El político y el personaje

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 07/09/13

Javier Zarzalejos
Javier Zarzalejos

· Obama ha embarrancado en el conflicto sirio. Su actuación resume las contradicciones de un político que solo se siente cómodo en el terreno de la retórica.

En torno a todo político relevante se construye un personaje pero rara vez ambos coinciden. Unas veces, el personaje construido a base de prejuicios y percepciones distorsionadas no hace justicia al político; otras es el político el que no está a la altura de su propio personaje. Esto último parece que le está ocurriendo a Obama: un político que se está revelando muy por debajo del personaje erigido en el altar de los héroes. Nadie negará a Obama una capacidad de movilización y de persuasión poco comunes. Tampoco, un discurso atractivo, regenerador y sugestivo. Obama vino a cumplir los deseos de recuperación de la hegemonía política del progresismo buenista y multicultural e hizo emerger en su favor una realidad torpemente ignorada por la derecha norteamericana de la era post-Bush que vio reducida su audiencia electoral a un segmento integrado mayoritariamente por hombres, blancos, adultos, de diversas denominaciones cristianas pero no católicos y estrictamente monoculturales anglófonos.

La exitosa demonización de su antecesor, George Bush, más allá de la dimensión política de éste, hizo que Obama devolviera a la izquierda urbana de Europa y Estados Unidos la arrogante convicción en su superioridad moral. Los europeos tuvieron la sensación de que por primera vez también ellos, de alguna manera, habían votado en las elecciones presidenciales y Europa celebró, con satisfacción visible aunque con lógica dudosa, que fuera elegido el presidente de los Estados Unidos al que Europa menos importaba. El fin de una era de conflictos, la reforma social interna en vez de la reconfiguración del orden internacional, la liquidación de guerras heredadas, el restablecimiento del prestigio de los Estados Unidos, el ‘poder suave’ frente al militarismo, han sido reclamos atrayentes para los ciudadanos de una potencia cansada. El problema de Obama es que es precisamente él quien ya no encaja en su propio relato. No se trata de que sea mejor o peor. La cuestión es previa. Se trata simplemente de que es humano y eso no se acepta fácilmente por quienes en las urnas y en los medios lo encumbraron en un ejercicio de mitomanía adolescente impropio de la racionalidad crítica de un sistema democrático.

Obama ha embarrancado en el conflicto sirio. Su actuación en este grave asunto viene a resumir todas las contradicciones de un político que sólo se siente cómodo en el terreno de la retórica que, sin duda, domina. Es verdad que el mundo occidental en general, y los Estados Unidos en particular, se muestran cansados y escépticos ante la perspectiva del uso de la fuerza y entienden que Afganistán, Iraq o Libia no avalan nuevas iniciativas de esta naturaleza. Pero es en esas circunstancias donde los liderazgos deben ejercer capacidad de persuasión, eficacia explicativa y definición estratégica, si es que la administración americana esta convencida de que hay que golpear al régimen de Assad.

Y el liderazgo que está exhibiendo Obama es perfectamente descriptible hasta el punto de que ahora el problema no es tanto qué le ocurre a Assad –que ya sabe que no tienen intención de derrocarle– sino en qué posición queda la presidencia de los Estados Unidos. Vote lo que vote el Congreso, Obama ha transferido su propia y estricta responsabilidad a otros, en este caso al Legislativo. Si se salva de una derrota en el Capitolio, será por el apoyo de los republicanos y después de generar un importante lío para trasladar al Congreso la responsabilidad de decidir, en una huida hacia delante y a modo de disculpa, el presidente de los Estados Unidos afirma que no es su credibilidad la que está en juego sino la de la ‘comunidad internacional’. Pero aunque no le guste, es su credibilidad la que se encuentra comprometida y no sólo porque los americanos no quieran nuevas intervenciones sino porque el propio presidente se encuentra atrapado en la retórica que tanto contribuyó a auparle hasta la Casa Blanca.

Haber clamado en su día por la legalidad internacional y ni siquiera mencionar a la ONU en estas circunstancias es un juego mas bien difícil de entender porque el hecho de que Rusia y China bloqueen el Consejo de Seguridad es todo menos una novedad. Censurar el ‘unilateralismo’ de otros y al mismo tiempo estar dispuesto a actuar con el magro acompañamiento del Gobierno islamista de Turquía y el socialista de Francia, tampoco parece convincente. Reunir pruebas que demuestran la responsabilidad del régimen de Assad en el uso de armas químicas y renunciar a su derrocamiento es otra de las preguntas sin respuesta consistente. Y si se considera que el de Assad ya no es un régimen sino uno de los bandos en una guerra civil, que el otro bando con creciente presencia de yihadistas sea el beneficiario de una acción de castigo norteamericana obliga a Obama a prever que entre los que hoy piden el castigo a Assad están muchos de los que, llegada la ocasión, recordarán escandalizados que fue Estados Unidos el que armó a Al-Qaeda en Siria, como ya ocurrió con la ayuda que se prestó a la resistencia afgana contra los soviéticos.

Pero no intervenir también tiene su precio. Las amenazas y los riesgos no desaparecen porque se quieran ignorar. Existen y nos afectan. Seguramente a Obama le gustaría que Estados Unidos fuera menos necesario de lo que es. A Europa, no digamos. Unos y otros están convencidos de que así, cultivando su ‘soft power’, viviría n más tranquilos. El problema de esta vocación de balneario es que fuera hay quienes siguen decididos a perturbar esa apacible ensoñación.

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 07/09/13