a todos». Aunque Sancho no sea ni mucho menos monarca, este deber también le alcanza y su caballero le dispone a favor de la compasión, pero no sin dejar de prevenirle contra cualquier tentación populista o demagógica: «Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e inoportunidades del pobre. (…). Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia». Ya enredado en las dificultades de su efímero gobierno, Sancho Panza comprobará lo acertado de las recomendaciones de don Quijote en lo tocante a no dejarse abrumar por quienes le requieren con la urgencia de sus intereses económicos: «Los jueces y gobernantes deben ser, o han de ser, de bronce para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y todos los tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo sólo a su negocio, venga lo que viniere…».
Otros consejos le da don Quijote a su escudero metido a gobernador, algunos más higiénicos que políticos y francamente cómicos, como toda una teoría de la prevención del eructo en la mesa. Pero el fondo, lo que cree el ingenioso hidalgo sobre la cuestión del buen gobierno puede condensarse en pocas palabras, cuya importancia nosotros conocemos hoy tanto como él: «El gobernador codicioso hace la justicia desgobernada». Para nuestro gusto empeñado en apostar por el progreso, el ideal de don Quijote es decididamente reaccionario, porque sitúa lo mejor en el pasado: «Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados… No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen». Su único mensaje positivo es quizá sólo éste, pero con éste basta: «La libertad… es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida…»