El del gas

ABC 20/11/15
LUIS VENTOSO

· Apareció aquel tío, vestido de guerrillero afgano…

EN La Coruña hay un café de barrio cuya tapa de tortilla es tan suculenta que te entran ganas de aplaudir. El secreto son buenos huevos, mejores patatas y una maestra veterana agazapada en la cocina. Me temo que no cambiaría aquel pincho casero por la «tortilla líquida» de Ferran Adrià, aunque eso no quiere decir nada, pues hace tiempo que asumo, no sin cierto orgullo malévolo y reivindicativo, que soy un «gastro-gañán». El dueño del café anduvo emigrado por Suiza un porrón de años. Pero casi tiene a gala lo poco que aprendió del idioma local. En una ocasión contó una anécdota inaudita: fue a comprar unos huevos a una granja y para explicar qué quería se señaló donde ustedes ya intuyen.

Muchos gallegos que emigraron llevaron unas vidas tremendas, de trabajo y bastante reclusión, con el ahorro como consigna vital. Su solaz y refugio era la vida familiar. No se puede decir que fuesen el súmmum de la integración, pero al margen de las iniciales barreras idiomáticas compartían la filosofía de fondo de sus países de acogida, naciones occidentales, de raigambre judeo-cristiana, como la suya, con un sentido de la seguridad jurídica.

Ayer a las ocho de la mañana sonó el timbre en mi piso en Londres. Churchill decía que una democracia es ese sistema donde si alguien llama a tu puerta a primera hora sabes que es el lechero. Siendo tan temprano eché un ojo por la mirilla. Encima del felpudo estaba un hombre pequeño de barba larga y negra, tocado con el pakol, esa boina de bordes ondulados que conocimos por los guerrilleros afganos del norte. Al cuello llevaba un pañuelo palestino. Reconozco con bochorno que por un segundo, con el drama parisino, me atenazó la suspicacia. Pero abrí: «Vengo a revisar la caldera del gas», me dijo, y allá se fue. De la vieja escuela de Pepe Gotera, hizo su trabajo con mañas chapucillas, empleando una navajita. Concluyó que todo estaba fetén y se marchó.

Cuando se fue me quedé pensando en que ese hombre, al circular por Londres disfrazado de montañés afgano, hace difícil su integración. Su religión abstemia le impide confraternizar en el pub de su barrio, sus hijas harán su vida social y sus matrimonios en los círculos cerrados de su comunidad. Estoy seguro también de que el hombre del gas es una persona laboriosa y pacífica, contraria al terrorismo. Pero dudo que apoye la democracia liberal británica y su modo de vida, que seguro que considera licenciosos y nocivos. Ahí radica el problema: millones de personas que han venido a vivir a Europa rechazan sus valores, que son, querámoslo o no, los cristianos, tamizados luego por la Ilustración (porque hasta que llegaron las Luces también hicimos barrabasadas en nombre de la fe, con hórridas matanzas entre católicos y protestantes, véase la Guerra de los Treinta Años).

El sobrino del hombre de la tapa de tortilla se llama Ricardo Cabanas Rey. Ha sido 51 veces internacional con la selección suiza de fútbol, una de sus figuras. Vive en Zúrich, casado y con hijos, y ya retirado del balón recupera el tiempo perdido en una escuela para adultos. Es más suizo que el reloj de cuco. Se ha integrado, porque los suyos nunca llegaron esgrimiendo su libro santo como una coraza.