El nacionalismo catalán perjudica la salud

LIBERTAD DIGITAL  23/04/15
PABLO PLANAS

Artur Mas, el personaje providencial que ha convertido a Pujol en un salvapatrias de mentira aficionado, acaba de columbrar que «los estancos son estructuras de Estado». Es lo mismo que debió de pensar Franco cuando mandó que se pintaran con la bandera nacional, que por eso se llamaba malamente «la estanquera». Para los fumadores, un estanco no sólo es lo que dice Mas, que dejó de fumar tabaco tras reunirse con Zapatero para recortar el Estatuto de Maragall. Un buen estanco es un faro, un asilo, una expendeduría de efectos timbrados, una oficina postal y a veces hasta tiene prensa, libros de bolsillo y chuches, con lo que ya no sólo es un simple estanco sino un centro comercial de lo más completo.

¿Qué hace Mas hablando de estancos? Con los estancos no se juega. De ahí que la Unión de Estanqueros de Barcelona expresara sus inquietudes a la Generalidad en relación al comercio de las labores del tabaco, ejemplo esférico de sector sometido a una espesa normativa, en un hipotético Estado catalán. Aquí, en España, no llega uno y abre un estanco porque ha visto que la mitad de sus vecinos fuma. No señor, no va así. Eso sólo pasa con los bares y restaurantes, cuya materia prima, destilados al margen, puede ser tan letal o más que el tabaco (y todo lo demás) embutido en cilindros de papel.

Ahora y aquí los estancos se sacan a concurso público previa notificación en el BOE y con pliego de condiciones. Todo legal y con mucho papel oficial, que se vende precisamente en los estancos. Cómo será la cosa que hay hasta un Comisionado para el Mercado de Tabacos, presidido por Juan Luis Nieto Fernández, del Cuerpo de Interventores y Auditores del Estado (español). Así que los estanqueros, acostumbrados a hablar con altos funcionarios, se han dirigido a Mas para preguntarle que qué pasará con lo suyo si se proclama el susodicho Estat català. «No preocuparse», les ha dicho Mas en junta general de la Unión de Estanqueros. A mayor abundamiento: «En caso de que Cataluña se convierta algún día en un Estado, sustituirá en derechos y obligaciones al Estado anterior». «Nosotros somos gente seria», remachó.

En Cataluña se podrá fumar, aunque se supone que será una república de gente sana, cívica, festiva y familiar. Si toleramos a los clérigos salafistas, ¿cómo vamos a expulsar gente por fumar?, fue la pregunta que deslizó el subsecretario de asuntos religiosos de la Generalidad, que fuma partagás y nada más. Su homólogo de la agencia tributaria catalana comentó lo de los impuestos, ingresos que multiplican con creces los gastos sanitarios del tabaquismo. De modo que en Cataluña habrá estancos y se fumará lo que en el resto de España en el caso, porque hasta Mas lo duda, de que Cataluña se convierta algún día en un Estado.

Arreglado lo del fumar, se presentan dos asuntos. El primero es que la Generalidad debe a las farmacias de Cataluña, a los apotecarios, 340 millones de euros de la parte que le toca de las recetas. El Colegio de Farmacéuticos ha pedido a Mas no una sino 340 reuniones, pero Mas, ocupado como está en predicar la independencia, no tiene tiempo para cuitas de boticarios y mancebos. ¡Qué pesaos con lo que se les debe!, debe de pensar Mas. Los estanqueros, en cambio, no dan problemas. Sólo quieren seguir con lo suyo y encima les podría plantar la estelada, en plan Franco, y obligar a los fumadores a pasar por debajo. Puede que haya descubierto el método definitivo para que unos cuantos dejen de fumar.