El atentado y nosotros

ABC 10/01/14
SERAFÍN FANJUL, MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

· Más allá de condenar el crimen y solidarizarse con las víctimas, buena parte de la sociedad francesa – en especial, la izquierda– debe preguntarse por la creación de un caldo de cultivo que ha fomentado la deslealtad de numerosos inmigrantes, pese a la gran permisibidad o tal vez por ella

EL impacto en la opinión pública ha sido tan fuerte que hasta la izquierda se ve impelida a cubrir el expediente, aun a base de condenas formularias, presencia folclórica ante la Embajada de Francia y editorial cantinflesco en su diario, que aun conserva el mascarón aunque ya no sea de proa. Sin embargo, en las semanas venideras, IU y PSOE continuarán su estrategia global de entreguismo y cesiones, a las que denominan «diálogo» y «políticas inteligentes». La derecha política, siempre a remolque en los últimos años de los acontecimientos y de la izquierda, se sumará a guardar lo que considera imagen irrenunciable de buenismo políticamente correcto, mientras los otros persistirán en su campaña permanente de desarme ideológico y moral de España: acoso a la Iglesia para arrebatarle la catedral de Córdoba, en el marco de la lunática pretensión de que los inmigrantes musulmanes constituirán la clase proletaria del inmediato futuro, por supuesto a sus órdenes; caída de fronteras para que entre en España quien quiera y por donde quiera y si el Gobierno intenta implantar minúsculas medidas pacatas y tardías para parchear un poquito el caos, allá están los de las sentidas condolencias a Francia para boicotear la más mínima acción, con amenaza expresa de derogarlas en cuanto lleguen al Gobierno; comprensión y defensa de las feministas deizquierda para el velo –el velo, señoras, no la pañoleta– y para cuantas normas regresivas y represivas de la mujer (y del varón) generan en su seno las comunidades islámicas. Todo en aras del multiculturalismo, del «respeto al Otro» y del Carallo Vintenove, cuando el Otro la última cosa que hace es respetarnos y la penúltima integrarse con plenitud de obligaciones y de lealtad.

Si usted visita en Santa Elena ( Jaén) el birrioso museo dedicado a la batalla de Las Navas de Tolosa, pomposamente inaugurado por Gaspar Zarrías, con placa incluida, la conclusión que saca es que la recuperación del territorio en la actualidad denominado Andalucía fue una catástrofe universal y que los habitantes de la región lo pasan mal (aunque no desciendan de quienes allí había entonces) por culpa de Alfonso VIII y Fernando III. Pero si el 2 de enero se presenta en la Plaza del Carmen de Granada, encontrará los berreos de agitadores, puntuales todos los años, también añorantes de los buenos tiempos de islam –es decir, sumisión– y gallardos enemigos de la inicua Toma, que metió a Granada en la modernidad, la posible a la sazón. Y si ojea el ya mentado mascarón de proa periodístico se topará valerosos textos que exhortan a las claras para seguir el sabio pensamiento enunciado por N. al-Sayyad y M. Castells ( ¿Europa-musulmana oeuroislam?): «Europa tendrá que acostumbrarse a la idea de que la cultura musulmana y el islam no son un referente lejano que España extirpó de sus raíces en los albores de la Edad Moderna, sino un rasgo consustancial de nuestra sociedades…». Un fatum, vaya, un Destino Manifiesto, sustituida la estaca de Adams, Monroe o T. Roosevelt por los asesinos de París, Londres o Atocha. Y ante la Inquisición, chitón. Si bien esta Inquisición no tiene nada de cristiana y sí mucho de laicos indocumentados y sarracenos ganosos de atropar las nueces que otros les varean. Eso sí: muy condolidos ante la Embajada de Francia.

Espero que me comprendan: no pienso sumarme a lamentos ni condenas. No por desprecio de los muertos franceses, obviamente, sino porque estoy «sumado» hace mucho al dolor de cristianos y hasta musulmanes «Desde el Golfo al Océano» y más allá, hasta Indonesia. No había que esperar a palpar la conmoción y el horror en el vecino: desde tiempos lejanos y cercanos están quemando iglesias, a ser posible con los fieles dentro, asesinando sacerdotes y monjas (¡Qué gracia debe hacerles a quienes garrapatean en nuestros templos católicos «Arderéis como en el 36»!), secuestrando a cientos de niñas y mujeres para venderlas como esclavas. Las víctimas son muchos miles y los nombres bien conocidos y repetidos: Irak, Siria, Egipto, Líbano, Libia, Argelia, Túnez, Turquía, Marruecos, Nigeria, Paquistán, Afganistán, Arabia, Filipinas… Me canso de rememorar el mapa. ¿Y qué ocurre en Europa? Tras el asesinato del cineasta Van Gogh, Ayaan Hirsi Ali hubo de escapar de Holanda porque hasta sus vecinos la rechazaban, como si fuesen madrileños despavoridos por el ébola (¡toreros!), acongojados por vivir en tal proximidad, una atrevida que osa sostener que «la lealtad es la clave para la integración de los inmigrantes» (ABC, 30 abril 2011). Menuda petición en una Europa que no quiere saber quién es y cuyo horizonte no pasa del fin de semana que viene.

Ysi en Alemania, hace ya siete años, mujeres valerosas (la jurista iraní Mina Ahadi, la periodista turca Arzu Toker, la política Verde Ekin Deligöz) fundaron el Consejo de los Exmusulmanes de Alemania, ahora surge Pegida que, enseguida, suscita la penosa acusación de «nazis», cuando su lema más significativo es «Respeto y Tolerancia, también para nosotros», todo el aparato político-económico con su cola de dominio cultural e ideológico (el infraperiodismo del Bild se ha puesto a la cabeza de la maniobra para sofocar la protesta) se abalanza a acallar a la gente, la gente sin adjetivos que padece los minijobs y sabe del gigantesco gasto que soporta su Seguridad Social para sostener a tanto subvencionado (musulmanes o de otras procedencias) y sabe del pozo sin fondo que es la burocracia de lujo de Bruselas. Pero en el país el conflicto se cruza con una gravísima cuestión local irresuelta: el nazismo, perseguido implacablemente pero nunca digerido por la sociedad y el imaginario colectivo; se prohíbe y sanciona, de forma feroz y hasta cómica, pero no se pierde nunca de vista, eterno punto de referencia. Negativo, pero punto de referencia. Por eso da grima ver a alguien a quien consideramos inteligente y seria (Angela Merkel) acudir al escapismo de los chusqueros socialdemócratas, el argumento manido y vacuo de tachar de nazis a quienes se reúnen en Dresden para protestar. ¿De verdad hay tantos nazis? ¿Qué dirá ahora la Sra. Merkel para integrar en su discurso el atentado? ¿Terminará con la esquizofrenia de hacer trabajar a los servicios de seguridad y al tiempo negar, oficialmente, que haya ningún problema islamista? ¿El arzobispo de Colonia se enterará de que él es uno de los primeros objetivos? ¿La alemana que acabo de ver en TVE (Kristina Kausch), con su parlamento progre biempensante, dejará de decir que no se integran porque se les rechaza? ¿Sabrá esta señora qué significa

Ummadunaan-nas (Una comunidad al margen del resto de las gentes), autodefinición que data de los primeros tiempos del islam?

Y Francia. Más allá de condenar el crimen y solidarizarse con las víctimas, buena parte de la sociedad francesa –en especial, la izquierda– debe preguntarse por la creación de un caldo de cultivo, pese al dinero gastado en imanes y mezquitas, que ha fomentado la deslealtad de numerosos inmigrantes, pese a la gran permisividad. O tal vez por ella.