El gobierno son los otros

ABC 05/05/15
IGNACIO CAMACHO

· Díaz se las apañó para convertir la corrupción en un «problema de todos», siendo así que en Andalucía es sólo suyo

LA política siempre tiene algo de embeleco, de truco, de artimaña, pero Susana Díaz ha logrado transformar ese habitual ejercicio de ilusionismo en una obra maestra de la elusión. De sus propias responsabilidades. Tras conseguir desplazar sobre la oposición su propio problema de investidura, porque ella lo vale, ayer formuló un programa anticorrupción que debe cumplir el Gobierno… de España. Para dar satisfacción a las exigencias de Ciudadanos presentó una batería de medidas que en buena parte no están a su alcance legal, y coronó la pirueta con una propuesta de reforma electoral y constitucional que involucra también a toda la clase dirigente del Estado. Erigida en adalid de la regeneración pronunció el discurso que tal vez nunca pueda leer Pedro Sánchez: una alocución dirigida al Congreso de los Diputados. De las medidas que corresponden a sus competencias reales una importante cuota ya las habían presentado otros presidentes, desde Griñán a Chaves, y el resto, las verdaderas novedades que puede cumplir, carecían de concreción presupuestaria. En conjunto parecía una declaración programática de otro cargo, tal vez aquel con el que de verdad sueña.

En realidad, a Díaz la investidura se le antoja un trámite burocrático, porque si de ella dependiese podría seguir en funciones durante cuatro años. En su primera etapa prometió docena y media de leyes –ayer fueron veinticuatro– y aprobó dos, de las que una no llegó a entrar en vigor. Su ambición no es la de cumplir el mandato y mucho menos la de gobernar una comunidad empantanada: le interesa el poder, no el Gobierno, al menos no el Gobierno de Andalucía. Y el poder ya lo tenía; si adelantó las elecciones fue para reforzarlo en su legitimidad, no en su estabilidad. La va a utilizar para hacerle oposición a Rajoy, al que de momento le ha lanzado encima el paquete de medidas regeneradoras –«el más potente de España» en su henchido lenguaje autocomplaciente– que los partidos minoritarios le pedían a cambio de dejarle vía libre para ser proclamada. Ella quiere el liderazgo, la hegemonía, la política pura y desnuda como la poesía de Juan Ramón Jiménez; el Gobierno lo deja para los demás, con todas sus antipáticas rutinas.

Sin embargo su estrategia triunfa por su habilidad en la retórica del vacío. Tiene un desparpajo insólito para solemnizar la oquedad, con ecos del similiquitruqui gonzalista. Convierte sus expresiones abstractas –«el tiempo nuevo», etcétera– en hipnóticas jaculatorias políticas ante las que sus rivales asienten como si estuviesen rezando el rosario. Ayer se las apañó para convertir la corrupción en un «problema de todos», siendo así que en Andalucía es sólo suyo. «Si todos queremos acabaremos con ella», dijo muy resuelta. Los que le han pedido medidas regeneradoras aún no son conscientes de que los acaba de embarcar en una responsabilidad que no tenían. Amén.