Gregorio Morán-Vozpópuli

Cuando suenan tambores de guerra vienen acompañados de trompetas, es inevitable. El estruendo lo provoca el armamento, que por más sofisticado que sea siempre acaba en un gran ruido y una matanza indiscriminada; nunca se ha sido más preciso en la elección de los objetivos y tampoco nunca se ha tenido un mayor desprecio hacia las víctimas. Que la declaración de guerra de Hamas al estado de Israel del 7 de octubre tuviera lugar aprovechando una rave musical de gente común, festiva y desarmada, para masacrarlos o secuestrarlos resulta inédito incluso para la saturada historia de los conflictos armados. Que Israel reaccione arrasando la población enemiga sin distinción de mujeres, niños, ancianos o enfermos nos retrotrae a la barbarie bíblica.

A partir de ahí cómo podemos describir el abismo si ya estamos dentro. Sin ser víctimas ni verdugos escuchamos el ruido que provoca la guerra con sus tambores pero no concedemos demasiada atención a las trompetas y a quienes las tocan, los líderes. Nos limitamos a reproducir sus bravatas sin tratar de adivinar sus intenciones, que siempre están muy alejadas de sus discursos. Sabemos bastante de Benjamín Netanyahu, un dirigente desprestigiado y al borde de la cárcel por varios delitos, que sólo puede mantenerse gracias a la ayuda de unos aliados más en la extrema derecha que él mismo.

Del que apenas sabemos nada es del ayatolá Ali Jamenei -casado, padre de seis hijos y manco de resultas de un atentado- máximo santón de un régimen teocrático, heredero del imán Jomeini, aquel criminal de Estado que pasará a la historia de la ignominia por múltiples razones, aunque bastaría con la fetua del 14 de febrero de 1989, que condenaba a excomunión y muerte a Salman Rusdi por ofensas al Profeta. No conozco Irán y cuesta imaginarse un país inmenso y rico que fue cuna de civilizaciones metido en un bucle desgraciado, al que colaboraron las potencias occidentales, y que hoy se reduce a constatar que todo es susceptible de empeoramiento. De la dinastía de los Pahlevi a la cofradía de los Ayatolás.

Benjamín Netanyahu, un dirigente desprestigiado y al borde de la cárcel por varios delitos , que sólo puede mantenerse gracias a la ayuda de unos aliados más en la extrema derecha que él mismo

Quizá la humanidad progrese. Lo notamos cuando echamos la mirada atrás, pero lo hace de un modo tan complejo y hasta siniestro que uno acaba preguntándose si no estaremos viviendo en épocas críticas, períodos en los que retrocedemos, donde las élites dirigentes y los pueblos abducidos se empeñan en aceptar las más aberrantes esclavitudes por imperativo del miedo. Si al miedo se le recubre de ideología y sobre todo con unas sobredosis de represión surgen los tiranos.

Si estamos al borde del precipicio, como dice Borrell, lo que cabe preguntarse es quién conduce el coche y ahí nos encontramos con una constatación alarmante. El descrédito del liderazgo. La competencia puede producir una selección de los mejores, aunque me temo que sea una reflexión insustancial porque cuando uno tiene que escoger entre ambiciosos incompetentes el resultado es de suma cero. No es necesario referirse a lo doméstico, a lo nuestro, porque resultaría demasiado obvio.

La exhibición de celebridades en el liderazgo ha producido figuras como Trump, Milei, Meloni, la lista sería larga y oscurece a los que ayer fueron lo mismo y ahora están consagrados, hasta con halo de veteranía en casos como el de Macron, Putin o de avezados funcionarios de la política: Olaf Scholz, Rishi Sunak. Cruzándolo todo está la singularidad, que ya se ha convertido en habitual, de los nuevos partidos; unos entes políticos de características casi deportivas formados por gente que se adhiere en función de un personaje, un supuesto líder que acaba por darle forma al invento, como una marca comercial. En el fondo son berlusconianos sin saberlo, porque ocupan un espacio vacío llenándolo de adhesión al dirigente.

Fíjense en cómo construyó Putin su partido al modo Berlusconi; primero te creas un equipo adicto, eficaz y omnipresente, y luego acaparan un poder que casi parece que se lo regalan. Después viene la represión para quitar las sombras. Los individuos como Donald Trump o Milei o Bukele, con sus diferencias de tamaño y de circunstancias tienen todos algo en común, recogen lo que está en el aire porque al albur lo han dejado sus antecesores. Se promueven como salvadores cuando en realidad son solicitados como el camión que recoge los escombros. Esa es la sociedad que tenemos y aunque no la hayamos creado nosotros hay que pechar con ella. En la acelerada competición económica los grupos tienden a agruparse, al tiempo que se produce un fenómeno inverso en la vida política, la fragmentación de lo que antaño fueron partidos y que sobreviven a duras penas; algunos ni eso. Todo lo fían a la búsqueda de un líder y cuanto más descerebrado y rupturista sea más confianza tienen en él, aunque sea efímera si no la alimenta con un populismo arrebatado.

El mayor temor que puede hacer caer a Netanyahu es el llamado «ejemplo Vietnam», cuando los tuyos se enteran de lo que haces en su nombre

La guerra desencadenada por Hamás el 7 de octubre que demostró la fragilidad jactanciosa de Israel va a tener consecuencias que la convierten en un auténtico precipicio por el que hemos empezado a caer. La supervivencia política de Netanyahu ha transformado una declaración de guerra en una batalla despiadada de exterminio, incluida la provocación a Irán bombardeando su sede diplomática en Damasco. Reconfigurar el puzle de los países árabes y su cohabitación con el estado de Israel creado en 1948 por los pioneros sionistas es un intento que tiene tanto de aventura como de fin de época. Que ya nada será igual es decir muy poco. No engañemos a la opinión magnificando como un fracaso la lluvia de cohetes y drones desactivados por los aliados incondicionales de Israel. Una reacción advertida por Irán con horas de antelación y con una sola baja, la de una niña herida que para mayor sarcasmo es beduina y por tanto excluida del país donde nacieron sus bisabuelos. No inventemos recursos para convictos. Parar la guerra, llegar a dos Estados y alcanzar un reconocimiento mutuo ronda lo imposible cuando las voluntades se despeñan por el precipicio. Es más difícil aún que cambiar los liderazgos.

Los expertos en organizar, desarrollar y culminar las guerras advierten que la primera medida que debe tomarse, antes de que los carros de combate enciendan los motores, consiste en prohibir la presencia de periodistas. Es imposible describir que en esta guerra de exterminio ya han sido asesinados 13.900 niños (datos de UNICEF) y 99 informadores. El mayor temor que puede hacer caer a Netanyahu es el llamado «ejemplo Vietnam», cuando los tuyos se enteran de lo que haces en su nombre. Así sucede en Gaza: hablan, gritan y sufren las víctimas, es decir, los enemigos.