El ‘mea culpa’ de Antonio Muñoz Molina

EL CONFIDENCIAL 17/02/13

· El escritor analiza en «Todo lo que era sólido» la caida de España.

"Todo lo que era solido" de Antonio Muñoz Molin
«Todo lo que era sólido» de Antonio Muñoz Molina

Cuando todo haya caído, cuando la igualdad y la justicia formen parte de la gran mole de ruina y peste hacia la que avanza el país, nos acordaremos de la ceguera y la sordera con las que maduró la España democrática. Aquella de la que nada ha quedado a salvo del saqueo y del pillaje, ni siquiera las leyes. Cuando las hordas de sanchopanzas se adueñen de todas las Barataria que se encuentren a su paso ignorante y necio, caeremos en la más profunda de las decepciones por habérselo permitido.

No, la imagen del político español no se recuperará con Todo lo que era sólido (Seix barral), un ardiente recorrido por los treinta y tantos años de libertad y tropiezos que han ayudado a profundizar el pozo por el que hoy caemos. El escritor Antonio Muñoz Molina cuelga la retórica para dejar las ideas en los huesos y hacer de este ensayo, reportaje, crónica, opinión, confesión o mea culpa, un retrato con retrovisor. Ese ser, que ahora descubrimos amorfo, era inconfundiblemente España. Un lugar que creímos intocable, resistente y ajeno a los problemas. Un país sólido.

Era la falsa esperanza que el español levantó sin autocrítica, sin pensar en los pasos del progreso. Los políticos no fueron los únicos ciegos, si acaso los encargados de facilitarnos las vendas: los intelectuales también salen golpeados del libro. “Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras. Las palabras son gratis y su sonido no varía si se están usando para mentir o para decir la verdad”, escribe en clara deriva autobiográfica del texto.

Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras.

Ciegos ante el delirio

“No hemos estado a la altura de las circunstancias casi nadie”, culmina en una flagelación pública de sus propios pecados laicos. “Hemos sido incapaces de ver lo que estaba pasando delante de mis narices. No era consciente de la escala de la corrupción. Sí vi el delirio político, pero no cómo los ayuntamientos se convertían en máquinas de corrupción y negocio sucio”.

El final de los privilegios del país del pelotazo y la roña paleta tiene un origen claro: “La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó entonces: cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio –o simplemente para no ser cumplidas”, sin ambages.

Todo lo que era sólido es un libro construido en caliente, mientras se desmonta el bienestar de un país, casi como un acto reflejo, para tratar de agarrar lo poco que ha quedado de lo que éramos y teníamos. “El pasado es otro país”, escribe. Lo descubrió encerrándose en la hemeroteca, entre los calores de los últimos días de julio y primeros de agosto del pasado año, releyendo los miles de periódicos que había leído y participado. Tiempo en estado puro. Pero esta vez transitaba por ellos como un extranjero, como si nunca antes hubiera visto aquellos ejemplares.

Sin florituras

Buscaba, como lo hace el historiador, las causas y el cómo. La primera de sus conclusiones: “Es muy difícil llevar la contraria en España”. Es decir, al sentido del espíritu crítico de este país le falta entrenamiento. Segunda: “Es muy difícil no pertenecer a un grupo, a una tribu, a una patria, a lo que sea”. Esta es la fórmula gracias a la cual el clientelismo alimenta y perpetúa los errores heredados, propios de los hábitos cardinales de la clase política. El sectarismo abanderado de nuestros dirigentes impide que cualquier muestra de entendimiento ideológico sea entendida como alta traición entre ellos, que “prefieren siempre las diferencias a las similitudes y la discordia al apaciguamiento” y para los que “la templanza es tibieza; el término medio, equidistancia y cobardía”.  

Despelleja la narración de ficción y florituras. “Quería hacerlo lo más seco posible”, reconoce, para evitar el adorno y no distraer. Para desnudarse y dejar al aire sus heridas: “Como tanta gente en España, yo también estaba enfermo de pasado, contagiado por el mismo delirio que me desconcertaba en los demás. Para escribir una novela leía con más atención los periódicos de 1936 que los de 2007”. Muñoz Molina encerrado en su cápsula de tiempo de 1936.

Como tanta gente en España, yo también estaba enfermo de pasado, contagiado por el mismo delirio que me desconcertaba en los demás.

El latigazo de la memoria vuelve a flagelar su propia espalda cuando recuerda su paso por la dirección del Instituto Cervantes de Nueva York. “Me tocaba encontrarme con ellos”, dice de los políticos que llegaban a la ciudad en “los años del delirio” para vender su comunidad autónoma. Eran los nuevos conquistadores, bronceados, haciendo el paseíllo de paelleras y chistorras, de perritos falderos y lameculos insolentes que alquilaban los salones más caros del Waldorf Astoria o del Metropolitan Club para la presentación de una marca de aceite o la conferencia de un alcalde. Estas visitas son la cima de la absurda hilaridad de la lectura de Todo lo que era sólido.

Cuestión de emergencia

Con la urgencia de comprender acude a su primera visita a Moncloa. José Luis Rodríguez Zapatero recibe, en 2004, a Cesar Antonio Molina, ministro de Cultura, y tres directores de centros Cervantes, de entonces. Paredes blancas con litografías de Joan Miró. Muñoz Molina cuida el detalle de sus recuerdos. “Todo parecía tan nuevo y tan abrillantado como el traje del presidente o su tono de piel, un bronceado intenso en medio del invierno”, escribe. Un tiempo lejano ya en el que la única cualificación, según el escritor, era ser joven y ser mujer.

El pasaje continua en el recorrido por las estancias hasta llegar a la sala de las reuniones del consejo de Ministros, donde el ex presidente apoya las manos en el respaldo del sillón a la cabecera de la mesa, “los hombros siempre tan peculiarmente levantados”, y dice: “Este es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí es cuando tocas de verdad el poder”. La declaración descolocó al escritor: “Me sorprendió que lo dijera tan sinceramente, que no disimulara el gusto por mandar”.

La egolatría no mejoró aquel café con leche tibio. Llegado el momento el antiguo ministro de Cultura aprovechó para pedir más presupuesto. “Hay dinero”, dijo Zapatero. “Hay mucho dinero este año. Y el año que viene habrá mucho más. La economía va como un tiro”. Había dinero para todo. Teníamos superávit de euforia y estupidez. No era país para aguafiestas. 

EL CONFIDENCIAL 17/02/13