El actor de Kulechov

Zapatero hizo una promesa: «Asumo el compromiso, sea cual sea el resultado del domingo, de que el PSOE apoyará al Gobierno de España en la lucha antiterrorista sin condiciones». ¿Se puede apoyar incondicionalmente a un Gobierno? La fe ciega en los dirigentes es propia de las dictaduras; la característica de los sistemas democráticos son los mecanismos de control, una sana desconfianza.

Tal vez no sea casual que la gran aportación de la Revolución soviética al cine universal sea el montaje. Lev Kulechov, el padre del invento, era en 1920 un joven e inquieto cineasta que puso en práctica el experimento de su nombre. Obtuvo tres fotogramas idénticos de la cara de Ivan Mosjoukine, un famoso actor de la época. Montó el primero de ellos junto a imágenes de un plato de comida humeante. Yuxtapuso el segundo al plano de una niña muerta en un ataúd y el tercero junto a una señora de elegante encarnadura tendida en un sofá. El experimento Kulechov determinaba que el público veía sucesivamente hambre, lástima y deseo en la expresión inmutable del actor.

Zapatero tiene telegenia y ése es un don inapreciable en los debates televisivos desde el legendario cara a cara entre Nixon y JFK. Pero tiene algo más valioso aún: es un candidato dotado de una cara de entretiempo, como la del actor Mosjoukine. Expresa lo que conviene en cada momento por mera yuxtaposición con el contexto, un paisaje definido por palabras de significado volátil, que significan una cosa u otra, dependiendo del momento. O, más aún, que enuncian conceptos positivos y progresistas pronunciadas por los propios, y ridículos y reaccionarios en boca de la oposición. La cursilería de la niña de Rajoy ha sido justamente destacada por el PSOE, mientras ñoñerías análogas, como el niño de ojos grandes de Caldera y el niño que gesta la ministra de Vivienda, según instrucciones del presidente, son considerados elementos positivos de campaña.

Así fue posible que dentro del mismo debate electoral, Zapatero acusara a Mariano Rajoy: «Usted hace un uso partidista y electoralista del terrorismo», para convertir a las víctimas en mercancía electoral acto seguido con las siguientes preguntas: «Qué política antiterrorista prefiere? ¿La de esta Legislatura con cuatro víctimas mortales o la de la Legislatura anterior con 238 víctimas mortales?».

El candidato Zapatero debió de inspirarse en el compromiso público de Henry Ford a raíz del lanzamiento del modelo Ford T hace ahora un siglo: «Los clientes podrán escoger su coche del color que prefieran a condición de que sea el negro». Zapatero hizo una promesa sobre la política antiterrorista: «Asumo el compromiso, sea cual sea el resultado del domingo, de que el PSOE apoyará al Gobierno de España en la lucha antiterrorista sin condiciones. Ese es el compromiso solemne: sin condiciones».

Siempre y cuando el Gobierno esté formado por el PSOE, debió añadir. En lugar de eso, dijo: «Como el Partido Socialista ha hecho siempre en su historia, en la historia democrática de España».

Esa no ha sido la verdad objetiva del proceso que puso en marcha Eguiguren a espaldas del Gobierno y en contra del Pacto Antiterrorista fimado por el PSOE y el PP el 8 de diciembre de 2000. Por otra parte, ¿se puede apoyar incondicionalmente a un Gobierno? Ciertamente, no. La fe ciega en los dirigentes es propia de las dictaduras -a la fuerza, ahorcan-, pero la característica de los sistemas democráticos son los mecanismos de control, una sana desconfianza. La división de poderes nació para institucionalizar esa desconfianza, ponerle condiciones al Gobierno.

El debate sancionó la supremacía de lo que Orwell llamaba «la indiferencia a las verdades objetivas». El domingo sabremos si, como dicen las encuestas, lo ganó Zapatero. La campaña ha terminado, salvo lo que puedan dar de sí la elección de Rouco para presidir la Conferencia Episcopal y el agit prop final quema de restos.

Santiago González, EL MUNDO, 5/3/2008