El califato tiñe sus plazas de sangre

EL CORREO 08/02/15

· El Estado Islámico sigue el mismo decálogo de castigos y ejecuciones que aprendió su líder cuando militaba en las filas de Al-Qaida en Irak

Los países donde menos sorpresa ha causado la forma en la que los yihadistas del Estado Islámico (EI) decidieron asesinar al piloto Moaz al-Kasasbeh fueron Irak y Siria. Antes de que el grupo instaurara el califato y decidiera lanzar un mensaje al mundo con la ejecución de británicos, estadounidenses, japoneses y jordanos ante las cámaras, iraquíes y sirios sufrieron en primera persona la brutalidad de un sistema inspirado en los métodos que Abu Musab al-Zarqawi implantó durante su etapa al frente de Al-Qaida en Irak, germen del EI.

Los países donde se asienta el califato viven conflictos sectarios abiertos que han dejado miles de muertos, muchos de ellos de las maneras más brutales que se puedan imaginar. Autobuses enteros con pasajeros ejecutados, milicianos arrancando el corazón de un soldado enemigo y comiéndoselo ante la cámara de un teléfono móvil, cabezas de enemigos para jugar al fútbol, niños obligados a pasar a cuchillo a rehenes del otro bando, familias enteras quemadas vivas en sus casas, cientos de reclutas fusilados en cunetas por ser de una secta diferente… Este es el caldo de cultivo en el que se asientan las bases de un EI donde Abu Baker al-Bagdadi impone su interpretación ultraortodoxa del Islam y justifica castigos y ejecuciones de todo tipo en el nombre de Alá, aunque las voces oficiales del mundo musulmán denuncian abiertamente que estas acciones no tienen nada que ver con la ‘sharia’.

Entre los años 2006 y 2007 decenas de miles de iraquíes murieron en la guerra civil confesional que milicias de la mayoría chií y la minoría suní, en el poder hasta la caída de Sadam Husein, libraron a base de atentados y asesinatos selectivos. Fue el campo de entrenamiento de Al-Qaida en Irak, grupo que con el paso de los años se separó de la guerra global que predicaba Osama Bin Laden, extendió sus actividades a Siria y abrazó la idea de instaurar un califato basado en la limpieza sectaria y étnica. Todo aquel que no jure fidelidad al nuevo califa merece la muerte.

Hombres descalzos y sin ropa obligados a andar por el desierto.

El EI destruye iglesias y estatuas como los talibanes tumbaron los budas gigantes de Bamyan en 2001 y las plazas de su califato se han convertido en altavoces de la nueva justicia de los hombres de Al-Bagdadi. En diciembre el grupo yihadista difundió a través de las redes sociales un documento con los puntos principales de «código penal» en el que aseguraba que todo castigo está basado en un «juicio» previo.

La blasfemia contra el Islam merece la ejecución inmediata, al igual que el espionaje, la apostasía y la sodomía. El vandalismo, el asesinato y el robo pueden llevarle a uno a ser crucificado. A los ladrones se les corta la mano, el consumo de alcohol y la difamación conllevan 80 latigazos, serán cien y exilio inmediato para cualquier hombre o mujer que tenga relaciones sexuales fuera del matrimonio.

Violencia como espectáculo
El EI aplica también la lapidación para los adúlteros, hombres o mujeres, y en las últimas semanas ha difundido imágenes de hombres lanzados desde las partes altas de edificios bajo la acusación de ser homosexuales. En caso de que el acusado sobreviva, como ocurrió recientemente en una aldea vecina de Raqqa, se le lapida hasta la muerte, según recogió el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Todas estas penas se documentan a través de grabaciones y fotografías que se difunden de forma viral por las redes sociales, aunque no de una forma tan elaborada como las ejecuciones de rehenes extranjeros.

Así es el día a día en las ciudades donde ondea la bandera negra del EI como Raqqa, su capital en Siria, donde se proyectó en pantallas gigantes el vídeo de más de veinte minutos en el que moría abrasado el piloto jordano Moaz al-Kasasbeh. El castigo convertido en un espectáculo ejemplarizante al que se invita a ciudadanos de todas las edades, espectadores habituados a verlo en vivo, que cuando se trata de rehenes extranjeros lo hacen a través de pantallas o en las redes sociales. En el caso del piloto jordano se produjo incluso un debate en Internet sobre el método más adecuado para acabar con su vida, en el que los seguidores del grupo en todo el mundo propusieron «cortarle en 90 pedazos y distribuirlos luego entre los habitantes de Raqqa», aplastarle con una niveladora, obligarle a beber gasolina y después darle un cigarro o empalarle y dejarle morir en una estaca a la vista de todos.

«Lo que se ha hecho y se hace fuera de las cámaras es bastante más horrible que lo que hemos visto, los vídeos son sólo una pequeña muestra de lo que sufren estos pueblos», asegura Nour Odeh, consultora de medios palestina, que advierte del efecto que tiene en las sociedades de la región «el mensaje de fuerza enviado por estos criminales, que vuelven a demostrar que no necesitan ser muchos, ni tener las mejores armas para aterrorizar. El objetivo de este tipo de grabaciones es alimentar su imagen de terror y lo consiguen».

El piloto jordano ardiendo en la jaula es la última ejecución grabada de un rehén y, como en las anteriores, el grupo yihadista ha buscado la máxima repercusión. Antes pasaron ante las cámaras de los verdugos los periodistas James Foley, Steven Sotloff y Kenji Goto, los cooperantes David Haines, Alan Henning y Peter Kassig y el fundador de una empresa de seguridad privada Haruna Yukawa. En estos casos el método elegido fue la decapitación, el mismo que Al-Qaida en Irak ya aplicó al empresario estadounidense Nick Berg en 2004. El camino abierto por Zarqawi hace nueve años lo sigue fielmente su discípulo Abu Baker al-Bagdadi.