El Barça, el último mártir catalanista

EL CONFIDENCIAL 05/02/15
JAVIER CARABALLO

El nacionalismo, cuando se corrompe, forma un círculo vicioso del que es imposible escapar. Atrapa a todo el mundo, a los que lo profesan y a quienes lo censuran, porque en esa espiral imposible, todo argumento, ya sea favorable o desfavorable, acaba convertido en una pócima mágica de crecimiento y expansión del nacionalismo. La pócima mágica debe ser, de hecho, aunque no se haya estudiado, el último efecto de eso que en psicología política se conoce como el ‘síndrome Astérix’.

Hay muchas definiciones y comparaciones de ese síndrome, pero casualmente he tropezado con un artículo de Joan Barril de hace una eternidad política, de 2009, cuando en España gobernaba Rodríguez Zapatero y un reputado nacionalista, Ignaci Guardans, decidió aceptar el cargo de director general de Cine en el Gobierno socialista de España. No hizo más que aceptar el cargo y Guardans ya tenía clavada en sus espaldas una petición de expulsión por parte las juventudes de Convergència, el partido de los Pujol. Joan Barril escribió entonces, abrumado: “En esta vida de película, lo de la expulsión de Guardans formaba parte del guion de un nacionalismo que solo se siente a gusto en el poblado asediado”.

Sin la amenaza externa, es cierto, el nacionalismo deja de tener sentido porque ese enemigo es, en realidad, la justificación de todo, el eje de vida, la razón de ser y de existir. “¡Por Tutatis! ¿Qué es esa horrible cosa que quiere aplastarnos?”, dice alguien en el poblado y ya todo el mundo entiende que la horrible cosa es España. Y se ponen en guardia, se reactivan, y de paso se olvidan de tener que justificar nada más.


· Al grito de la aldea, todos habrán olvidado, o ignorado, que todo el follón judicial en el que está inmerso el Barça se debe a la denuncia de un socio culé. De nadie más

Como es tan fácil, además, lo hacen todos. El último en gritarlo ha sido el presidente del Barça, “¡por Tutatis!”, y ha sacado en procesión exculpatoria a todos los enemigos del catalanismo. Ha sido el Gobierno, y no un socio del Barça, quien ha destapado el posible fraude fiscal del Barcelona; ha sido el Real Madrid, y no un socio del Barça, quien ha llevado a los tribunales el fichaje de Neymar; y han sido las fuerzas ocultas de España entera, y no un socio del Barça, quienes lo han llevado ante los tribunales para hundir a ese gran club.

Y todo, según el presidente del Barcelona, por el apoyo decidido del club y de algunos de sus jugadores a la causa independentista. Han sido todos esos y al grito de la aldea, todos habrán olvidado, o ignorado, que todo el follón judicial en el que está inmerso el Barça se debe a la denuncia de un socio culé. De nadie más.

A estas alturas, de todas formas, ya da igual lo que si diga porque, como se apuntaba antes, el nacionalismo, cuando se corrompe, genera un círculo vicioso del que es imposible escapar porque es imposible argumentar. De hecho, mientras el presidente del Barça lanzaba sus “Tutatis”, la televisión que lo entrevistaba hacía una encuesta entre los espectadores y, desde el primer instante, ya había un 35 por ciento de espectadores convencidos de que el Barcelona era un perseguido por la causa soberanista.

“No tengo ninguna evidencia, pero cedimos el Camp Nou para el Concierto de la Libertad, jugamos con la camiseta de la senyera; tal vez no gustó que por el Camp Nou pasara la manifestación de Vía Catalana. Todo eso puede que nos pase una factura deportiva y política”, clamaba el buen señor y sus palabras se convertían al instante en pócima mágica del soberanismo. Como estas mismas palabras que escribo, sin remedio, sin posibilidad de evitar que entren en el círculo vicioso del que se alimenta el nacionalismo.


· Mientras el presidente del Barça lanzaba sus »Tutatis», la televisión que lo entrevistaba hacía una encuesta entre los espectadores y, desde el primer instante, ya había un 35% convencidos de que el Barcelona era un perseguido por la causa soberanista

En el artículo aquel de 2009, tan lejos, Joan Barril definía a Ignaci Guardans como “el típico personaje que hará más por el prestigio de Catalunya que nuestro ejército de lingüistas de cabecera. Catalunya se ha de dotar de gestores de la imaginación, de administradores de ideas, de negociadores sin complejo de Astérix. Necesitamos unos cuantos Guardans que vayan por el mundo privado, y también por los Gobiernos, cumpliendo el doble compromiso de ser los mejores y al mismo tiempo de ser catalanes. ¿O es que el problema, una vez más, es España?”.

Pues sí, el problema era España. Y lo que ha ocurrido desde entonces no hace falta explicarlo porque el ‘guion del asedio’ ya lo saben recitar de memoria todos en España. Todo ha ido a peor, el síndrome de Astérix se ha acabado convirtiendo en discurso único y ante los episodios nuevos, como este del Barça ahora, lo único que da escalofrío pensar es cuánta gente, cuantos catalanes, se han visto orillados, marginados, en estos años, víctimas de la misma consigna aldeana. Como el “reputado señor Guardans” y todos los que como él han señalado en este tiempo de efervescencia independentista el abismo, o el absurdo, al que se dirigen todos, mientras cantan «Els segadors». 

Hace unos meses, casi a final de año, Guardans escribió su artículo más cínico y amargo. “Debo confesar que siento un desprecio creciente por los que callan. (…) Si esto sale mal, como creo que ocurrirá, estos que hoy callan tendrán una gravísima responsabilidad sobre sus espaldas cuando el país despierte roto, frustrado y en crisis. Y si el sueño se hiciera realidad, y llegara esa Ítaca independiente, se encontrarán en tierra extraña”.

No sabe Guardans que una de las cosas a las que uno se acostumbra en la aldea es a no echar de menos nada porque todos piensan que la frontera de la vida se acaba en la choza de al lado. Así que, si ese final fatal llega, lo único que tal vez añorarán será el síndrome de Astérix, la ventaja enorme de saber que, ocurra lo que ocurra, la culpa siempre la tiene el otro.