El juego

ABC 26/01/16
DAVID GISTAU

· El ambiente de fascinación por lo radical recuerda al del ático de Bernstein durante la visita de las Panteras Negras

EN España, está arraigada la creencia de que cualquier cambio es positivo por definición. Debe de ser algo propio de una sociedad que tiene una relación conflictiva con su pasado, el de hace siglos y el reciente, y que siempre está refundándose para huir de algo. De entrada, para hacerse perdonar el pecado original, que es la propia existencia española, el Dolor de ser, que se volvió banal cuando se estancó como vergüenza de pertenencia.

El prestigio cultural del cambio provoca por añadidura la pésima reputación cavernaria de quien lo cuestiona. Éste es uno de los éxitos de Podemos: ha logrado convertirse, arrebatando a la socialdemocracia esa identidad, en el espacio en el que hay que estar para obtener la credencial progresista, sin la cual sólo se es Caverna. Me doy cuenta cuando escucho o leo a personas que quieren pertenecer a la ola de Podemos para no quedarse aparte del último grito en moda pero no son capaces de explicar por qué creen que ello mejorará su vida y el destino del país. Articulistas que apoyan a Podemos sólo porque tienen pánico de figurar en las listas de aquellos a quienes no gustan las rastas y rematan sus reflexiones venales con un «que sea lo que Dios quiera», como si experimentar con un país fuera tan gracioso y falto de consecuencias como probar un tinte distinto para el pelo. O vean la entrevista concedida a la Sexta por el pobre Luis Eduardo Aute, que parecía un espectro reminiscente de la Transición buscando aceptación en la pandilla de «Verano azul». Aute intuye que hay que ser de Podemos, que ahí es donde milita ahora la «gauche-divine» fetén, pero no es capaz de explicarse más que con topicazos como «viento fresco», detrás no aparece articulada una sola idea, ni un solo esfuerzo de información, ni una sola reflexión política, nada.

Podemos vació de contenido al PSOE, partido al que además macarrea como los chulos de esquina a los que perseguían Starsky y Hutch. Pero el votante socialista que no quiere dejar de estar en la escapada progresista buena se ha pasado a Podemos y pide a su PSOE que no se resista más, que se deje disolver y que haga de Hindenburg en el final de Weimar. El ambiente de fascinación por lo radical recuerda al del ático de Bernstein durante la visita de las Panteras Negras. Por eso, le hemeroteca filoetarra de Pablo Iglesias, el recurso metafórico de la guillotina y el invivible porvenir plagado de odios ideológicos y control del individuo que Podemos prepara con impunidad no sólo no asustan a nadie. Al revés, forman parte de la seducción ante la audacia y la acción, ante la purga de lo viejo y la corrección del anquilosamiento burgués, que en otra Europa cansada, inapetente, ya hizo que toda una generación se quedara subyugada por otro género revolucionario, el fascista a la italiana, el nazi de las antorchas y los jóvenes brazos arremangados de Nuremberg. Menudo futuro, el que nos ungirá como Casandras mientras los «gauchistas» divinos creen formar parte de un juego liviano.