El día de la banderita

ABC 10/11/14
DAVID GISTAU

Durante más de dos años de maniobras políticas y tensiones retóricas que llegaron a hacerse pesadas como las visitas que no se van, una parte importante de nuestro escenario público vivió atrapada por la expectativa del Gran Hecho Consumado. Probablemente éste haya sido el gran triunfo del independentismo en este episodio de su eterno retorno cíclico: nos ha hecho pensar en ello más que en los amigos, los libros que leímos o los partidos que vimos. Me descubro sabiendo de Artur Mas o de Oriol Junqueras más cosas de las que jamás me interesaron. En ese sentido, al menos el 9-N podría haber causado un efecto terapéutico, el que siempre trae un desenlace que permite dar por zanjada una época, personal o colectiva. Sin embargo, las posibilidades de que esto ocurriera quedaron mermadas en el preciso instante en que Mas renunció al referéndum cuya convocatoria fue arropada por una porción importante y transversal del parlamento catalán y lo sustituyó por una consulta más o menos paródica, sin formalidad jurídica, que rebajó la trascendencia de aquella jornada que fue soñada como la de una revolución de terciopelo de consecuencias definitivas. Antes incluso de que llegara el domingo, supimos que ese día sólo sería otra escala hacia la reiteración, porque las propias fuerzas de la independencia comenzaron a encender otra expectativa, la del 10-N, para la cual ya estaban teniendo lugar incluso «conversaciones secretas» que por añadidura desmentían la firmeza monolítica de todas las partes. Desde esta perspectiva, el 9-N ha sido tan estéril como costoso en palabras, desafectos, ruedas de prensa, especulaciones legales, análisis y brechas sentimentales. Si nos atenemos al consejo de Bear Grylls que a menudo cita Ruiz Quintano, «Nunca gastes en la caza de un animal más energía de la que te procura comerlo», el 9-N era una pésima captura, insuficiente para todos los esfuerzos y todas las colisiones.

· Supervivencia «Mas consigue un logro fundamental en política: la supervivencia un día más»
· Ausencias «El 9-N no ha sido ni siquiera un ensayo general: faltó la mitad del elenco»

El falso referéndum tiene para Mas la importancia de que puede ufanarse, aunque sea en precario, de cumplir la promesa comprometida en términos mesiánicos con la mitad de su sociedad. Esto le permite alcanzar un logro que en la política como en la selva es fundamental: el de la supervivencia para un día más, que será en el que arranque el tránsito hacia las elecciones locales. Supervivencia, además, a la que ha contribuido un conteo ante las urnas de independentistas que, superen o no la barrera mágica establecida en los dos millones, son votantes potenciales para la siguiente promesa por cumplir, la del referéndum en serio. No se le puede negar a Mas la capacidad de renovar anhelos que lo mantengan personalmente vigente pese a sus apuestas a todo o nada, mientras el tiempo pasa y el presidente va postergando el instante muchas veces anunciado en que él procede a convertirse en una carcasa vacía. Tendremos que seguir pensando en Mas y comentando lo que dice, y eso, a estas alturas, es ya un síntoma de habilidad, pues lo dábamos por superado y sustituido por esas plataformas cívicas que orbitan alrededor de ERC y que en teoría lo mantenían cautivo. A ellas también las ha distraído con la fotogenia y la emoción de este 9-N en el que tantos independentistas han huido de la frustración autosugestionándose hasta creerse protagonistas un gran momento histórico comparable al de otros hitos europeos.

El 9-N ni siquiera ha sido un ensayo general con todo que permita vislumbrar cómo sería esta jornada de haber poseído textura histórica. No lo ha sido porque faltó la mitad del elenco. Sin duda acudió en masa la militancia del independentismo, no ya por aumentar la cohesión y la conciencia de sí durante un día de los de hacerse fotos para el recuerdo, sino también para concretar la envergadura coercitiva de una muchedumbre que anhela votar. Pero el arquetipo total que maneja el nacionalismo quedó desmentido, una vez más, por los millones que dedicaron el domingo a otros menesteres porque no se sintieron acuciados, como sí lo habrían estado en un referéndum auténtico, para impedir con su voto un destino disolvente para Cataluña. La ausencia fue tal que de inmediato quedó convertido en categoría civil un buen hombre que se pasó por la urna con la camiseta del Real Madrid. También faltó el Estado que, consciente de la liviandad jurídica de cuanto ocurría, consideró que cualquier intervención sería desproporcionada. E incluso serviría para alimentar el fatalismo con nuevos mitos represivos. Como la Cataluña no independentista, también el Estado se ha reservado para jornadas serias.